𝐋𝐈𝐈: 𝐋𝐚 𝐎𝐯𝐞𝐣𝐚 𝐘 𝐒𝐮𝐬 𝐃𝐞𝐩𝐫𝐞𝐝𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬

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—¿Puedes decirme qué haces a estas horas, fuera de la Sala Común? —pregunté, acercándome al chico que rondaba por los pasillos en medio de la oscuridad

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—¿Puedes decirme qué haces a estas horas, fuera de la Sala Común? —pregunté, acercándome al chico que rondaba por los pasillos en medio de la oscuridad.

Me dio esa sonrisa con la que intentaba comprarme.

—Lo mismo me pregunto.

—Soy Prefecta, eso me permite vigilar que los estudiantes no salgan en el toque de queda —mantuve el agarre en mi varita, que iluminaba una fracción del pasillo—. ¿A dónde ibas?

Levanté ambas cejas. Cruzó sus brazos y observó a su alrededor.

—Tenemos que hablar —asintió—. Ambos sabes que nos deben una explicación.

Presionó sus labios, respirando profundamente. Tomó mi mano, que, a través de esa energía que me recorría la punta de los dedos, volvió sus ojos dorados. Eran de un color oro que brillaba demasiado, cosquilleándome las pupilas.

—Sí —asentí frenéticamente—. No haría eso a propósito hasta saber qué mierda es —solté su mano con desesperación—. Ya lo dejamos pasar una vez y la sensación no fue mi favorita.

Observé detenidamente la palma, sin perderme ningún detalle de mi piel. Nada había cambiado en ella. Rodó los ojos y le prestó suma atención a mi varita, como si pudiera sentirla.

—¿De qué es tu varita?

—Madera de Olmo, núcleo de pluma de Fénix.

Bajó la vista hacia el suelo, frunciendo el ceño. 

—Son iguales.

Me extendió la suya. 

Mordí mi labio inferior al escuchar algo en los pasillos. Draco había dado la vuelta para recorrer la otra mitad de las Mazmorras y no buscaba generar un alboroto.

—Sígueme —lo miré—. Nox.

Apagué la luz de mi varita. Me acerqué a uno de los muros y, con dos movimientos, abrí el pasadizo, encendiendo el fuego de las antorchas. Acepté la varita de sus manos mientras él recorría el pasillo de piedra con la vista, curioso.

—Iba a buscar algún libro en la Sección Prohibida. Me dijeron que allí podría encontrar cualquier tipo de magia —cruzó sus brazos mientras fijaba sus ojos en los míos. 

Incrédula, busqué cualquier diferencia entre ambas varitas y su parecido me daba escalofríos. Era aterradora la coincidencia.

—He encontrado un libro —suspiré, devolviéndole la madera—, "La confección de las almas doradas".

Dejé caer mi peso en el viejo muro de piedra.

—¿Lograste encontrar algo? —Volvió a cruzar sus brazos con seriedad.

—No he podido leer mucho. El libro es muy grande y Filch podía atraparme —contesté, frotando mis ojos con cansancio—. Tú sabes algo —lo cuestioné—. ¿Quiénes son los dos hombres junto a mi madre? ¿Y por qué la foto estaba demasiado oculta? Como si supieras que buscaría en tu cuarto. Pero sé porque no hablaste conmigo en todo el verano. Sabes parte de la historia.

"Slytherin" 𝓐𝓷𝓲𝓵𝓵𝓸𝓼 𝔂 𝓟𝓸𝓬𝓲𝓸𝓷𝓮𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora