La risa que nos encuentra

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La risa que nos encuentra


A medida que envejecemos, las sonrisas se apagan

como un cristal que olvida los rostros que ha reflejado.

La inocencia se va, descalza, en los corredores del tiempo,

dejando apenas una estela, alejándose por los mismos pasillos

que cruzó la infancia.


El tiempo, como un río implacable, arrastra los días,

borra los nombres, se lleva los lugares y las certezas,

deja en la orilla solo cenizas de risas antiguas.


Cada vez perdemos más, buscamos menos,

y cada hallazgo es un relámpago en la memoria,

como un débil papiro que se deshace en las manos,

borrando lo que alguna vez fue innegable.

Cada vez se hace más difícil encontrar momentos inolvidables.


Pero, a veces, un fulgor inesperado rompe la niebla del alma,

devolviéndonos a la luz primera.

Un instante nos revela el júbilo desnudo, la risa sin cadenas,

lo que fuimos, y acaso lo que aún somos.


Porque reír no es el disfraz de los labios,

ni el eco vacío de un gesto aprendido,

ni un reflejo que oculte el corazón.


Reír es despojarse de la preocupación,

es abrir las puertas del pecho, soltar el miedo y desafiar el dolor.

Es un estallido de tordos en fuga,

es el alma, desnuda y luminosa,

que agradece a Dios el milagro de existir.


"y dijo: De cierto os digo que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos". (Mateo 18.3. Reina-Valera, 1995).

Gloria a Jesús

Un café con Dios 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora