𝐋𝐗𝐗𝐗: 𝐌𝐢𝐬 𝐃𝐞𝐦𝐨𝐧𝐢𝐨𝐬

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Siete meses después

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Siete meses después...

Moví mi cabeza cuando el alrededor comenzó a estorbar. La comodidad de mi almohada se desvaneció mientras algo empujaba mi espalda, insistiendo en que me levantara. La cabeza me dolía y mi visión fue completamente borrosa cuando me incorporé. Mis dedos sobre el suelo sintieron el césped húmedo bajo la luz del sol y el aleteo de los cuervos.

Mi corazón no dejó de latir rápidamente cuando una niña permaneció frente a mí. Su cabello era rojizo y largo hasta sus pequeñas rodillas. Sus ojos eran brillantes, del oro más profundo que angelizaba su rostro. La sonrisa en sus labios rosados creció mientras acariciaba mis dedos con su pulgar, sosteniendo mi mano cuando ondeó sus largas pestañas hacia mí. Sus manitos me llevaban por el césped que lucía tal y como lo recordaba. Mis pies crujían las hojas castañas en el suelo, que mi cabeza aún no lograba retener. La piel de mis brazos sentía los cálidos rayos del sol, al igual que mis tobillos hacían fricción contra el pasto que crecía en el campo. 

La pequeña abrió la puerta principal, decorada de plantas y flores. Soltó mis dedos cuando mis pies pisaron el salón principal, donde la casa repleta de vida y encantos, se esfumó. La oscuridad llenó los pisos en cuanto pestañeé, dejando que los muebles se destrozaron, el suelo se levantara y las malezas penetraran la casa desde las ventanas rotas.

—Tú sabes cuál es nuestro camino, sólo búscalo —dijo ella.

Mi corazón no dejaba de latir a velocidades extremas mientras mis pulmones escaseaban el aire. Murmullos mezclados arrebataron mis oídos mientras la niña se alejaba por la casa... pero uno de ellos se acentuó sobre todos.

—Chiara.

Me di la vuelta cuando la voz de mi padre entró en mi cabeza.

Volví a estar en casa, de pie en la oscuridad de la sala. Mi pecho no dejaba de subir y bajar mientras intentaba sostenerme del sofá.

—Hija. Oye —se acercó para sostener mi peso—. Cuenta tus respiraciones.

—No puedo... 

—Chiara. Escúchame —me miró fijamente a los ojos.

—Yo... Ella... —las lágrimas se escaparon por sí solas.

Mi garganta reducía su tamaño mientras mi pulso se disparaba.

—Necesito que me escuches e intentes calmarte.

Corrió mi cabello y concentró mis ojos en los suyos.

—Uno... —Conté, presionando los ojos—. Dos... —El aire mejoró mi estado—. Tres —sollocé con la cabeza gacha.

Sus brazos me rodearon, dándome la calma que necesitaba. Las lágrimas calientes descendían por mis mejillas con desesperación.

—Ella... —sollocé—. La niña... la niña me llevó a casa —murmuré—. Te juro que estuve allí.

Limpió una de las gotas que descienden por las lunas bajo mis ojos.

"Slytherin" 𝓐𝓷𝓲𝓵𝓵𝓸𝓼 𝔂 𝓟𝓸𝓬𝓲𝓸𝓷𝓮𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora