Capítulo 4

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Al cerrar la puerta mis piernas me vencieron, no estaba acostumbrada a ese tipo de situaciones, mucho menos invadiendo el espacio personal de un hombre. Subí despistadamente al segundo piso y me refugié unos minutos en el baño. Aproveché para mirarme en el espejo y casi pegué un grito en el cielo cuando vi en el estado en qué me encontraba. Mi cabello parecía un gran nido de aves, enredado y con ciertos mechones estáticos. Mis ojeras eran tan enormes como si no hubiera dormido en un mes entero. Me veía demacrada.

Abrí el grifo y tomé un poco de agua con mis manos para lavarme el rostro, con mis dedos comencé a desenredar mi cabello y retiré la goma del cabello que tenía en la muñeca para hacerme un recogido sencillo, que disimulara un poco. Miré la blusa y el pantalón que estaban doblados junto al cesto de la ropa y recordé como Joaquín me los dejó ahí para que me cambiara antes de dormirme, pero el sueño me había vencido en el sofá y no tuve tiempo de utilizarlos.

Después de estar vestida con ropa cómoda y como tres tallas más grande que la que usaba, decidí que era momento de encaminarme a la cocina en busca de algún alimento, ya que Elliot no era el único muriéndose de hambre.

—¿Qué pasó con el muchacho? —me preguntó Joaquín en cuanto entré.

—Sigue donde mismo supongo.

Fui directo al refrigerador en busca de cualquier cosa comestible.

—Deberías esperar a la sopa niña.

—En este momento lo único que quiero es ingerir lo que sea.

—Eres igual de terca que Griselda.

La mención de mi mamá me hizo un nudo en el estómago, de pronto toda el hambre que tenía pasó a segundo plano. Joaquín volteó a verme.

—No puedes seguir actuando como una mocosa llorona cada vez que alguien la menciona a ella o a tu padre.

—No estoy llorando.

—Pero tus gestos no demuestran lo contrario.

Odiaba lo expresiva que era. Todos podían leerme muy fácilmente, me resultaba demasiado complicado disimular y eso ya me había traído bastantes problemas.

—Bueno, no es como que me diga una noche "mañana ya no seré expresiva" y pum, por arte de magia ya soy una persona totalmente diferente.

Me senté en la encimera mientras le daba un mordisco a la manzana que tomé.

—Pues por lo menos podrías controlarte un poco enfrente de aquel mocoso testarudo.

Tosí.

—¿De quién?

—No es como si no se notara que te alborotó las hormonas.

Abrí mucho los ojos y me atraganté.

—No tengo ningunas hormonas alborotadas. —solté a la defensiva.

Necesitaba defenderme de aquellas horribles acusaciones.

—Yo seré viejo pero no ciego.

Bufé.

—Eso no es cierto.

La conversación terminó ahí, lo que en verdad agradecí porque me estaba haciendo sentir rara, era verdad que pensaba que el ojos verdes era un chico atractivo, ¿pero yo dándole miradas sospechosas? Intenté rememorar si había hecho alguna cosa vergonzosa que me hubiese dejado como una tonta enfrente de este.

Por favor, que no me haya visto como una desesperada o algo así.

Pensé de nuevo en lo último que ocurrió antes de salir huyendo y como de impaciente parecía por echarme encima de él y quise que la tierra me tragara viva.

—Listo niña, ya puedes llevarle esto.

—Está bien.

Agarré las cosas y esperé cinco minutos antes de entrar al campo de batalla. Cuando finalmente me animé a entrar con la bandeja con sopa y jugo de naranja, Elliot me miró y esbozó una mueca de dolor al hacerse a un lado para darme un espacio en donde sentarme. Tomé el plato con sumo cuidado y él acercó su mano a la cuchara, yo la aparté despacio.

—Te ayudaré. —esperé que se hubiese entendido como que no me afectaba esa cercanía.

El asintió sin agregar nada y comencé a darle pequeños sorbos de sopa, le pasé el jugo y media hora después ya había devorado todo.

—Gracias. —murmuró mientras recogía todo.

—Descuida, no fue nada.

—No, hablo por todo lo que hiciste por mí, en verdad lo aprecio, nunca nadie hace cosas por otros sin recibir nada a cambio.

—¿Cómo sabes que no espero una gran recompensa de tu parte?

—Dime lo que quieras bonita, te lo conseguiré.

Oh no, ahí vamos de nuevo.

Mi cara ardió por su comentario tan inesperado.

—No creo en ese tipo de promesas.

—Porque no conocías a alguien como yo.

Rodé los ojos.

—Eso dicen todos.

Lo escuché reírse y me relajé un poco, no parecía el chico agresivo y tenso que me contestó de forma grosera en cuanto desperté aquella mañana. Por un instante me imaginé una escena en donde conocía a Elliot en una situación más normal, una en donde conversaríamos y nos daríamos cuenta que tal vez podíamos ser amigos, pero sabía muy bien que algo en él no era correcto y refrené mis ganas de seguir platicando.

***

Salí de bañarme y decidí no volver a entrar en esa habitación. Pasé las horas ensimismada viendo llover por la ventana y después de haber dejado correr todas las preocupaciones junto con aquellas manchas de sangre seca que me habían quedado en las piernas, al fin me sentía con la capacidad de pensar con claridad.

¿Qué haría? ¿Cómo saldría de aquel enredo? ¿Había sido lo correcto traer a aquel desconocido a que Joaquín lo tratara? ¿Y si la gente que lo hirió lo encontraba y venía a lastimarnos?

Jamás me perdonaré si le pasa algo al señor Miller por mi culpa.

Pegué mí frente al vidrio y dejé que su frialdad me anestesiara un poco la mente. Necesitaba encontrar algo que hacer o me volvería loca de la preocupación. Sin embargo, no había mucho que hacer más que esperar. Tomé las pocas pertenencias que me acompañaban y me dirigí hacia el cuarto que Joaquín me designó, me acomodé en la cama y decidí que debería dormir.

Anocheció y un grito escalofriante me despertó.

Salí corriendo por el pasillo que llevaba al cuarto de Elliot y entré con suma cautela. Se encontraba dormido pero muy inquieto, le toqué la frente y estaba hirviendo. Abrí el cajón de medicinas que estaba a su lado y busqué aquello que me había dicho Joaquín que le diera si le daba fiebre. El chico hizo demasiado esfuerzo en el día y era más que obvio que su cuerpo no iba a reaccionar bien, pero cuando volvió a gritar en sueños, se me erizó la piel y me asusté.

Su expresión manifestaba el dolor profundo que sufría y me pregunté si tal vez estaba peor de lo que creía.

—¿Te encuentras bien...? —susurré a su lado, cuando intentaba despertarlo.

—¿Meredith?

Esto no pintaba bien.

—No, no soy esa chica. —le dije mientras lo sacudía con delicadeza.

Al final logré que ingiriera la medicina, así que le retiré el sudor con una toalla y cuando estaba por marcharme, sentí una presión en mi brazo impidiéndome avanzar.

—No te vayas, por favor.

Enamorada del líder de la mafia [PARTE I & PARTE II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora