La parábola del sembrador: un crecimiento con propósito

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Parábola del Sembrador

"—Oíd: El sembrador salió a sembrar; y, al sembrar, aconteció que una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y se la comieron. Otra parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra, y brotó pronto, porque la tierra no era profunda; pero cuando salió el sol se quemó, y como no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto. Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó, creció y produjo a treinta, a sesenta y a ciento por uno."

(Marcos 4:3-9, Reina-Valera, 1995).

La parábola del sembrador aparece en varios evangelios, pero en los libros de Mateo y Marcos se observa una diferencia en el orden de los frutos producidos. Mateo en el capítulo 13 presenta un orden descendente: "cien, sesenta y treinta"; mientras que Marcos en el capítulo 4 lo expone en orden ascendente: "treinta, sesenta y cien". Una posible explicación de esta variación radica en la capacidad de las semillas. Aunque todas tenían potencial para dar fruto, la cantidad producida dependió de sus habilidades y condiciones.

Mateo dice: "cuál a ciento, cuál a sesenta y cuál a treinta", enfatizando que cada semilla rindió al máximo de su capacidad. En cambio, Marcos expresa: "y produjo a treinta, a sesenta, a ciento por uno", sugiriendo un crecimiento gradual y constante hasta alcanzar su máximo potencial.

El Señor Jesús nos enseña que la semilla representa la Palabra de Dios. Por lo tanto, los frutos que un hombre da dependen del crecimiento de esa Palabra en su vida y de cómo la aplica según sus habilidades y entendimiento. Como dice el Señor por medio del profeta Isaías: "Así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero y será prosperada en aquello para lo cual la envié" (Isaías 55:11, Reina-Valera, 1995).

No obstante, la diferencia en el orden de los frutos en el libro de Mateo también podría relacionarse con la segunda semilla mencionada en la parábola, aquella que brotó rápidamente, pero se secó porque no tenía raíz. Este caso simboliza a la persona que crece en sabiduría, pero cuya inclinación al pecado supera su deseo de aprender y transformarse. Como resultado, su conocimiento no perdura y termina gradualmente disminuyendo y alejándose de la verdad.

Cuando las malas cualidades de una persona prevalecen sobre su sabiduría, su aprendizaje se convierte en una carga. El conocimiento adquirido le exigirá renunciar a conductas perjudiciales que disfruta, lo que podría parecerle un esfuerzo demasiado grande. Por ello, podría abandonar la sabiduría, tal como advierte el rey Salomón: "Pues en la mucha sabiduría hay mucho sufrimiento; y quien añade ciencia, añade dolor" (Eclesiastés 1:18, Reina-Valera, 1995). Entre más conocimiento adquiera una persona dominada por sus impulsos, mayor será su frustración al darse cuenta de que no puede vivir de cualquier manera sin enfrentar consecuencias.

La adquisición de sabiduría y conocimiento es algo positivo, pues expande la capacidad espiritual del hombre. Sin embargo, para quien está aferrado a lo material, este crecimiento puede ser motivo de sufrimiento, ya que va en contra de los deseos de la carne. Si una persona está demasiado arraigada a este mundo, al ganar sabiduría sentirá un conflicto interno entre su espíritu y sus deseos carnales, los cuales valora más que los placeres espirituales.

En esta parábola, la raíz representa la firmeza y la virtud, es decir, la fe en Jesucristo, que da lugar a un buen carácter. La tierra con poca profundidad simboliza la facilidad para aprender sin compromiso ni constancia, como el "hombre embudo" al que los sabios mencionan: todo conocimiento entra, pero rápidamente se pierde. Es la persona que comprende con rapidez, pero no retiene ni aplica lo aprendido, lo que limita la producción de sus frutos.

El sol, por otra parte, representa el deseo, que puede ser perjudicial si una persona se expone a él sin moderación. La parábola dice que la semilla "se quemó", indicando a quien sucumbe a la tentación. Luego dice que "se secó porque no tenía raíz", refiriéndose a quien no tiene la capacidad de arrepentirse y recuperarse. Aunque escuche y estudie la Palabra de Dios, si le resulta demasiado difícil apartarse del pecado y sus malos hábitos, eventualmente abandonará la verdad y el bien.

Todo el esfuerzo realizado en su "periodo de crecimiento" será en vano si no logra compartir sus frutos. Finalmente, perderá el interés en la Palabra de Dios y se apartará de ella. En contraste, la buena semilla representa a quien logra compartir lo bueno que hace en este mundo y crece progresivamente en su entrega. Como dice Proverbios 4:18: "La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto" (Reina-Valera, 1995).

En el evangelio de Marcos, la cantidad de frutos sigue un orden ascendente: treinta, sesenta y cien, lo que representa el desarrollo total del potencial. Esto nos enseña que, si nos atrevemos a dar lo mejor de nosotros, el Señor nos respaldará y hallaremos éxito en lo que emprendamos. Por ejemplo, si decidimos compartir la Palabra de Dios, otros la conocerán y también dará fruto en ellos, generando un ciclo de crecimiento y bendición. Del mismo modo, aquel que anhela progresar y se esfuerza con determinación recibe la ayuda de Dios, quien abre puertas y guía su crecimiento.

¡Gloria a Jesús!

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