CAPÍTULO 32

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En muchas ocasiones cuando algo se cruza por nuestro camino y estropea nuestros planes nos enojamos lo suficiente como para no volver a saber más sobre eso. Creamos una barrera invisible frente a ese alguien o algo con tal de protegernos del daño, sin embargo la coraza que nos cubre suele quebrantarse cuando flageamos por un segundo. Solo un segundo es suficiente para que te replantees que tan dispuesto estás a olvidar aquello que te hizo daño, porque de manera involuntaria vuelves a aferrarte a esa oportunidad si no eres lo demasiado valiente para dejarla ir. Al fin le tomas la palabra a todas esas personas que te han dicho que las oportunidades solo se dan una vez en la vida; al fin comprendes todos esos dichos y refranes sobre hacerle frente al presente pero, ¿qué sucede si no sabes si lo que estás viviendo es una realidad?

Coger aire de nuevo me costó aún más trabajo que cuando suelo correr por kilómetros seguidos; recomponer mi respiración fue más difícil que al tener un ataque de ansiedad; abrir los ojos me pesó más que todos esos días en los que estuve inconsciente, y la caída que me di en el pavimento fue más dolorosa que las veces que había imaginado el dolor de aventarme de un edificio.

Jaz tan solo tardó un par de segundos para bajar hacia mí con mucha torpeza averiguando que me sucedía, pero no pude ni articular palabra por lo pasmada que estaba. Lo único que pudo hacer —que agradezco— fue pasarme la botella que estaba cerca. Bebí justo después de retirar las manos del rostro pero sin abrir los ojos. Cuando al fin pude deshacer el nudo de mi garganta con aquel liquido ardiente, me atreví a abrirlos para mirar de nuevo al frente.

Claro que ya no estás.

Cogí mi mochila de prisa para huir de ahí antes de que Tony y Brian salieran de nuevo. Jaz no mencionó nada, lo último que hizo fue asentir con la cabeza varias veces al notar que yo estaba dispuesta a irme.

El camino a casa me resultaba tan confuso como todo lo que estaba dando vueltas a mi cabeza. Sin disimular solo arranqué a correr hasta llegar a la esquina donde juré que lo había visto. Miré hacia ambos lados de la calle pero estaba desolada. Mi respiración era lo único que se escuchaba en ese lugar, eso me causaba desesperación. Tomé camino por el lado contrario a mi destino para salir hacia la avenida, pero antes miré la hora en el reloj, son diez para las tres. Arranco el paso para llegar lo más pronto posible a la avenida y obligarme a encontrar el camino hacia aquel lugar donde guardo la esperanza que una taza de café amargo y una noche estrellada me esperan.

Trago saliva al sentirme confundida y no saber a dónde ir, no puedo tomar un taxi porque no sabría cómo dar la dirección. Puedo ir a pie, lo hemos hecho antes, no es muy lejos, puedo hacerlo. Toco mi rostro para apartar el cabello de mi mejilla, entonces siento que están húmedas por las lágrimas que me han abandonado.

Mi sueño... Miro hacia el cielo y la luna ilumina mi rostro, así que confío en ella, es lo único que me queda. Arranco a correr hacia la dirección que creo correcta, siento mi mochila brincar en mi espalda y entonces me arrepiento de haberla cargado de cervezas, pero no soy capaz de dejarla así que la ajusto más sin alentar el paso. Me cuesta mantener el ritmo con la respiración, porque llorar y correr al mismo tiempo no es una tarea fácil pero controlarlo ahora no es algo que pueda hacer. De momentos me detengo en los cruces de las calles para decidir hacia donde avanzar, pero solo logro sentirme más confundida, así que cada que me decido miro hacia la luna como si pudiera darme una señal de si estoy en el camino correcto. Después de veinte minutos de confusión logro mirar aquellos edificios y sé que el rostro se me ilumina por completo, solo me tomo diez segundos para recuperar el aire y sigo al sentirme mareada por el alcohol, espero no vomitar. Llego al fin a una de las canchas de basquetbol, me quedo en medio de ella mirando hacia todos los edificios del alrededor tratando de adivinar cuál de todos será, arrojo mi mochila al suelo para no sentir ese peso. El aire y el sonido de las hojas es lo único que me brinda esta noche. Giro, giro y giro sin decidirme por el edificio correcto.

SOBRIA, DANGER...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora