CAPÍTULO 40

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NICOLAS NARRA:

Es una noche fresca y silenciosa. Escucho el aire soplar a los lados de mi cara, me froto los brazos para mantenerlos lo más calientes posibles. De vez en cuando me llevo la mano al pecho como manía que tengo, es como si tratara de asegurarme que todo está bien dentro de mí. Permanezco debajo del árbol por al menos 30 minutos después de haber llegado, miro hacia el frente esperando ver a Dan venir de aquella casa con los chicos que suele juntarse. Quisiera decirle que no beba porque en realidad me preocupa que vaya a hacerse daño, no soportaría perderla de nuevo; pero, esa no es una buena opción, no quiero que se sienta atacada o presionada por alguien más, así que esperaré a que sea el momento para demostrarle mi preocupación.

Unos minutos más pasan cuando escucho un ruido proveniente de la casa, me levanto para esconderme con miedo a que sea su madre notando que ella se escapa, aunque para mi sorpresa es Danger. Intenta salir por la ventana torpemente hasta que cae al suelo, me acerco de prisa mirándola a los ojos para tranquilizarla.

—¿Dan? ¿Qué? ¿Bebiste? —mis ojos rebosan de preocupación al mirarla en aquel estado.

—Esther se suicidó —balbucea aguantándose el llanto.

Llevo su cabeza a mi pecho cuando siento un vacío en el estómago y un nudo en la garganta. Mi mente se mantiene en shock por un momento al imaginar lo que ella está sintiendo nuevamente. Afrontar de nuevo un pérdida cuando haz atravesado por una que ya te marcó lo suficiente, es más destructor de lo que se puede imaginar. Sin controlarlo, el recuerdo de mi madre llega a mi cabeza; cierro los ojos pidiendo que cuide de Esther.

Tomo a Dan con suma delicadeza entre mis brazos y la llevo a su habitación. La acuesto en su cama sutilmente cuidando de no hacer mucho ruido para no tener que esconderme si alguien más sale de una de las habitaciones.

Al escucharla hablar sobre su amiga me doy cuenta de que no está en condiciones de hacerlo, así que mejor no sigo preguntando. Lo que menos quiero es hacerle daño, provocarle dolor, o molestia alguna. Para mí, Danger es la niña más frágil que he conocido, no quiero decir que sea débil porque en absoluto lo es. Pero es frágil y delicada, sensible y tierna, solo que ella no lo sabe.

—Nicolas, ¿ha cuantas personas has perdido? —susurra con un tono débil.

Su pregunta de nuevo hace que piense en mi madre y también en ella. La tristeza se instala en mi pecho y se mece con lentitud como su gozara del dolor que me provoca hablar de la mujer a la que más he amado en mi vida.

—Dan, hay perdidas que duelen tanto como la muerte, pero hay muertes que hubiese preferido que solo sean pérdidas, porque esas personas son vitales...

Mi voz flagea volviéndose débil al pensar que después de tanto tiempo hablaré de mi madre en voz alta. De nuevo reviviré su recuerdo que tal vez solo vive constante en mi mente, porque sé que ella no me abandona, e incluso me atrevo a decir que está más presente ahora que ya no está.

—Dan, odio hablar de esto porque —... mi voz se quiebra inevitablemente— porque no me gusta hablar de ella y pensar en que ya no está físicamente... hace casi dos años y medio... mi mamá se suicidó.

El golpe llega a mi pecho como si un barco cayera sobre mí y me hundiera en el fondo del mar... pero, alguien hala de mí al sentir una brisa fresca con un aroma frutal que reconocería en cualquier lugar. Esa brisa me abraza con sutileza como si susurrara "estoy aquí, hijo" y por si fuera poco, la presencia la Danger me reconforta en un ambiente cálido y pacífico.

Le expreso mi sentir a aquella chica preciosa que tengo frente a mí, y sin que ella lo sepa sus palabras me sanan, su compañía me reconforta pero su mirada, Dios, su mirada me llama como el primer día que la miré en aquel lugar.

SOBRIA, DANGER...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora