𝐗𝐋𝐈𝐈: 𝐂𝐡𝐚𝐩𝐮𝐳𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐌𝐞𝐧𝐭𝐢𝐫𝐚𝐬

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La semana de convivencia había finalizado

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La semana de convivencia había finalizado. Fue mi único momento para respirar y despejarme de las exhaustivas cosas que me rodeaban. Sin duda alguna, había sido de las mejores experiencias y sentía demasiada gratitud por haberlas conocido a ambas. 

Y el problema era el siguiente: mi suicidio y resurrección.

En unos momentos, los gemelos pasarían a buscarme para convivir dos semanas en la Madriguera. Los Mortífagos ya tenían planeados algunos de sus fantasmagóricos ataques a Muggles y personas del Mundo Mágico. El problema era que comenzaría a ejecutar mi parte del plan de Voldemort. Lo que no sabía, y por lo que temía demasiado, era la reacción de los demás. Los gemelos no habían avisado que me aparecería allí. 

Me tocaba negar, nuevamente, mi participación dentro de los Mortífagos.

—Le dirás que me estoy encargando... —pasé mi mano por el cuero del sofá.

Mi padre asintió.

—Exactamente.

—Bien.

Caminé hacia mi habitación y abrí las ventanas, buscando quitar la asfixia dentro de la casa. Recosté mis brazos en el marco, mirando a un grupo de niñas jugando por las calles. Sonreí viendo a una reír y dar vueltas. Su cabello era rubio y sus ojos casi transparentes. Lanzaban pequeñas piedritas y pintaban los suelos. 

Tamborileé mis uñas en el metal, repetidas veces.

Mi perfil, casi ardía. Era una sensación inquietante y fugaz, como si choques de energía, golpearan mi pecho. Mis ojos aún más enfocados y mi corazón bombeando demasiada sangre. Busqué desesperada la fuente que generaba tanta electricidad en mis sentidos. Encajó y se desencadenó en cuanto choqué con el pelirrojo, en las ventanas de la segunda planta.

Sonrió con arrogancia.

Dejé caer mi cabeza sobre la palma de mi mano mientras recorría los metales con la yema de mis dedos. Volví a incorporarme en busca de algunas respuestas, necesitaba saber el origen de la familia que se había mudado recientemente.

Cerré la ventana y caminé hacia la entrada.

—Daré una vuelta —tomé las llaves de casa—, vuelvo en unos minutos.

Abrí la puerta y la cerré detrás de mí.

El pelirrojo ya no observaba desde la ventana. Revisé que las de mi sala no estuvieran abiertas por mi padre y me acerqué a la madera. Segundos después, la puerta fue abierta por el acosador.

—¿Admirando las vistas? ¿Algo que esté llamando toda tu atención? —pregunté de brazos cruzados.

—Lo mismo digo —se encogió de hombros—. ¿Acechando personas que salen de sus casas?

Cruzó sus brazos y dejó caer su peso en el marco de la puerta negra.

—Algo así —levanté ambas cejas.

"Slytherin" 𝓐𝓷𝓲𝓵𝓵𝓸𝓼 𝔂 𝓟𝓸𝓬𝓲𝓸𝓷𝓮𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora