Parte 64: La repartición

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Con el alzamiento del muro que enterraba a su emperador, los demonios no pararon de intentar derrumbarlo para poder rescatarlo. Pero los miembros de la alianza había invertido todo el mana que les quedaba con tal de que su esfuerzo fuera en vano. Los más hábiles magos reforzaron la tierra hasta el punto en que ni siquiera las espadas más fuertes lograban dejar un corte en ella, mientras que otros crearon sistemas mágicos con tal de que el muro se reconstruyera por si mismo.

Fue así como, después de un largo tiempo, el ruido de los golpes contra la tierra en el lado de los demonios comenzó a ser sustituido por gritos de furia y rencor. Pero, por mucho que quisieran continuar con la lucha contra la alianza para poder vengarse, ya no había manera de hacerlo. El muro había cerrado para siempre el único camino que había entre el territorio reconquistado por la alianza y el habitado por los restos del imperio demonio. Gracias a eso, la gran guerra llegó a su fin.

Si bien los demonios siguieron atacando los territorios cercanos a la Sierra de la Bestias, solo eran pequeñas escaramuzas, ya que la increíble cantidad de criaturas de la misma Sierra y el terreno de esta no permitían el paso de grandes grupos. Debido a eso y al poco efecto que tenían los pequeños ataques, no paso mucho tiempo antes de que los demonios detuvieran todos sus movimientos.

En ese momento, la alianza celebró su victoria. Después de largos años de lucha y sufrimiento, lograron triunfar sobre sobre el imperio demonio. Las celebraciones duraron semanas y se extendieron por gran parte de Monogi. Jamás se había visto tanta alegría y felicidades; hasta el punto en que individuos de distintas razas, que anteriormente solo se veían en el campo de batalla, se abrazaban y bailaban juntos, olvidando totalmente los antiguos rencores. 

Pero los hombres más sabios de la alianza sabían que llegaría un momento en que la emoción se enfriaría y volverían a resurgir los problemas que la guerra contra los demonios había enterrado. Así que, con tal de evitar volver a repetir el pasado, decidieron aprovechar el momento y construir un nuevo futuro.

Sabían que la razón que había detrás de la guerra entre las razas era principalmente por el territorio: Monogi tenía territorios con recursos muy variados entre sí por lo que, si una sola raza quería desarrollarse de la mejor manera posible, necesitaría conquistar casi todo Monogi. Pero eso no era una opción ya que todas las razas buscaban desarrollarse.

Y la creación de una nación que agrupara todas las razas también era algo imposible: las anteriores guerras habían dejado heridas tan profundas que solo el tiempo podía llegar a curar. Y tiempo era algo que no tenían en ese momento.

De esa manera, concluyeron que lo mejor sería dividir los territorios de Monogi de tal manera que cada raza recibiera una parte y, aprovechando los lazos que se habían creado en la alianza, desarrollar el comercio de tal manera de que todas las razas pudieran acceder a la mayoría de los productos procedentes de cada territorio.

Pero uno de los mayores problemas de esa idea era decidir que raza se quedaría con cada territorio. Era bastante obvio que había territorios mejores que otros y las razas no aceptarían fácilmente una repartición que no vieran justa. Pero la guerra contra el imperio había creado la solución perfecta a ese problema.

Nadie podía negar que no todas las razas participaron de la misma forma y en la misma cantidad en la guerra y, como ya se conocían los resultados provocados por algunas decisiones, se podían clasificar a las razas por su importancia en la guerra y de esa manera repartir el territorio. Siguiendo esas ideas, la alianza comenzó a repartir las tierras de Monogi. 

En primer lugar, y sin que fuera sorprendente, la raza que primero eligió su territorio fuimos nosotros, los humanos. La razón bastante simple: el héroe, aquel que los guió a todos en la guerra y le dio el golpe final al Emperador Exousía, era un humano. Gracias a ello, la raza humana eligió el territorio que hoy forma a nuestro reino, el reino Kerdizontas, que corresponde a la parte central sur del continente, hogar de la montaña más alta y amplia del continente, Anotatos. 

Luego, siguieron las razas de los elfos y los enanos. Los primeros, eligieron la parte sureste, dominada por el bosque más grande de todos, y los segundos, la parte suroeste, un territorio reconocido por su riqueza en cuevas y minas. Los gigantes, por su poca participación y numero, recibieron el territorio que correspondía a una cadena de montañas al oeste. Finalmente, las razas de los hombres bestia se repartieron el territorio restante que, si bien en conjunto era mucho más amplio, también era mucho más pobre en recursos y con lugares difíciles de habitar. Pero no podían quejarse, pues sabían que ellos eran los que menos habían ayudado a la alianza y hasta algunos de ellos se habían aliado con los demonios en algún momento, por lo que sabía que no podían pedir algo mejor.

Además, como castigo de oponerse a la alianza, algunas de estas razas de hombres bestias fueron encargadas de habitar y proteger los territorios cercanos a la Sierra de las Bestias, con el objetivo de controlar los movimientos de los demonios. Si bien esos terrenos no eran tan malos, si por alguna razón los demonios iniciaban otra guerra, ellos serían los primeros en ser atacados y destruidos.

Una vez los territorios fueron repartidos, se dio lugar al nacimiento de diversas compañías de comercio que, aprovechando que la celebración de la victoria mantenía a los lideres de las razas en un mismo lugar, comenzaron a diseñar las rutas de comercio que permitiría que las razas pudieran compartir los recursos de sus territorios con los de las demás.

Y así fue como, una vez la celebración de la victoria llego a su fin, se inició una era de paz y prosperidad, totalmente diferente a la era de guerras que había tenido lugar antes del inicio del imperio de los demonios. 


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