El árbol de vida: el verdadero camino a la felicidad

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"La esperanza que se demora es tormento del corazón; árbol de vida es el deseo cumplido". (Proverbios 13:12, Reina-Valera, 1995).

A medida que aumentan las ganancias de una persona, también lo hacen sus angustias. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿quién es verdaderamente feliz? La respuesta radica en quien es capaz de disfrutar lo que ya tiene. La búsqueda incesante del éxito material encadena al hombre a una vida llena de decepciones. Como dijo Albert Einstein: "Una vida calmada y modesta trae más felicidad que la búsqueda del éxito ligada a un constante descontento".

El verdadero éxito consiste en alcanzar nuestros objetivos, pero la felicidad radica en apreciar lo que poseemos. Sin embargo, la sociedad de consumo nos enseña que la felicidad depende de tener más dinero, pues solo así podríamos disfrutar de mayores placeres materiales. Para lograrlo, se nos insta a dedicar más tiempo al trabajo y al consumo, con la promesa de que esto nos hará "felices". No obstante, la Escritura nos advierte en Eclesiastés 5:10: "El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto. También esto es vanidad" (Reina-Valera, 1995). Esta enseñanza nos muestra que quien persigue el dinero acaba sacrificando el tiempo con su familia y con aquello que le apasiona, solo para descubrir que la riqueza no compra la felicidad.

Muchos creen erróneamente que la felicidad consiste en la satisfacción excesiva de los placeres, pero, a largo plazo, ocurre lo contrario. Como advierte el rey Salomón en Eclesiastés 5:11: "Cuando aumentan los bienes, aumentan también quienes los consumen" (Reina-Valera, 1995). Quien entrega su vida a los excesos materiales convierte sus necesidades en adicciones: el comer en exceso, el consumismo desmedido, la pereza, la obsesión sexual, la embriaguez, entre otros. Esto no conduce a la felicidad, sino a la autodestrucción. Cuando los ingresos aumentan, también lo hacen los deseos, y con ellos la carga de trabajo para poder sostener ese estilo de vida. En otras palabras, quien busca multiplicar sus riquezas también multiplicará sus lamentos, porque "al rico no le deja dormir la abundancia" (Eclesiastés 5:12, Reina-Valera, 1995).

El dinero y los bienes son importantes, pero no tanto como vivir en paz. Una persona infeliz es aquella que nunca está conforme, pues al enfocarse solo en lo que le falta, se causa sufrimiento. El verdadero secreto de la felicidad es disfrutar lo que ya se tiene. Así como un árbol plantado deja de preocuparse por su ubicación y comienza a enfocarse en crecer y dar frutos, el hombre también debe aprender a asentarse en lo que tiene para encontrar plenitud. Quien está dominado por deseos insaciables nunca se establece ni disfruta lo que posee, pues siempre anhela más. Solo cuando abandona esa carrera interminable y se arraiga en su realidad, puede comenzar a dar frutos y disfrutar de su sustento.

El amor de Cristo, la compañía y fidelidad de una buena esposa, los besos y risas de los hijos, los momentos compartidos con los padres: nada de esto se compara con el placer efímero del éxito material. La verdadera riqueza es aquello que el dinero no puede comprar. No esperes perder a quienes amas para darte cuenta de que ya lo tenías todo. Ser feliz no consiste en necesitar más, sino en aprender a ser más. La esperanza prolongada puede desenfocarnos de lo que ya tenemos, haciéndonos creer que la felicidad está en algo externo, impidiéndonos disfrutar el presente. Pensamos que solo cuando alcancemos lo que anhelamos seremos felices, pero la felicidad no depende de factores externos, sino de un estado interior. Puedes poseer todo lo que el mundo ofrece y aun así sentirte miserable, o tener poco y sentirte rico, porque no se trata de cantidad, sino de valorar lo que ya posees.

Eclesiastés 6:2 nos advierte: "Hay un mal que he visto debajo del cielo, y que es muy común entre los hombres: el del hombre a quien Dios da riquezas, bienes y honra, y nada le falta de todo lo que su alma desea; pero no le da Dios facultad de disfrutar de ello, sino que lo disfrutan los extraños. Esto es vanidad y mal doloroso. Aunque el hombre engendre cien hijos, viva muchos años y los días de su edad sean numerosos, si su alma no se sació del bien, y además careció de sepultura, digo que más vale un abortivo" (Reina-Valera, 1995).

El deseo cumplido es un árbol de vida porque, una vez alcanzado, comprendemos que la felicidad no está en tenerlo todo, sino en dejar de necesitar más. Un árbol de vida da frutos, y esos frutos son el entendimiento y la valoración de lo que tenemos. La verdadera felicidad es vivir el presente y disfrutar cada instante, sabiendo que no se trata de poseer lo que queremos, sino de amar lo que ya tenemos. Si contamos con el amor de Cristo, ya lo tenemos todo. Este entendimiento solo llega cuando alcanzamos lo que creíamos necesitar y nos damos cuenta de que no siempre lo que queremos es lo que realmente precisamos. Nada ni nadie puede ofrecernos la vida que encontramos en Cristo.

Un árbol de vida es darse cuenta de que la felicidad no está en desear más, sino en aprender a disfrutar más.

¡Gloria a Jesús!

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