"Pero mientras mantenían a Pedro en la cárcel, la iglesia oraba constante y fervientemente a Dios por él".
(Hechos 12:5, Nueva Versión Internacional).
Es mejor poco con intención que mucho sin sentido. No es cuánto, es cómo.
Pedro había sido arrestado como un criminal peligroso y enviado a la cárcel bajo estricta vigilancia. Lo peor ya estaba previsto: Herodes había asesinado a Jacobo, y como esto había complacido a los judíos, no dudaría en repetirlo. Sin embargo, la iglesia no se dejó sofocar por el temor ni quedar presa de la incertidumbre. En cambio, oraban fervientemente, unánimes, a Dios. Esa oración manifestaba el amor que sentían por Pedro y reflejaba la absoluta confianza que tenían en Dios. Oraban sin cesar por él, como si intercedieran por sí mismos.
Los discípulos podrían haber ideado una estrategia o recurrido a otros medios para rescatarlo. No obstante, conocían la brutalidad de Herodes y sabían que haría lo que fuera necesario para conservar su poder. Por eso, llevaron su necesidad a Dios, confiando en su poder para librar. Como dice el salmista: "En su angustia clamaron al Señor, y él los libró de sus aflicciones" (Salmos 107:6, Nueva Versión Internacional).
Nuestra fe se revela en la dificultad. A quién recurrimos en tiempos adversos muestra en qué creemos verdaderamente. No se trata solo de cuánto creemos, sino de cuánto seguimos creyendo cuando todo parece perdido. Orar en medio de la prueba significa confiar en que Dios tiene el control y el poder para librarnos. Así actuó el rey Josafat cuando supo que los hijos de Moab y Amón planeaban atacarlo. En lugar de buscar alianzas con naciones extranjeras, proclamó ayuno en Judá y reunió al pueblo para buscar el socorro de Dios. Y Dios no lo defraudó: lo libró de sus enemigos, tal como está escrito: "Todo aquel que en él cree, no será defraudado" (Romanos 10:11, Nueva Versión Internacional).
Cuando decidimos acudir a Dios, él no nos decepciona; por el contrario, premia nuestra confianza dándonos más de lo que necesitamos. Como dice Efesios 3:20: "Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos". Dios no solo conoce nuestras necesidades, sino que desea darnos más de lo que imaginamos. Por eso lo llamamos Padre, porque su amor supera cualquier límite. No debemos intentar encasillar su amor en nuestra propia comprensión; según la medida de nuestra fe, así será lo que recibamos.
En mi propia vida, atravesé un período de gran dificultad económica. Podría haber buscado soluciones humanas, pero decidí confiar en Dios. A pesar de los problemas y las presiones, tuve paz, una paz que sobrepasa todo entendimiento. Entregué mi situación al Señor y dejé de preocuparme por el "cómo". Como está escrito en Proverbios 16:3: "Pon en manos del Señor todas tus obras, y tus proyectos se cumplirán" (Nueva Versión Internacional).
Es natural sentirse preocupado cuando algo amenaza nuestra estabilidad, pero lo peligroso es dejarnos dominar por esas preocupaciones. En lugar de angustiarme, confié y experimenté paz. Durante los momentos más difíciles, me dediqué a estudiar la Biblia. Un día, leí en 1 Timoteo 4:13: "Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza". Comprendí que debía seguir adelante como si el problema ya estuviera resuelto, dejando todo en manos de Dios. Y así fue: durante esa crisis, avancé en mis escritos y proyectos. Descubrí que la confianza en Dios no debe ser condicional, sino constante hasta el final.
Si oramos y no vemos resultados, nuestra oración debe intensificarse. La plegaria tiene el poder de transformar situaciones. A veces, Dios cambia las circunstancias; otras veces, nos cambia a nosotros para que sigamos orando. El silencio de Dios no es ausencia, sino un tiempo de espera para perfeccionar nuestra fe. Decidí confiar y no fui defraudado; el Señor me respondió con más de lo que había pedido. Si Dios nos da más de lo que solicitamos, entonces debemos pedir con abundancia, esperando en su raudal de gracia.
Dios es el guionista de la historia de nuestra vida; nosotros, personajes en su gran obra. A veces somos protagonistas, otras veces secundarios, pero cuando nuestra fe madura, comprendemos que lo importante no es el papel, sino el privilegio de haber sido parte del elenco. Al mirar atrás, entenderemos que no podría haber un final mejor que el que él nos ha preparado. Como dice Borges en su poema "Ajedrez": "Dios mueve al jugador, y éste, la pieza".
Alguien puede pasar horas orando y estudiando la Biblia y, aun así, no servir a Dios. La intención es lo que da significado a nuestras acciones. En la parábola del fariseo y el publicano, el fariseo confiaba en su propia justicia y menospreciaba a los demás, pero Dios mira el corazón. Cuando la intención se pierde, lo que hacemos se convierte en un ritual vacío, sin entendimiento ni entrega. Como dijo Shakespeare: "No hay cosa más larga que el tiempo para el que espera, ni más corta que el tiempo para el que disfruta".
La excelencia en la fe no está en la cantidad de palabras, sino en la profundidad de la intención. No es lo mismo repetir frases mecánicamente que orar con el corazón. El Señor Jesús advirtió: "Al orar, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos" (Mateo 6:7-8, Reina-Valera 1995). La iglesia oraba por Pedro sin cesar, con intensidad y propósito, y Dios respondió.
Dios no solo quiere nuestras palabras, sino nuestro corazón entero. Como está escrito en Jeremías 29:13: "Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón" (Reina-Valera 1995).
Gloria a Jesús.

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Un café con Dios 2
SpiritualUn Café con Dios 2 - Relatos cortos para esos días fríos... En los momentos de incertidumbre, en esos días donde el frío no solo se siente en la piel, sino también en el alma, Un café con Dios 2 llega como un refugio de fe y esperanza. Este devocio...