Capítulo 1

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MICHELLE

Mi noche, bueno pues la describiría con la palabra insomnio. Me acosté a las diez de la noche para poder descansar lo suficiente puesto que hoy sería un día duro, pero no fue el caso. Di vueltas y vueltas cambiando de posición. Bocarriba, bocabajo, colocando un brazo por debajo del cabecera, pero nada, tenia los ojos como los de un búho. Puedo calcular que entre todos los momentos en los que pude cerrar los ojos y dormir un poco, serían unas dos horas y poco en total. Después de todo supongo que el día antes de independizarte y salir de tu ciudad estas de los nervios, ¿no?

La alarma de mi móvil termina por sonar. Saco mi brazo envuelto por las sabanas y con la cara pegada a la cabecera, paso la mano por toda la mesita tirando varias cosas como una caja con pulseras, un pequeño oso de peluche hasta que al fin toco mi móvil y lo apago. Es ridículo ya estaba despierta. Me doy la vuelta colocándome bocarriba dejando caer los brazos a un lado y observando por ultima vez las estrellas perfectamente colocadas en el techo de mi cuarto. Hoy me voy a la universidad, lejos de mi casa, de mi madre para dejar atrás mi rutina de cada mañana, para formar una nueva. No voy a mentir, estoy bastante nerviosa pero la idea que cruza mi mente es la de pasar por una estudiante más. Visitar todos los días la biblioteca, mantenerme al días con los deberes, meterme en alguna practica. Lo que tengo claro es que intentare por todos los medios evitar las fiestas, el alcohol y a los chicos. No soy demasiado fiestera para que engañaros.

Mis últimos minutos de reflexión terminan y me dispongo a salir de la cama. Camino descalza hasta el escritorio, recojo la ropa que tengo perfectamente doblada sobre ella y voy directa al baño con los ojos entornados, procurando no chocarme con nada. Llego al baño y cuando enciendo la luz me obligo a cerrar los ojos por sensibilidad, pero poco a poco los abro acostumbrándome al cambio de luz. Cambio mi pantalón corto y mi camiseta gris de dormir por mis mayas negras de correr y una sudadera gris. Deshago mi moño como puedo. Mis ondulaciones castañas caen por mis hombros y las peino para terminar por hacerme dos trenzas boxeadoras. Me observo por un momento en el espejo quedando con las manos apoyadas en la encimera y veo mis ojeras que dan señal de no haber pegado ojo en toda la noche. Me lavo la cara por ultimo y salgo. Paso a mi cuarto y cojo mi móvil junto con los cascos.

Una vez bajo las escaleras busco mis zapatillas en el pequeño armario de la entrada y cuando las encuentro me las pongo atándome bien fuerte los cordones. Coloco mi música que suena por los cascos y acomodo mi móvil en el bolsillo de la sudadera, antes de salir.

Como todas las mañanas dejo mi casa atrás y salgo a correr en dirección central Park. Paso por todas y cada una de las famosas calles de nueva york esquivando a las personas que a las siete y media van directas al trabajo. Cada mañana veo como las personas que tienen una tienda están subiendo las persianas listas para abrir y los bares preparando ya cafés. Ahora mismo avanzo por la gran manzana concentrada en la música y repasando mentalmente que no me falte nada por meter en las cajas o ningún papel necesario para pedir la habitación. Podría describir mi nerviosismo con un dolor constante en mi barriga que no desaparece, y es que uno de lo motivos por los que salgo a correr es porque el canto de los pájaros, el ruido de las fuentes de central, e incluso el aire frío por las mañanas me ayudan a relajarme y poder pensar, pero parece que hoy no va a funcionar mucho. Más bien podría llegar a la conclusión de sentirme con un nudo en el estómago.

En cuanto el reloj me avisa de ya haber corrido los diez kilómetros matutinos, descanso cerca del lago y me apoyo sobre un árbol para estirar un poco. De vuelta a casa termino yendo como siempre a Café Grumpy, una cafetería que no queda muy lejos de mi casa. Saludo a Henry el chico que siempre esta a primera hora de la mañana y sin ni siquiera repetírselo me tiende mi capuchino con un pequeño chorrito de caramelo. A estas horas casi siempre hay gente, pero como son adultos que van directos al trabajo nadie se queda, todos se llevan su café, por eso mi mesa del fondo que da a la gran ventana por la que se ve toda la calle, queda libre. Espero a que el café se enfrié un poco y con los cascos aun puestos observo a la gente pasar. Esto es algo extraño pero que realmente me encanta hacer, quiero decir me fijo en las distintas personas he imagino en que trabajan, si tienen hijos, sus aficiones, en fin, me divierto imaginándome las vidas de otras personas.

HeridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora