CAPÍTULO 60

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Una oleada de viento levanta mis pestañas obligándome a abrir los ojos. Los rayos cegadores del sol bañan mi pálida piel, despiertan mi rostro y me devuelven a la realidad que he creado. Antepongo mi mano frente a aquel astro luminiscente que no creí que existiera en este nuevo destino. Elevo la cabeza unos cuantos centímetros para despegarla del suelo. Las yemas de mis dedos entran en contacto con el rocío del verde pasto que abraza el resto de mi cuerpo.

Mis ojos miedosos de lo que puedan encontrarse se entrecierran en precaución. Mi templo viste un delicado vestido aperlado hecho de seda. Lo acaricio con miedo a estropearlo, los finos hilos del que está hecho se envuelven en la punta de mis dedos.

Me pongo de pie con un poco de esfuerzo. Mis pies acarician el húmedo pasto que está bajo de ellos, muevo los dedos intentando que se acostumbren a aquel nuevo suelo por el que las almas caminan. Miro a mi alrededor, todo luce angelical y muy limpio. El cielo es del azul más precioso que mis ojos han visto; el jardín inmenso guarda bellas florecitas y miles de mariposas a lo lejos; el sol irradia un brillo alucinante, no es caliente, tiene una temperatura perfecta. Todo es perfectamente bello en este lugar.

Una leve capa blancuzca de paz puede vislumbrarse al entrecerrar los ojos, el aroma a hierba recién rociada se impregna en mis narices, el aire te envuelve en un canto angelical y solo trae consigo pequeñas hojas de lo que solía ser una flor.

—¿Danger? —la voz me avisa que el sonido también es más suave y orgánico aquí.

Mi vestido se extiende por el aire al darme media vuelta en busca de esa voz. Mis ojos se abren al mismo tiempo que mis labios desprenden una sonrisa inmensa llena de amor en cuanto diviso a unas ondas castañas rebotando en los hombros de un vestido perfectamente blanco.

¡Esther!

Me arrojo en sus brazos con gran regocijo. Ella me recibe con los brazos total y calurosamente abiertos, desprende la risa de felicidad más bella que mis oídos han escuchado nunca. Nuestras voces se elevan formando una melodía en medio de ese campo lleno de paz.

—Te extrañé tanto —canturreo sin siquiera derramar una lágrima.

Acaricio su sedoso cabello, mis dedos surfean en aquellas hebras castañas. La tomo por los hombros y palpo su piel asegurándome de que es real.

—No entiendo, ¿qué haces aquí? —su frente se arruga pero sin rastro de enojo. Me toma por los brazos delicadamente y no es hasta entonces que noto mi peso, estoy bastante delgada— ¿Qué sucedió?

—No te preocupes, yo quise estar aquí —con esas palabras le digo todo. Ella sabe a qué me refiero.

—Yo sé que tú quieres estar aquí pero aun no era momento, debes regresar.

Sus palabras atraviesan mi pecho porque hasta entonces no había sentido ningún tipo de arrepentimiento.

—Yo quiero estar aquí...

—¿Cómo está Eli? —su aliento acaricia mi mano que posiciono en su rostro.

—Ella estará bien, ambas sabemos que ella es la más fuerte de nosotras —soltamos una risita sutil.

—¿Y Diego? —sus bellos ojos se entornan al pronunciar el nombre de su amado.

—Él es muy valiente, no dejó de ir a terapia y ahora es quien alienta a todos para salir adelante.

—Lo sé, él tiene un corazón precioso.

Nuestros ojos se aferran a esta amistad que sobrevive por los cielos y sobrepasa a la vida misma. Con esa mirada cómplice nos decimos todo aquello que no pudimos decirnos en persona. Los abrazos sobran cuando las ventanas de nuestros rostros saben entenderse sin una ráfaga de viento.

SOBRIA, DANGER...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora