La luz del sol hace que entrecierre los ojos cuando los abro. Pongo mi mano frente a mi rostro para cubrirme mientras con la otra mano me apoyo para sentarme. Miro el infinito jardín asoleado, luce como si estuviéramos en una primavera que no se ha visto en años. El viento refresca mi rostro y poco a poco mis ojos se adaptan a la luz. Volteo a todos los lados posibles: izquierda, derecha, mis diagonales, detrás. Nada.
—De pie —una voz cálida, casi angelical atrae mi atención al frente.
Miro frente a mí y una mujer que ya he visto antes me mira con una expresión suave mientras me extiende la mano. La tomo sin pensarlo por mucho tiempo, intento ponerme de pie pero al instante siento dolor proveniente de todos lados.
—Estás herida —afirma cuando logro ponerme de pie y ella da dos pasos atrás.
—No —contesto con serenidad mientras miro mi cuerpo intacto con lo que parece una bata blanca.
—Sí cariño, estás herida —acaricia mi rostro con delicadeza.
Permanezco de pie frente a ella sin hacer nada.
—¿Dónde? —respondo apartando sutilmente su mano.
—De aquí —. Lleva mi mano a mi corazón y coloca su mano encima de la mía.
—Entonces cúrame.
—La luna te sanará.
La miro a los ojos admirando lo bella y angelical que luce.
—Te espera...
Abro los ojos de golpe y suspiro profundamente cuando me doy cuenta de que me quedé dormida sentada en el suelo con la cabeza apoyada en el borde de la cama. Me tallo los ojos antes de levantarme; me dirijo a la puerta y echo un vistazo por ambos lados para asegurarme de que todos estén dormidos. Miro la hora y son las 2:05 de la madrugada.
¿Quién es esa mujer? Creo que la he visto en un sueño anterior pero no tengo idea de quien sea. ¿Por qué mencionó que yo estaba herida? ¿Será mi... ángel? Ay Danger, no puedes pensar en esas tonterías por supuesto que no lo es.
La luna...
Me lo pienso por unos minutos hasta que decido bajar a la primera planta para ver a mamá. Miro hacia dentro de su habitación y logro ver que está dormida, alado de ella tiene el frasco que reconozco, pastillas para dormir. Han sido noches largas últimamente así que creo que las necesita más que yo. Regreso con cautela al segundo nivel, al pasar por el pasillo pego la oreja en la puerta de mi hermano, todo bien, saben que estoy molesta y no irán a verme.
Con los tenis en la mano y un billete que saqué del frasco donde tengo todos mis ahorros de la "pensión" de papá, bajo las escaleras y salgo por la ventana principal con mucho cuidado. Una vez fuera me pongo los tenis, me ajusto la coleta y la sudadera para comenzar a trotar en dirección al parque.
Corro un par de cuadras más por la calle desolada hasta llegar a la avenida donde hay una tienda de autoservicio y me detengo para comprar una caja de tabacos. Camino de regreso tomando otra calle, enciendo el cigarrillo y a la primera calada toso un poco. Maldita sea, creo que mis pulmones los extrañaban tanto, que ahora les reclaman.
Comienzo a retomar el ritmo de nuevo. Siento un poco de libertad pegar a mi rostro mientras mis piernas se mueven en un paso rápido. Mi condición ya no es muy buena y mucho menos si pretendo correr y fumar al mismo tiempo. Siento la gotas de sudor rodar a los lados de mi cara y las aparto con la manga de la sudadera que no pienso quitarme —Dios, ya soy muy mala para esto—. Me detengo para caminar y recuperar el aire, sino me orillo a tener un ataque de ansiedad y este no es el mejor lugar. Mientras me aproximo a la otra calle miro desde lejos las luces encendidas de una de las casas y a esos tres chicos afuera.
ESTÁS LEYENDO
SOBRIA, DANGER...
Ficção AdolescenteMis manos tiemblan, el corazón comienza a latirme más rápido, su voz... El móvil cae de mis manos. En la pantalla ha dejado de correr la llamada y solo puede verse su nombre, quien diría que sería la última; quien diría que incluso estaría con él ha...