NICOLAS NARRA:
DOS AÑOS Y DOS DÍAS ATRÁS.
El coraje sube en un mil porciento a lo largo de mis brazos; mis débiles pulmones batallan para procesar el aire que entra y sale de ellos con mucha velocidad; mi corazón bombea sangre tan rápido como un tren bala; mis sienes palpitan temerosas de no poder auxiliar a mis pensamientos alentadores a hacer algo que jamás he hecho. Cada paso en aquel pavimento húmedo se convierte en una de las lágrimas que he visto derramar a Dan, es también, cada gota de alcohol que su cuerpo ha aceptado para ahogar las mariposas y sanar los hematomas. Sus palabras me aturden las neuronas, gritan con desesperación en aquel barco de verdaderas ilusiones falsas que está hundiéndose en el fondo del océano vacío de amor.
—Otra vez... de nuevo lo hizo —sus brazos aferrándose a mí—. Le dije que iba a decirle a mi familia pero... perdón por hacerte esto Nicolas...
Esas palabras se esfuman de mi cabeza convirtiéndose en aquel dolor que se aloja en mi pecho. Hace dos días que no veo a Danger, hace dos días que me lo dijo. Lo último que dijo antes de irse ese día, fue que tal vez estaba condenada a mantener en secreto el dolor que solo él sabe causarle. Dijo que no sería justo para mí, esperar a que ella estuviese lista para levantar la voz.
—Mi niña, yo no te estoy presionando para nada. Solo no quiero que te haga más daño, déjame ayudarte Dan...
—Nadie puede ayudarme Nicolas...
Y eso fue lo último con lo que me dejó.
Tony me dijo que también se lo contó a él, pero ella le rogó que no le hiciera nada malo, que le diera tiempo. Pero el tiempo la está acabando.
Ya no puedo mantenerme al margen de todo esto, no puedo sentarme a ver como destruyen a la chica que merece el cielo entero. Odio la idea de que su corazón se caiga a pedazos cada que escucha el nombre de ese idiota. Quiero abrazar sus partes para mantenerlas unidas, quiero poder besarla sin temor a que ella sufra las consecuencias, quiero poder llamarla por las noches antes de que duerma, quiero llevarla a la azotea y mirar a mamá desde ahí. Quiero decirle que nada de eso va a sucederle conmigo, que puede salir del infierno en el que sus demonios la hunden, que puede dejar de beber antes de que sea tarde. Quiero que dibuje mi rostro, bailar el silencio, caminar en las nubes y correr bajo la lluvia. Solo quiero que podamos vivir libremente este amor, porque cuando ella me mira a los ojos me declara todo lo que sus tristes y embriagados labios guardan. Porque cuando está sobria no para de mirarme, no para de acurrucarse en mi hombro, ni de repetir mi nombre en voz alta porque dice que le encanta. Me encanta que mi nombre pueda ser acunado por esos bellos labios que aclaman besos con sabor a café y no con sabor a alcohol. Incluso si ella no quiere estar conmigo voy a aceptarlo con todo el peso de mi corazón, solo quiero que salga de ahí lo antes posible.
Mis pies se anclan al pavimento en cuanto mis ojos se encuentran con ese cigarrillo en los labios. Mis hombros y puños se tensan, mis pensamientos buenos se desvanecen, los gritos de Dan pidiendo auxilio, pidiendo un "Te amo", se alojan en mi cabeza. Esas lágrimas, esos hematomas, esos golpes, ese dolor. Todo da vueltas a mi alrededor como si me susurrara al oído "hazlo pedazos".
Y por un instante no pienso en mi madre, ni en mi enfisema, ni en Danger, ni en las consecuencias, solo pienso en que quiero arrancarle aquel tabaco con el que daña las piernas y la espalda de mi niña.
Todo sucede en un segundo, en un abrir y cerrar de ojos.
—Eres un maldito imbécil —grito con coraje en los ojos cuando él voltea hacia mí con el teléfono en la oreja.
Ni siquiera le da tiempo de contestar, solo frunce el ceño un segundo porque al siguiente yo estoy encima de él, con los puños hechos lava y los labios maldiciendo cada parte con la que daña un corazón noble. Su cigarro y su teléfono caen al suelo. Lo golpeo una y otra y otra vez hasta que mis pulmones hacen acto de presencia y reclaman oxígeno. Mis malditos pulmones me traicionan, porque eso le da tiempo a él para darme la vuelta y devolverme las palabras a la boca. A un costado me percato de que unos oficiales que se encontraban estacionados afuera, llegan corriendo para calmar el asunto. Gritan que nos detengamos, pero él no se detiene. Mi vista comienza a nublarse, mis pulmones a darse por vencidos y lo último que logro ver en esa dirección, es el gesto de negación desesperada de un oficial cuando su compañero saca su arma sin razón alguna.
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SOBRIA, DANGER...
Teen FictionMis manos tiemblan, el corazón comienza a latirme más rápido, su voz... El móvil cae de mis manos. En la pantalla ha dejado de correr la llamada y solo puede verse su nombre, quien diría que sería la última; quien diría que incluso estaría con él ha...