Del abandono a la esperanza: lecciones del Salmos 13 para restaurar nuestra fe

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Salmos 13

El Salmo número trece es una alabanza a Dios que, sin embargo, presenta una serie de interrogantes. David, su autor, enfrenta numerosas preguntas que parecen reflejar los diversos sucesos que podrían estar ocurriendo en su vida. Estas interrogantes surgen, quizá, en momentos de angustia, persecución, desánimo o temor, situaciones con las que muchos pueden sentirse identificados y encontrar inspiración o consuelo en sus palabras.

El Salmo comienza con dos preguntas profundamente emotivas: "¿Hasta cuándo, Señor? ¿Me olvidarás para siempre?" (Salmo 13:1, Reina-Valera 1995). Estas palabras parecen expresar las dudas de un hombre justo que, tras enfrentar adversidades durante un largo tiempo, anhela comprender por qué el Señor aparentemente ha dejado de protegerlo.

En el versículo dos, David se cuestiona: "¿Hasta cuándo tendré conflictos en mi alma, con angustias en mi corazón cada día?" (Salmo 13:2, Reina-Valera 1995). Según el texto original en hebreo, esta pregunta puede traducirse como: "¿Hasta cuándo tendré que luchar contra mis pensamientos?". Esto nos muestra que el salmista no solo lucha contra sus enemigos externos, sino también contra su propia mente. En otras palabras, enfrenta una batalla tanto espiritual como externa. Por un lado, teme que sus propios pensamientos lo lleven a creer que Dios lo ha abandonado; por otro, teme ser derrotado y asesinado por sus enemigos.

David libraba una lucha diaria por mantener la convicción de que Dios no lo había abandonado. Aunque estaba seguro de que el Señor tiene control absoluto sobre el mundo y lo dirige con justicia, como declara más adelante en el Salmo 103:19: "El Señor ha establecido su trono en los cielos, y su reino domina sobre todo" (Nueva Biblia de las Américas), el salmista debía enfrentar sus propios temores y el constante acecho de sus adversarios. Este doble combate, tanto interno como externo, lo llevó a un agotamiento y una angustia tan intensos que lo sumieron en la desesperación, al punto de llegar a pensar que Dios lo había olvidado. Por tanto, este salmo retrata a una persona que, en medio de su sufrimiento, clama a Dios por clemencia y salvación.

David confía profundamente en que Dios puede rescatarlo; es precisamente esta convicción la que lo impulsa a formular las preguntas en los primeros versículos del Salmo 13. Sin embargo, su cuestionamiento no tiene la intención de elevar un reclamo, sino más bien de comprender su relación con el Señor y alcanzar un nivel más elevado de entendimiento espiritual. David escribió este salmo bajo inspiración divina, reflejando su experiencia personal.

Cuando se estudian los salmos, no se debe pensar que sus enseñanzas pertenecen exclusivamente a la vida de los salmistas, sin conexión con nuestra realidad. Los salmos son eternos y ofrecen guía e instrucción en todas las etapas y procesos de nuestra vida.

Si se lee este salmo superficialmente, podría parecer que el rey David está reclamando a Dios. Esto se debe a que, en medio de su desesperación, no logra vislumbrar una solución a su situación. Así lo expresa al decir: "¿Hasta cuándo tendré conflictos en mi alma, con angustias en mi corazón cada día?" y "¿Hasta cuándo será enaltecido mi enemigo sobre mí?" En otras palabras, David está diciendo que, aunque conoce que Dios gobierna el mundo con justicia, no entiende el propósito detrás de las adversidades que enfrenta en ese momento.

El salmista aparentemente no encuentra una explicación para su sufrimiento, y esto lo describe como "batallar con sus pensamientos". Es decir, se enfrenta a la incertidumbre de no poder comprender por qué está viviendo esa situación. Cabe destacar que David no pregunta: "¿Por qué?", sino: "¿Hasta cuándo?".

El "¿Por qué?", dependiendo de la intención con la que se formule, puede llevar a un distanciamiento de Dios. Si se busca desconectarse de él, uno encontrará problemas continuamente y justificará sus críticas de manera negativa. En este caso, la persona podría pensar que lo que Dios hace está mal, que no actúa con bondad o que no tiene el control, sobre todo. Este tipo de cuestionamiento implica imponer nuestro propio criterio como superior al de Dios, sugiriendo que su conocimiento y su justicia son inferiores a los nuestros.

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