Mia Fernández
– ¿Y eso fue lo que pasó? -Pregunta Julia, mi compañera de trabajo, mientras da un sorbo a su café- Parece mentira que hayan pasado unos cuantos días.
– Dos días... -Pienso removiendo una y otra vez el café.
Dos días desde que duermo en casa de Julia. No sé nada de él, pero realmente tampoco me apetece. Su pasotismo y su falta de confianza en mí hicieron que me marchara. Aunque esta vez quiero marcharme yo, mucho más lejos. Quiero pedir el traslado a Málaga y para volver a irme a vivir allí después de tres años.
Parece que estos últimos meses le han servido para darse cuenta de lo insignificante que ha sido nuestra relación para él. Me duele que la persona a la que más quiero me haya hecho todo esto. No aguanto cruzármelo por los pasillos. Parece que lo nuestro se reseteó y junto a ello, todo lo que hemos vivimos juntos, una vez más volvemos a no ser nada. Y duele. Duele ver como aún sientes cosquillas cuando lo veo pasar por mi lado, pero son puñales en el pecho cuando me dice hola , sus palabras se me atragantan. Un tira y afloja constante, pruebas insuperables y sobre todo, dolorosas.
– ¿Hasta qué hora te quedas hoy? -Pregunta Julia mientras caminamos hacia nuestra consulta.
– Hoy salgo a las diez. -Respondo rodando los ojos y ella suspira.
– Buena suerte, yo me voy en diez minutos.
Adoro mi trabajo, pero detesto quedarme hasta tan tarde. El resto del día es igual que siempre, porque he estado pasando consulta hasta las tantas de la noche. No son las diez, son las once y media. Es realmente agotador y no tiene ni punto de comparación con lo que hacíamos en la facultad. Termino de recoger mis cosas para salir por la puerta y me cuelgo el bolso del hombro.
– Mia ¿Puedes venir? -Pregunta Cristina desde recepción y yo asiento- Espérame y nos vamos juntas, así me llevas en coche.
– Tú tienes un morro que te lo pisas, rubia. -Me río y ella me guiña un ojo divertida- Te espero en la puerta de urgencias, no tardes.
Camino hasta allí, donde me asomo a la ventana del personal de la ambulancia. Están jugando a las cartas y suelto una risa, aunque me aparto de ahí cuando descubro que uno de los sanitarios que está ahí vestido de amarillo es Jesús. No recordaba que estaba sustituyendo a Jaime en la ambulancia durante estas dos últimas semanas. Trago saliva y me salgo del hospital, caminando lo más rápido posible.
Camina sobre mis propios pasos y yo observo de reojo cada uno de ellos. Hasta que me tropiezo con un escalón y caigo, literalmente, rodando por las escaleras de la bajada del hospital. Genial Mia, el día no podía acabar mejor.
– ¡Joder! -Grito en cuanto aterrizo en el suelo.
Jesús baja a la velocidad de la luz y se agacha, pero yo aparto sus manos de mi pierna.
– ¿Estás bien? -Pregunta preocupado.
– Puedo levantarme. -Añado y él eleva las manos al aire- Puedes irte.
– Creo que vas a tener que llevar una preciosa escayola durante al menos un mes. -Dice mientras me observa la pierna de arriba a abajo y yo ruedo los ojos- Deja que te ayude, por favor.
– Me voy a casa.
– No puedes conducir, Ne... Mia. -Corrige y yo suspiro- Por favor.
Coloca mi brazo derecho sobre sus hombros y a continuación me coge en brazos para volver a subir las escaleras. Y estos tres minutos se hacen eternos, aunque parece que a él no le importa en absoluto.
– Llévala a rayos y la traes aquí en cuanto acabes. -Le dice al auxiliar en cuanto me siento en una silla de ruedas y yo asiento- Ahora te veo.
Vuelve a irse y yo me tapo la cara con las manos ¿Se puede tener más mala suerte? Es increíble lo gilipollas que soy. El primer día de facultad también me caí por las escaleras, me disloqué un hombro y fui el foco de atención durante al menos dos semanas.
– Joder Mia, te dije que iba a tardar diez minutos y en menos de cinco te rompes una pierna. -Dice Cristina al verme pasar por su lado y yo le saco el dedo corazón.
En menos de quince minutos me han hecho una radiografía y estoy esperando a Jesús en la sala donde me han dejado. Es realmente incómodo.
– Pues al final sí que la tienes rota. -Dice Jesús, apareciendo de la nada con mil papeles entre las manos y yo suspiro- Tranquila, te la escayolo y te llevo a casa. Mi turno acaba ya.
– No hace falta.
– No me cuesta nada, Mia. -Insiste y yo asiento- Ahora es el momento perfecto para poder hablar, no vas a salir corriendo porque tienes la pierna rota.
– Eres gilipollas. -Aseguro y él se ríe- Voy a llamar a otro médico.
– Era una pequeña broma. -Se ríe y yo ruedo los ojos- Llevo días queriendo hablar contigo, Mia.
– Parece que últimamente estabas más preocupado en otros asuntos. Vivimos juntos, si no quieres hablar es porque no te da la gana.
– Necesito saber qué es lo que me pasa. -Responde nervioso- Lo siento...
– Sabes que no soy celosa, pero si tienes algo con alguien dímelo ya.
– No he tenido nada con nadie desde que me enamoré de ti. -Dice mirándome a los ojos, hasta ha dejado de prepararme la pierna y yo miro para otro lado- Hace cuatro años, más o menos. Sigo enamorado de ti, de verdad.
– Y yo sigo esperando una explicación.
– Es difícil... -Me mira a los ojos y yo suspiro- No sé, me sentía raro, diferente. Fui un gilipollas.
– Y sigues siéndolo. -Recalco y él se burla de mí- ¿Por qué me evitabas?
– Ni yo mismo lo sé. -Se muerde el labio y yo me aparto el pelo de la cara- Pero las últimas noches han sido para arrepentirme de todo lo que pasó ¿Ves estas ojeras? -Se ríe y yo asiento- Llevo dos días sin dormir... Mia. Lo siento. Perdóname, por favor.
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Cuéntame al oído | Tercera parte | StoriesftGemeliers
FanfictionPorque todas las promesas aún se tienen que cumplir.