Entonces dijo a sus discípulos que tuvieran siempre lista la barca para evitar que la multitud lo oprimiera, pues, como había sanado a muchos, todos los que tenían plagas se echaban sobre él para tocarlo. Y los espíritus impuros, al verlo, se postraban delante de él y gritaban: ¡Tú eres el Hijo de Dios! Pero él los reprendía para que no lo descubrieran. (Marcos 3:9-12, Reina-Valera, 1995).
En nuestra vida, no podemos decidir lo que nos sucede; eso depende de Dios. Sin embargo, lo que sí está en nuestro control es la manera en que respondemos a lo que nos ocurre. Nuestras victorias se producen cuando nuestras acciones están alineadas con los tiempos de Dios. Actuar precipitadamente o en contra de su voluntad puede llevarnos al fracaso de nuestros proyectos y propósitos. Así lo aprendemos de la solicitud del Señor Jesús cuando pidió mantener cierta distancia de la multitud. El enemigo siempre buscará tomar ventaja de cualquier error para sabotearnos, por eso debemos comprender que todo tiene su tiempo y su hora. Por mucho entusiasmo que tengamos, si no estamos preparados para asumir grandes desafíos, podemos terminar causando más daño que beneficio.
El Señor Jesús conocía perfectamente los tiempos establecidos por el Padre, por lo que tomó las precauciones necesarias, estableciendo una justa distancia. Esta distancia también es una señal de la diferencia que existe entre los hombres y el Señor. Así como hay una distinción entre el pastor y la oveja, tener siempre la barca lista nos recuerda la diferencia esencial entre nosotros y él. Aunque tanto Jesucristo como la multitud estaban en carne, su naturaleza divina lo diferenciaba. Como dice 1 Juan 5:6: "Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre" (Reina-Valera, 1995). Lo que realmente nos distingue de él es la esencia.
El término "distancia", en un sentido espiritual, simboliza un límite de respeto y reverencia. Representa la relación entre el súbdito y el Rey, donde el acercamiento ocurre en el tiempo y la forma que él establece. Sin embargo, Dios siempre desea que nos acerquemos a él. Respetar este límite es como buscar abrigo junto al fuego: a la distancia correcta, brinda calor y protección; pero si nos acercamos demasiado sin la debida precaución, podemos quemarnos. Aunque pueda parecer contradictorio, en realidad no lo es. Santiago 4:8 nos dice: "Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros". En este relato, la distancia no es para alejarnos de Jesús, sino para enseñarnos a acercarnos de la manera correcta. Nuestra relación con el Señor debe estar marcada por el amor, pero también por un temor reverente que nos lleve a reconocer su grandeza.
El Señor Jesús está en la barca y la multitud en la orilla, pero esa separación no indica lejanía, sino diferencia. Cuando comprendemos nuestro lugar, reconocemos mejor la grandeza del Señor. El rey David expresó esta actitud en Salmos 16:7: "Bendeciré al Señor, que me aconseja; aun de noche me reprende mi conciencia" (Nueva Versión Internacional). "Bendecir" implica reconocer de quién provienen todas las bendiciones. Cuando bendecimos a Dios, no le estamos deseando entregar algo que le falte, sino reconociendo que él es la fuente de todo.
El Señor está cerca de nosotros, pero esa cercanía, a pesar de la distancia, se alcanza a través de la oración. Sin embargo, si perdemos de vista nuestra posición, podemos caer en la arrogancia. Jesucristo está en la barca y nosotros en la orilla, recordándonos nuestra dependencia de él para la salvación. Nuestra existencia es efímera y nuestra realidad material limitada; solo al acercarnos a su eternidad encontramos significado.
Cuando la multitud empezó a quedarse en la orilla (Marcos 4:1), demostraron que estaban reconociendo la grandeza y autoridad de Jesucristo, y, por ende, su necesidad de él. En este contexto, la distancia significa respeto. Pero también hay otra lección: así como el Señor pidió distancia, también nosotros debemos distanciarnos del pecado. Esto no implica alejarnos de la sociedad, sino apartarnos de aquellas situaciones que nos conducen a la transgresión. Como bien expreso Charles Spurgeon: "Nunca estamos fuera del alcance de la tentación (...) por lo tanto, debemos evitar la tentación, buscando caminar con mucha cautela por la senda de la obediencia, para que nunca tentemos al diablo para que nos tiente, (...) la prevención es mejor que la cura. (2010, p.15-42).
Debemos discernir cuándo es el momento de acercarnos y cuándo es necesario tomar distancia. El Señor Jesús nos dio ejemplo de ambas actitudes: se acercó al leproso para sanarlo, demostrando compasión y poder, pero también se apartó para orar tras la multiplicación de los panes, enseñándonos la importancia de la comunión con el Padre. De la misma manera, nosotros debemos acercarnos a los perdidos con la intención de guiarlos a la verdad, pero sin comprometernos con aquello que pueda desviarnos del camino de Dios. Así lo advierte Jeremías 15:19: "Que ellos se vuelvan hacia ti, pero tú no te vuelvas hacia ellos" (Nueva Versión Internacional), recordándonos que nuestra misión es influir, no ser influenciados.
Es fundamental establecer barreras que nos protejan de situaciones que nos llevan a pecar. Estas barreras funcionan como cercos de contención que evitan el riesgo de una caída. Son restricciones que tomamos voluntariamente para mantener nuestra prudencia. Por ejemplo, una persona con adicción al alcohol debe evitar lugares donde se consume, no porque sea un mandamiento, sino porque sabe que exponerse puede llevarlo a una recaída. Estas medidas son formas prácticas de evitar caer en pecado.
No debemos confiar demasiado en nuestra propia fuerza. Proverbios 3:7 nos advierte: "No seas sabio en tu propia opinión; más bien, teme al Señor y huye del mal" (Nueva Versión Internacional). Y como bien expreso Charles Spurgeon: "El escudero del pecado es la confianza propia". Pensar que estamos espiritualmente seguros puede hacernos descuidar nuestra santidad. Jesucristo dijo: "Mirad, pues, cómo oís, porque a todo el que tiene, se le dará; y a todo el que no tiene, aun lo que piensa tener se le quitará". La fortaleza del sabio radica en su humildad; la debilidad del necio, en su exceso de confianza.
Debemos aprender a establecer barreras cuando sea necesario, tal como el Señor Jesús mantuvo distancia con la multitud. Así también, debemos apartarnos del pecado y de todo aquello que pueda alejarnos de la voluntad de Dios. Mantengamos ceñidos nuestros lomos y nuestras lámparas encendidas, siempre vigilantes y prevenidos. No caigamos en una falsa seguridad; más bien, tomemos las precauciones necesarias para evitar situaciones que luego no podamos controlar. Como dijo Charles Spurgeon: "Dios tenía un Hijo sin pecado, pero ningún hijo que no fuera tentado" (2010, p.42).
Gloria a Jesús.
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Un café con Dios 2
SpiritualUn Café con Dios 2 - Relatos cortos para esos días fríos... En los momentos de incertidumbre, en esos días donde el frío no solo se siente en la piel, sino también en el alma, Un café con Dios 2 llega como un refugio de fe y esperanza. Este devocio...
