Capítulo 5

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MICHELLE

Siento la cabeza pesada y me duele en cuanto escucho la alarma de mi móvil. Solo recuerdo que ayer Emily y yo después de zamparnos unas hamburguesas que estaban deliciosas. Como nota mental debería preguntarle a Emily donde las había pillado, más que nada porque detesto tener que cocinar cosas más elaboradas que unos sándwiches y no puedo pasar todo el curso alimentándome solo de ellos. Después de cenar las dos quedamos hablando hasta que acabamos cayendo rendidas y nos dormimos.

Termino por alargar el brazo de mala gana y maldiciendo entre susurros, hasta alcanzar mi móvil y apagar por segunda vez el sonido que cada día detesto más. Como segunda nota mental del día, debo cambiar el sonido de la alarma de mi móvil sino terminaré un día por lanzarlo al otro lado del cuarto. Doy dos vueltas más por la cama hasta que al fin decido por levantarme y en cuanto mis pies tocan el frio suelo del cuarto un escalofrió me recorre todo el cuerpo. Me estiro levantando los brazos y luego curvando la espalda llevando las manos a mi cintura. Cuando al fin consigo enfocar con mis ojos observo como Emily esta estirada en la cama con una pierna en diferente posición y la boca entre abierta mientras ronca.

Desvió una vez más la mirada a mi móvil y veo que son las ocho y media así que paso al baño para cambiarme mi cómodo pijama por mis mayas negras y una sudadera negra. Por las mañanas comienza hacer frío, y odio correr cuando me estoy congelando. Por último, me lavo la cara para espabilarme del todo y me hago una coleta alta. Salgo del baño intentando no hacer ruido para no despertar a Emily, aunque no creo ni que una banda tocando los tambores dentro del cuarto la pudiera despertar. Me pongo las zapatillas de salir a correr y busco mi móvil conectando los cascos, dándole play a la música y saliendo por la puerta.

Trazo el mismo recorrido que ayer en cuanto salí a andar y voy concentrada en la música que emana de mis cascos cuando mi mente vuelve a casa.

Llevo dos años con la rutina de salir a correr todos los días y es lo mejor que me ha pasado. Solía salir a correr por Central Park, y recuerdo que a las ocho la gente ya estaba paseando por el campo cogida de la mano de su pareja o estaban tirados por el césped riéndose, hablando. Incluso gente solitaria sentada en los bancos o con mantas cerca del lago leyendo de lo más tranquilos. Los campos de béisbol a esa hora ya estaban abiertos y algunos ocupados por los padres con sus hijos e hijas se pasaban horas recibiendo y tirando la pelota o corriendo de base a base. Entonces otro recuerdo más cruza mi mente.

Mi yo de siete años con mi padre en el campo de béisbol. Él me llevaba todos y cada uno de los fines de semana. A mi se me daba fatal darle a la pelota cuando mi padre me la lanzaba, pero cuando por fin conseguía darle lo suficiente como para hacer correr a mi padre entonces empezaba mi momento y corría como una bala de base a base hasta llegar a la ultima y hacer punto. Pero entonces todo cambió, entre al instituto y esos fines de semana pasaron a ser recuerdos, momentos buenos. Cambió para pasar a ser solo el instituto como tema de conversación. – tienes que esforzarte más – me decía – quiero las mejores notas – me recordaba – ¿un nueve? Michelle necesito un diez, tiene que ser un diez – un comentario detrás de otro día tras día.

Tengo mi mente en Central Park de nuevo con el sonido de los pájaros, el aire fresco por la mañana incluso en verano, o el chapoteo de los patos en el lago cuando de repente noto como alguien se abalanza sobre mi y caemos los dos al suelo.

– Eee... lo siento mucho, no te he visto. ¿Estas bien? – me pregunta el chico levantándose para colocarse de rodillas enfrente de mi.

– Me duele un poco la rodilla... pero tranquilo estoy bien, no pasa nada – me sacudo las palmas de las manos y cuando al fin levanto la vista siento que mi pulsación se acelera y la boca se me seca. Veo a un chico alto con el pelo negro y revuelto junto con unos ojos verdes esmeraldas que hablan por si solos.

HeridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora