CAPÍTULO 55

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SUSY NARRA:

Te conocí cuando eras tan solo una niña con sueños y esperanzas impregnadas en la piel, apenas eras una chica recién ingresada a secundaria. Tenías miedo. Miedo de no hacer amigos, o de no caerle bien a nadie, pero cuando supiste que él estaría en la silla justo alado de ti, todo se tranquilizó. Al principio me odiabas, sabía que escribías cartas para tu hermano en donde le decías que querías ser su hermana pequeña por siempre, tú no querías perder su amor. Con el paso del tiempo aprendiste a quererme, a confiar en mí, a tomarme de la mano y contarme "cosas de chicas" que Didier nunca entendería. ¿Por qué no me contaste eso? ¿Por qué no me contaste que sufrías?

Estuviste ahí para calmarme los nervios el día de mi boda, estuviste cuando comencé a trabajar en el hospital, cuando mi primer paciente se recuperó. Estuve ahí cuando me preguntaste como poner un preservativo, o como besar a un chico, como estar segura si era el indicado. Siempre estuvimos pero algo se rompió. Un día solo creciste y dejaste de contarme como te sentías y qué era lo que pensabas. Nos fuimos y te dejamos en casa pensando que todo estaba bien, después comenzaste a beber sin razón aparente. Cariño, tú estabas sufriendo y yo estaba...

Cuando Charlie ingresó al hospital por la sobredosis, tú estuviste acompañándolo y yo sabía que habías comenzado a beber, pero no tenía idea de que era algo grave. Unos días después me viste. Viste a quien considerabas tu hermana mayor cerca de alguien más que no era tu hermano. Te decepcioné y te rompiste en medio de ese reclamo que me recitaste. Gritaste lo mucho que te dolía, gritaste en un auxilio que yo no entendí. Me llamaste perra y me lo merecía porque tu "hermana" mayor acababa de romper a tu familia.

La muerte de ese chico fue el detonante. Me gritabas a escondidas cuando intentaba acercarme a ti. Cantabas maldiciones y me susurrabas ofensas que se alojaban en mi cabeza, rondaban y rondaban mientras estaba con tu hermano. Me pediste que le dijera la verdad. Nunca pude hacerlo.

Te vi caer en el hospital más veces de las que quise. Cuando te daban la alta, mi guardia era un infierno. Lo peor que podía imaginar era recibir la llamada de emergencias, ver llegar el auto de tu madre o verte postrada en una camilla con mis colegas a tus costados intentando reanimarte. Mi infierno se hizo realidad unas cuantas veces. Entrabas inconsciente, bañada en sangre y alcohol, con los brazos llagados y el corazón débil. Le suplicaba al médico que hiciera todo lo posible en caso de que fuera necesario. Buscaba la manera de colarme para entrar a atenderte yo misma pero eso no sucedía, él me lo impedía, me abrazaba e iba de mi parte. Ponía en sus manos parte de tu recuperación. Otras veces era a mí a quien le tocaba llevarte hacia el hospital. Mi petición ya era sabida por medio hospital, ellos te atendían de inmediato sin peros.

Nunca antes ningún paciente me ha roto el corazón como tú me lo has roto.

Tus suplicas no saldrán de mi mente, aun cuando me rogabas que se quedaran en el hospital. Me pedias con dolor que no te regresen a casa, que no te regresen a la soledad.

—Dile a Danger que baje —Karina se dirige hacia mí mientras mete un par de cosas al auto.

Infesto de aire mis pulmones antes de dar paso hacia la habitación de Dan. Ella ya sabe que hoy es el día, pero no sabe a ciencia cierta lo que le espera.

—Dan, es hora —me asomo a su habitación.

Está echada en su cama. Su delgada cintura me atormenta, sus brazos y piernas se miran tan de cristal, tan frágiles. Sus ojos se pierden en el espejo que está frente a ella. Sé que su reflejo es distinto en su cabeza, es más cruel, crudo, infame. Es así como cree que es ella. Ella está equivocada.

—Tenemos que bajar, mamá está esperando —acaricio su cabello y tomo su mano para que se ponga de pie.

La vida se le va en la súplica que derrama en una gota.

SOBRIA, DANGER...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora