CAPÍTULO 56

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¿Cuál es la cura de dejar a alguien muerto en vida? ¿Por qué todos me miran con lástima? Solo recuerdo haberme dormido en mi habitación después de una larga tarde vacía de alcohol. Solo sé que desperté de aquel trance cuando unas gotas que no eran mis lágrimas resbalaban a los costados de mi rostro, miré hacia atrás para mirar a Susy y entonces descubrí que me dolía la cabeza, el cuerpo entero. Era extraño sentirse cansada sin haber hecho absolutamente nada, sin no haber hecho más que quedarse durmiendo todo el día de manera obligada porque así es la única manera de mantenerme en sobriedad. Creo que de nuevo esa sustancia se apoderó de mis labios, creo que nunca voy a poder controlarla ni dejar de desearla. Es que es lo único que calma mi sed de sufrimiento.

No entendía lo que pasaba, ni por qué mamá me miraba como si tragara clavos, ni por qué Di me cargaba en sus brazos para dejarme sobre esa áspera cama que sufre mis pesadillas junto conmigo. Algunas cosas tomaron sentido cuando Susy me dijo que me sentiría cansada, que me dolería el cuerpo y que si tenía ganas de vomitar le avisara. No entendía por qué tendría ganas de vomitar si ahora no me siento pesada. Tampoco entendía sus lágrimas, ni las notas desafinadas en cada palabra. Solo sé que me duele la cabeza y que quiero dormir eternamente.

Mis ojos aún lucen desorbitados y perdidos en la carrera de gotas que compiten en el cristal del balcón. Las gotas a veces van a la par y a veces no, a veces permanecen inertes y otras veces se adelantan. Las mías ganan esa competencia porque no dejan de correr a lo largo de mis mejillas hasta humedecer mi sábana. No entiendo porque solo pienso en gotas y en pecados. Creo que es de lo que estoy hecha.

Tampoco comprendo porque me sentí destrozada y confundida cuando comencé a ser consciente de que mi cuñada estaba lavando mi desnudo cuerpo. Mis extremidades no tenía el coraje de encogerse para cubrir mi torso, solo permanecieron extendidas y flojas navegando en la suciedad y el jabón. Al ponerme de pie para salir de la bañera el dolor se intensifico, sentí que iba a desmayarme. Susy me tomo de la cintura, me dolió, creo que mis costillas están ya bastante visibles. Me envolvió en una toalla como se les envuelve a los bebés de dos meses; llamó a mi hermano y él me tomo en brazos. Hace mucho que no lo hacía, sin embargo, no fue como antes.

Últimamente los pasillos han cobrado vida, el pasillo hacia mi habitación se la vive susurrando cosas sobre mí, cosas que no debería saber. Creo que a dicho pasillo se le olvida que mis oídos aún funcionan. Lo último que escuché antes de que la madrugada cayera, fue que me llevarían a una terapia nueva dos veces por semana y que esos dos días serían mi nuevo infierno. También dijeron que mañana seguiría agotada, que papá vendría a cuidarme porque ellos irían a la iglesia. Le dije al viento que tal vez papá no sería el más indicado para esta tarea, pero si ellos dicen que seguiré agotada, tal vez tengan razón.

Respirar es una tortura para mí, es un esfuerzo pesado. Mencionar palabra ni se diga y moverme está fuera de mi vocabulario. Lo único que sigue teniendo voz es mi mente, ella nunca se detiene. No puedo recordar esta tarde, pero si las tardes, mañanas y noches de hace unos años. Ni siquiera puedo luchar con esos amargos tragos, no puedo hacerles frente, mis piernas están rotas.

Los demonios se carcajean cuando deciden aventarse un maratón de insultos en la televisión de mi cabeza. Cambian de canal pero no de tema, todos hablan sobre lo mismo; sobre las veces que él arruinaba mis momentos bonitos.

Un día en la playa, el sol bañaba nuestro amor y nuestras pieles sedientas de mar. Mi cuerpo lucía tan jodidamente bello en un traje de baño amarillo, pero eso a él no le parecía lo más adecuado. Me reclamó porque algunos ojos ajenos me miraban, me echó la culpa de atraer esas miradas hacia mí. Me jaloneo en "broma" y después hizo que me cubriera.

...

Esa noche en la presentación de Charlie, arrancó el gorro de mi cabeza cuando acabó su cigarrillo. Dijo que lo odiaba, que me sentaba muy mal, que no lo volviera a utilizar. Me hirió por completo. Mis labios también sabían a humo de desilusión.

...

La mañana era lluviosa aquel viernes antes de que él saliera hacia el banco. Habíamos discutido porque creía que estaba engañándolo, dijo que estaba harto de que bebiera como una alcohólica necesitada. Me quemó con su tabaco por última vez y antes de irse me pidió perdón, el último perdón.

...

Dos días antes había acabado conmigo, no sé cómo pude olvidarlo antes. Ese día es el vivo retrato del boceto de las costillas moradas. Estábamos solos en su casa, él me reclamaba porque ya no quería estar más con él. Se enfureció tanto... amenazó con matarse si lo dejaba. Dos días. Dos días después, la muerte lo alcanzó.

...

Ya no necesito más de este dolor.

Cuando estoy a nada de dejarme vencer, esas manos cálidas me abrazan el rostro en medio de esta tormenta. Por favor, deja de ir y venir.

—¿Dan? —esos cristales se funden cuando ven el calor en mis ojos.

No puedo mencionar silaba alguna, solo puedo mirar como mi universo se derrumba. No puedo regalarte palabras.

—¿Qué... cómo estás? —. Sus ojos buscan señales de vida en los míos— ¿Quieres que me quede? —las flores muertas de mis ojos comienzan a notarse.

Con un sutil movimiento de la cabeza le hago saber que deseo con mis pocas fuerzas que se quede aquí. Mi petición es regocijada en un abrazo repleto de paz. Sus suaves manos alisan mi cabello más no mis pensamientos.

La culpabilidad invade los recovecos de mi cuerpo, explota en el llanto acelerado pero silencioso que me permito externar porque prefiero que mis últimas lágrimas se las lleve él.

—Aquí estoy... aquí estoy —el susurro de sus labios adormece a mis demonios—. Perdón por ser tan cobarde y distinto a ti, por no darte lo que esos ojitos me ruegan...

Las astillas de mi garganta raspan esta entrada que quiere externar mis pensamientos. Aunque escupo sangre, decido intentarlo.

—Yo... —esas dos letras se roban parte de mi alma— lo siento —mi cabeza se despega de la cama.

—No, no, no, tienes que descansar. No tienes que disculparte, yo comprendo —su voz suena apagada dentro de esos gritos de auxilio—. Quiero quedarme aquí si de mí dependiera tu sufrimiento, quisiera ser yo quien carga todo ese dolor.

Me alegro de que el dolor sea intransferible, pero a veces es inevitable.

—Mañana...

—Lo sé —se adelanta a mis palabras—. Ya es veintidós, y si quieres me quedaré aquí —sus labios se aferran a mi mano para depositar un beso de esperanza.

Niego con la cabeza sin despegarla de la cama.

—Tengo que luchar esta batalla... yo sola —acaricio el lugar donde depositó el beso—. Solo quédate hasta antes que el sol salga —estiro la mano para tocar su rostro y hacerlo real una vez más en mi cabeza—. Tienes que contarme como saluda el sol en lo alto de la azotea.

Mi petición lo hace derrumbarse. Su rascacielos colisiona con un chasquido de dedos. Mi amor imaginario rompe las cadenas que encarcelan sus labios, hunde su cabeza en mi cuello y deja que sus sentimientos se hagan líquidos.

Los sollozos retumban en los recovecos de mi mente. Su llanto es el sonido más desgarrador que escucho en vida, creo que cargaré con él por siempre.

—Gracias —susurro jugueteando débilmente con sus dedos— porque a pesar de que te ibas, nunca me dejaste sola...

—No...

—Te quiero.

—No hagas eso por favor...

—Te quiero, Nicolas.

SOBRIA, DANGER...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora