CAPÍTULO 49

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Miramos al cielo para escapar de la tierra tan solo un momento. Nos visualizamos abriendo las alas invisibles que están plantadas en nuestras espaldas, aquellas alas que no descubrimos hasta que esa venda cae de nuestros ojos. Sacudimos todo ese plumaje para emprender vuelo, pero cuando intentamos abrirlas nos damos cuenta de que no es como lo imaginamos. Nuestras alas pesan sobre nuestra débil y erguida espalda, sobre nuestros hombros caídos llenos de pesares. Después nos enfrentamos con que en realidad no sabemos cómo desprender los pies de la tierra, no sabemos volar porque nunca antes lo hemos hecho. Olvidamos que el volar y ser libre también es un proceso en el que tenemos que tomar fuerza, caminar metros atrás, prepararnos para dar los primeros aleteos y después aventarnos a aquel vacío. Mis alas, nunca se abrieron.

Justo cuando comenzaba a saborear la libertad, cuando tomé vuelo y me aventé hacia ese vacío, me gritaron verdades fulminantes cuando yo ya estaba cayendo. Lo único que pude hacer, fue encogerme y resguardarme en mis propias alas. La dura caída las dañó y ahora están rotas.

Tony me mira con miedo, desesperación y ansias. Sus ojos reflejan a una niña llena de sueños rotos que llora desgracias y respira mentiras dañinas.

—Danger —... Se acerca unos pasos para tomar mi mano e instintivamente me alejo. Siento las piedrecitas del pavimento encajarse en las palmas de mis manos. El ardor no llega ni siquiera al primer nivel del fuego que arde en el resto de mi cuerpo— Danger, ven...

Desvío los ojos hacia el fondo de la calle. Una silueta bien parecida se aparece en mi nublosa vista. Mi corazón late con una frecuencia más intensa cuando al fin logro enfocar en aquella figura.

Me pongo de pie casi de inmediato. Mis piernas tiemblan, así que caigo un par de veces pero apenas logro alcanzar el equilibrio acelero el paso hacia esa dirección; mi paso se curvea en toda la calle, no logro caminar en una línea recta. Mis pocos ángeles me sostienen de los brazos cada que mis demonios me empujan para caiga de nuevo al pavimento.

—¿Qué carajos acaban de hacer? —logro escuchar que Tony reclama al mismo tiempo que una botella cae al suelo.

Los metros se convierten en kilómetros para llegar hacia la punta de esa calle. El aire de la noche me anima a seguir, me susurra que falta poco y yo le contesto que no puedo más. Un poco de alivio se impregna en mi cuerpo cuando lo miro caminar, después correr hasta mi dirección. Hago lo mismo pero con torpeza. Acelero el paso.

Por favor, abrázame ya.

Por favor, no dejes de abrazarme.

Por favor, dime que tú si eres real.

Ese par de brazos acogedores me recibe como si no nos hubiésemos visto en años. Su aroma me embriaga de manera inmediata hasta hacerme perder la consciencia. Mi mente se desconecta dejando a la deriva a mi frágil cuerpo.


Mis ojos se abren de par en par en medio de una calle desolada. Los interruptores de mis sentidos se botan y en cambio, los de mis sentimientos suben hasta el tope. El suelo es inestable, como si un terremoto azotara aquel lugar que está deshabitado. El brisa es terriblemente escalofriante y el silencio aterrador.

Mis pies buscan un camino que me guíe hacia una salida, una entrada, o al menos un atajo. Lo único que logran es acercarse mucho más al lugar de donde proviene esa vibración que azota el pavimento; un enorme agujero hecho en lo que parece el punto medio de ese lugar. Como si aquel agujero tuviese vida propia, ruje con furia y desprende humo como motor echado a perder. Asomo la cabeza tan solo un poco, una angustia congelante se instala en mí.

—No, te juro que no fue mi intención —mis ojos se despegan lentamente de aquel hoyo cuando una voz detrás de mí se hace presente—. Yo no sé qué me sucede, no debí decirte esas cosas.

SOBRIA, DANGER...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora