Parte 2. Capítulo 16

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Después de la tregua que hice con Alexander, mi situación en la empresa mejoró drásticamente. Y si bien los empleados seguían sin aceptarme como uno de ellos, por lo menos mi jefe ya no me acosaba ni me tocaba quedarme a cubrir horas extras. Por fin era capaz de realizar una jornada laboral normal, descansaba las horas necesarias y volvía al día siguiente con mejor actitud. Estaba bastante contenta con mi nueva situación, y me sorprendía lo mucho que cambiaron las cosas para mí nada más porque una sola persona decidió apoyarme. Alexander Wilson había resultado mejor aliado de lo esperado. En nuestros tiempos libres, me metía a su oficina y comenzábamos a revisar documentos de actos sospechosos de mi tío y sus socios para intentar atraparlos. Por supuesto que lo hacíamos con mucha precaución, ya que nuestras vidas estarían en peligro si alguno de los informantes de Patrick se enterara de lo que estábamos tramando. Y si su nueva disposición no era ya lo suficientemente desconcertante, si lo era el que me buscara la hora de la comida. La primera vez que subió a la azotea mientras comía mi almuerzo me dejó helada. Recuerdo como sentí que el trozo de pollo se me quedó atorado en la garganta y la forma tan violenta en la que tosí para no morir ahogada. Al recuperarme, volví mi vista hacia donde mi jefe estaba parado sin poder creer que estuviera frente a mí.

—¿Ha sucedido algo? —pregunté en voz baja.

Era conocido por todos que Alexander era de los que se quedaba trabajando en su oficina hasta en las horas de descanso, o si bien si le apetecía comer, se retiraba a algún elegante restaurante para estar solo. Así que todo lo que cruzaba por mi mente eran pensamientos de que algo malo estaba sucediendo.

—No, no te preocupes tanto—dijo cuándo notó mi rostro—. Te pusiste pálida.

Me froté los brazos para aliviar esa sensación de temor que me había invadido tan solo unos momentos después. Era normal que Alexander no entendiera porque estaba tan sensible, ya que jamás le había contado de la conversación que escuché de mis tíos, ni tampoco pensaba hacerlo. Podía ser que ahora nos llevábamos mejor y él ya no tenía prejuicios contra mi persona, pero eso no nos hacía amigos y no creía prudente hacerlo cargar también con mis problemas.

—Descuide, creo que la ensalada está pasada—tapé el bol y lo guardé en mi bolso.

Alexander observó toda el área.

—Es un buen sitio para pasar el rato. Corre mucho aire fresco y no se escucha ningún ruido. Es como si no estuviéramos rodeados de tantas personas que cuchichean todo el tiempo.

Sonreí porque ese fue el mismo pensamiento que tuve la primera vez que subí. Me parecía muy extraño y a la vez satisfactorio descubrir lo parecidos que éramos él y yo. Sin embargo, no quise dejarle saber más de la cuenta y simplemente asentí. Alexander miró con interés la banca donde estaba sentada y no apartó la mirada en un buen rato. Incómoda por no tener ni la más mínima idea de que ocurría, justo después de ver como cambiaba su peso de una pierna a otra, entendí que lo que quería era sentarse. Supuse que un chico como él con fama de caballero jamás le pediría a una chica que le cediera su asiento o algo por el estilo, así que simplemente me hice a un lado para dejarme un poco de espacio.

—Deberías intentar observar desde aquí, te aseguro que se ve mucho mejor—solté para no verme tan obvia.

El aceptó de inmediato y no pude evitar pensar que era un poco tierno. Y justo después de ese día, Alexander subió cada hora del almuerzo a la azotea. A veces nos quedábamos en silencio simplemente disfrutando el aire chocar en nuestros rostros, y otros cuantos, conversábamos sobre cosas triviales que no tenían nada que ver con la venganza o nuestros padres. Ambos habíamos pasado casi toda nuestra adultez pensando en cómo salvar el honor de la familia que ni siquiera tuvimos oportunidad de forjar una amistad normal con nuevas personas. En el mundo de la venganza, no había tiempo para socializar, ni para tener pasatiempos interesantes o para el ocio; éramos tan solo máquinas que trabajaban una y otra vez para algún día poder dejar ir el pasado, así que tener la oportunidad de hablar de cosas triviales, nos aligeraba un poco el peso de los hombros, podíamos fingir una hora al día que éramos personas normales, en un trabajo común y corriente.

Enamorada del líder de la mafia [PARTE I & PARTE II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora