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11 horas en el atentado.


El sonido de los puños encontrando la piel de la chica, seguían resonando en los oídos de Dan, el que llevaba a la víctima cargada, camino al baño de aquella primera casa abandonada en la ya habían destruido una gran parte del cuerpo y el alma de la joven.

Con solo el hecho de estar llevando ahí, así, incómoda y apresuradamente a la chica cuyo peso a pesas contaba como pesado, sabía que el dolor en ella era más grande cada vez que sus pies encontraban el suelo con rapidez cada vez que se alejaba del círculo de los otros cinco. El salto hacía el dolor más grande, más punzante.

Pero la vio, vio cómo en la forma en la que se alejaban, la chica no dejaba de ver hacia atrás, hacia donde Trevor estaba, con sus puños apretados, vestidos de rojo carmesí, sus labios rotos por la presión de cada bofetada que le dio, y la forma en la que la lastimó con el alambre de hierro o con el propio vidrio. Lo que aquella sentía por el muchacho, era verdad.

Vaya pareja la que se habría modelado aquí.

Un psicópata con una chica cuyo amor por el criminal, dejaría que hiciera y deshiciera todo lo que él quisiera con ella. Cada golpe sería un beso, cada bofetada sería un abrazo, cada patada sería una forma nueva de respirar.

La chica era masoquista, ciega de amor, testaruda.

Y estaba enamorada, vaya que lo estaba.

Y algo hizo voluntaria o involuntariamente para haber sido empujada a aquella situación, donde a diestra y siniestra, se había defendido de forma sorda, sin lograr nada. Era evidente que ella no era así, no iba a la defensiva.

No la conocía, pero sí que había notado cómo Trevor la tocaba con sus solas pupilas.

Cómo Trevor la tocaba con delicadeza con tan solo tres segundos de su mirada sobre ella, sin nunca acercarse, sin nunca tocarla en verdad, no, hasta hoy, no hasta que la colocó sobre la mesa del bar con fuerza, donde todo empezó, terminando con estrellarle sus costillas contra las escaleras, mientras la subía, la movía y la torturaba a los ojos de todo.

Los gritos de la chica eran fuertes, casi podría jurar cada uno que los gritos eran hechos solo para sus oídos, cuando las suplicas de que parara, eran solo de Trevor, acompañados de los suspiros ahogados.

El hedor y la humedad del lugar se concentraban con mayor fuerza ahí, donde estaban ahora, solos, donde la dejó en la tina, donde pensaba dejarla debajo del agua, sola, pero justo cuando empezó a inclinarse, el grito retumbó en su oído izquierdo. Su torso había crujido. No, sus costillas, algo cerca de sus pulmones, y muy abajo, cerca de su cadera.

Dan la vio mejor cuando la terminó de colocar dentro de la tina.

Lo que veía no podía ser verdad. Esto, todo aquello no podía ser cierto.

Uno de los ojos de chica, tenía un vaso sanguíneo roto, su párpado superior e inferior teñidos de morados y rojos, casi sin poder abrirlo bien, casi sin poder ubicar bien su mirada, pues estaba lloroso, inflamado y lloroso. Labios, sobre todo el inferior, tenía tres mordidas, inflamado y sin dejar de sangrarle por dentro y por fuera; el golpe de ambos pómulos eran más claro que el de su ojo; la frente le sangraba, tenía varios cortes por el vidrio.

Más abajo, por su cuello, la marca de las manos de Trevor y Grey ahorcándola, quedaron ahí, como cuatro estampas. Su blusa, la que tenía solo tres botones sobrevivientes, dejaba ver los demás golpes y largos trazos del alambre que usaron con ella. La falda de su uniforme prestaba a más, rota, sucia, como sus piernas, con rapones grandes en sus rodillas, trozos de vidrio que tomaron lugar en ellas; tenía tierra por todas partes, estaba empapada, sobre todo ahí, en la tina donde Dan la dejó. Sus dos tobillos, era más bien como si fueran de madera, mal logrados, golpeados con fuerza, estaban igual de morados con sus calcetas rojas y sus zapatos dejando ver parte interna de las mismas.

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