Capítulo 37

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MICHELLE

– ¿Falta mucho? – les pregunto parando en mitad de la cuesta y llevándome las manos a la cintura. Creo que no siento las piernas.

– Cinco minutos, supongo. – chilla Emily que va liderando el grupo. No entiendo de donde saca tanta fuerza por la mañana.

– Como que supones – me indigno ante su respuesta frunciendo el ceño.

Vuelvo otra vez a caminar intentando pillarles el ritmo, pero me es imposible.

Hoy los chicos han sido quienes han organizado el plan de la mañana y su idea a sido cocinar unas hamburguesas con patatas, meter la bebida en una nevera de playa y subir hasta unos merenderos que por lo que he podido observar están perdidos de la mano de dios.

Puedo aseguraros con total certeza que llevamos una hora andando y exijo que me digan lo que realmente queda para llegar porque si no, juro sentarme aquí mismo, en medio de la cuesta arriba y comerme mi hamburguesa con patatas y disfrutar de mi refresco, aquí y ahora.

– Vale, creo que hemos llegado – chilla para que hasta yo que voy al final del todo pisándole los talones a Alice pueda escucharlo.

– Ya pueden valer la pena las vistas y estar buenas las hamburguesas que habéis cocinado, porque si no tendréis que bajarme entre todos – acelero el paso hasta colarme en el medio de todos y los aviso dejando clara mi amenaza.

– Menos mal que tu corrías diez quilometros todas las mañanas – inquiere James en un tono sarcástico.

– West me pasas el agua porfis – le pido ignorándolo.

Tomo un trago no demasiado largo y cuando mi garganta esta refrescada no me lo pienso dos veces. Inclino a botella y termino de vaciarla justo encima de la cabeza de James, viendo como le empapa toda la sudadera.

– Tranquilo, no hace demasiado frío como para que te resfríes – le digo cortante terminando con una sonrisa triunfal mientras tapo la botella y se la ofrezco de nuevo a West, quien me mirado sorprendido.

Tomo asiento en uno de los merenderos entre Thomas y Nate los cuales se están descojonando a carcajada limpia mientras siento como los ojos de James se clavan en mi rostro y siento un escalofrió. Pero luego lo veo como frustrado se pasa la mano por el cabello para retirar las gotas que le caen por la sien y se me pasa, mientras me rio con los chicos. Principito, las ironías conmigo no.

Alice y Nate se encargan de repartir las hamburguesas y los refrescos porque algunas de ellas van con queso y otras no. Cada uno nos la hemos puesto a nuestro gusto, después de que los chicos terminaran de hacerlas en la pequeña barbacoa de fuera.

– He pensado... – hago una breve pausa mojándome los labios con mi Coca-Cola – que esta noche podríamos salir de nuevo a ver las estrellas. Estuvo bien la otra noche.

– Me parece un buen plan, pero antes mi querido hermanito – lo mira fulminándolo – tendrá que aprender a diferenciar entre una estrella fugaz y un avión, además de repasar algunas constelaciones, porque hijo de mi vida no dabas ni una. – termina por acusarlo mientras le da un codazo y este se queja.

Cualquiera reconocería que son hermanos.

Después de comer y de quedarnos un rato charlando recogemos todos los papeles y las latas de refresco y cervezas, para tirarlos en una bolsa que nos llevamos para tirarla en los contenedores cerca de la cabaña.

Al final las vistas si han merecido la pena y todo porque cuando hemos llegado absolutamente todos los merenderos estaban libres y hemos decidido sentarnos en el más cercano al mirador, donde a nuestros pies teníamos un acantilado repleto de arboles debajo del todo con unas copas altas y preciosas. Aquello era un valle digno de fotografiar y para ello había decidido sacar mi nueva cámara a pasear.

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