Parte 2. Capítulo 30

253 20 0
                                    

Miré como las llamas consumían su auto a tan solo unos metros de distancia, y ahogué un grito. Todo parecía tan irreal que me costó salir de mi ensoñación, y no fue hasta que Cristóbal comenzó a emitir algunos quejidos que supe que no era momento de quedarme quieta o lo perdería. Me agaché hasta quedar a su altura y miré su rostro, estaba pálido y sus labios temblaban. Al parecer su herida era demasiado profunda y aunque ejercía presión sobre esta para que no siguiera desangrándose, parecía no ser suficiente. Tenía que proporcionarle primeros auxilios. Recordé el día en que conocí a Elliot y la espantosa primera impresión que me brindó. En aquel entonces no supe cómo actuar, y si el señor Miller no me hubiese ayudado, probablemente Elliot no seguiría con vida. Sin embargo, después de esa experiencia seguí investigando y aprendiendo un poco por mi cuenta, solo en caso de que este conocimiento fuera necesario y agradecía al Dios que existiera por haberlo hecho.

—¿Es en el muslo verdad? —Cristóbal asintió.

Intenté evaluar la situación sin moverlo, ya que sabía que estar cambiándolo de posición solo aumentaba las probabilidades de que el sangrado se volviera todavía más profundo. Palpé con sumo cuidado su pierna e intenté buscar su tenía alguna señal de que la bala hubiera atravesado la piel y salido por el otro extremo. En ese tipo de casos, era muy difícil determinar el estado en que un herido se encontraba, ya que la gravedad del asunto dependía con qué tipo de proyectil le dispararon y además, en qué sitio quedó la bala. Si está salió o se quedó dentro, lo cual significaría tener que someterlo a cirugía para retirarla lo más rápido posible. Sacudí la cabeza para concentrarme lo más posible en mi tarea, y le desabotoné la camisa. Con miedo de que al retirar sus brazos empezara una hemorragia, simplemente la destrocé y la utilicé como un vendaje improvisado. Cualquier prenda sería de utilidad hasta que consiguiera una maldita gasa y cuando terminé de enrollarla y apretarla, le quité el cinturón y realicé un torniquete para detener el sangrado. Conocía los riesgos que conllevaba, pero lo primordial era que no se desangrara y después me preocuparía por otras consecuencias. Después de que me aseguré que no había más flujo, comencé a mirar a los alrededores en busca de ayuda. Las primeras tres horas eran esenciales para determinar si el herido vivía o moría, así que necesitaba que Cristóbal recibiera atención médica antes de que aquel lapso pasara. Sin embargo, no importa cuántas veces mirara hacia la calle, no había señales de que hubiera personas siquiera residiendo en el área. Aquello me pareció bastante extraño, pero decidí que probablemente cualquiera en su sano juicio jamás saldría después de que un automóvil explotara de aquella manera frente a ellos. Por lo menos esperaba que llamaran a la ambulancia o a la policía para que pudieran auxiliarnos. Una vez más, maldije mi torpeza por haber dejado caer el teléfono. Ahora que más lo necesitaba no lo tenía conmigo y ese hecho me carcomía.

—Deja de preocuparte tanto—susurró Cristóbal y escucharlo así de débil solamente ayudó a acrecentar mi desasosiego.

—¿Cómo me pides eso después de mirarte en este estado?

—Sé que no es fácil, pero tampoco lograrás nada si te da un ataque de histeria.

Lo observé directamente a los ojos y suspiré, él tenía razón. Mi nerviosismo amenazaba con consumirme viva, así que me obligué a inhalar y exhalar profundamente pues de otra manera no sería de ayuda para Cristóbal.

—Bien, ahora que te has tranquilizado, necesito que sigas mis instrucciones. No sé cuánto tiempo me quede antes de quedar inconsciente así que me tengo que asegurar de que comprendas todo, solo por si acaso, ¿entendido?

La fría realidad a la que nos enfrentábamos me apretó el pecho y fui incapaz de responder.

—Clare, ¿entendido? —repitió.

Enamorada del líder de la mafia [PARTE I & PARTE II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora