CAPÍTULO 33

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Al subir al autobús lo primero que hice fue pasear la mirada por todo el vehículo con la esperanza de encontrarme con su rostro, pero no fue así, claro que él no estaba ahí. Al bajar volví a echar otra mirada solo para asegurarme, sentí una ráfaga de viento pegarme en el rostro, la temporada daba aviso que estaba por comenzar y que con ella vendría al fin frío continuo. Destilando inseguridad comencé a caminar por el pasillo que lleva hacia una de las canchas de basquetbol, volteo hacia todos lados para tratar de encontrar la mirada con alguien pero no cruzo ni con una sola alma. Enciendo un cigarrillo para calmar mis nervios y seguir con mi búsqueda, analizo los edificios frente a mí al pararme en medio de la cancha nuevamente. Recuerdo todo el espectáculo que di ayer en la noche...

—Te encontré...

Levanto los ojos del suelo y me doy media vuelta al recordar ese momento en el que caí, miro hacia la dirección por la cual me pareció ver alguien acercarse a mí.

—Confía en ti —susurro a mí misma.

Con temor por todo el cuerpo comienzo a caminar hacia el edificio que está frente a mí, no puedo evitar mirar hacia la azotea como si eso me diera seguridad, como si mirarlo ahí arriba me diera fuerza. Noto el cielo nublado así que me apresuro a llegar dentro. Cuando subo cada uno de los escalones recuerdo aquellas tardes después de terapia y las noches furtivas donde este era una especie de "nuestro hogar". La luna nos refugiaba arrullándonos con su silencio y nos alumbraba con sus estrellas; beber un café cargado era lo más rebelde que podíamos hacer. Compartir historias que solo nosotros dos podríamos entender, que solo nosotros contábamos con miradas y silencios infinitos; consuelos que se llenaban solo con una caricia sutil en la mano; abrazos forzados pero que al final terminaban dando más calor que cualquier tarde de verano.

La suela de mi teni al fin toca el último escalón que me dirige a la azotea, antes de abrir miro hacia atrás para asegurarme que no haya nadie aunque sé que no lo habrá porque en ningún momento me crucé con algún inquilino. Respiro hondo antes de empujar aquella reja de metal y salir a esa posible realidad que muy dentro de mí anhelo, porque no es solo la inquietud por despejar mi duda. Doy el primer paso fuera, levanto la mirada al dar el segundo, pero el tercero es solo un suspiro desganado al encontrarme con una azotea sucia y vacía sin rastro de que alguien la haya visitado en mucho tiempo. De todas formas termino por salir para acercarme a la orilla a mirar hacia las demás azoteas y encontrar alguna posibilidad de que me haya equivocado lo cual dudo solo un poco. Termino el cigarrillo y de nuevo me dispongo a salir.

Al cerrar la reja me quedo sentada en uno de los escalones para reposar las piernas un momento. Al fin tomo la ridícula idea de preguntar en el apartamento que creo que es de él, sé que será un total fracaso porque...

Dejo de pensarlo y toco la puerta antes de acobardarme.

Espero unos segundos para volver a tocar hasta que escucho la puerta quitar el seguro y mi corazón comienza a latir desenfrenado.

—¿Si? —una señora de unos 40 años se asoma.

Abro la boca intentando articular palabra.

—¿Usted es la madre de Nicolas? —. Aprieto las manos con fuerza al escuchar la estupidez que he dicho.

La señora frunce el ceño.

—Creo que te equivocaste de edificio chica —acomoda sus lentes y me mira esperando una respuesta —. ¿A quién buscas?

—A, a Nicolas un chico como de mi estatura de cabello oscuro un poco largo —... hago un pausa cuando comienza a negar la cabeza — O, a dos niños pequeños como de 7 años son amigos, creo que viven en este mismo edificio.

SOBRIA, DANGER...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora