Hablar con mi madre hasta las tantas de la noche me recuerda a cuando se venía a mi habitación porque tenía miedo. O a cuando se quedaba en el sofá esperándome porque no le contestaba el teléfono y volvía súper tarde. A las noches de tormenta, donde no podía dormir porque tengo un pánico irrefrenable a los truenos. Siempre ha estado ahí.
He vuelto a quedarme sola y por tanto es otra noche sin cenar. A quedarme acostada boca arriba, apoyando los pies en la pared y cambiando de postura constantemente para evitar dormirme antes de tiempo.
"A las once, todos los días"
Y no hay nada como recibir un mensaje que describe las ganas que tienen de verte. Lo adoro. Por eso sonrío al ver ese mensaje en la pantalla, aquel que dice que cuando quiera puedo llamarle. Por eso no he tardado en darle al botón para poder hacer una videollamada con él.
– ¿Tanto me echabas de menos? -Dice junto a una risa.
– No empieces. -Ruedo los ojos- Qué guapo ¿Vas a salir?
– He quedado para tomar algo, pero no te creas que me apetece mucho. -Asegura junto a una risa- ¿Y tú?
– Yo llevo todo el día encerrada en casa y pienso seguir estándolo.
– ¿Por qué no quedas con alguna de tus amigas? -Pregunta bastante serio y a mí se me coge un pellizco en el pecho instantáneamente- Hace mucho tiempo que no las ves, seguro que se alegran muchísimo al verte.
– Siempre están ocupadas. -Miento y él frunce el ceño- Y cuando dicen de quedar yo no puedo.
– Bueno, pero no te quedes todo el día en la cama. Que te conozco.
Provoca que me ría, pero por poco tiempo. Porque esto me ha hecho recordar muchas cosas, entre ellas que no tengo ningún tipo de amistad con las personas que han formado parte de mi vida durante más de una década. Aunque como siempre acabo contando alguna mentira de por medio para evitar dar explicaciones, básicamente porque no me apetece tener que contar mil tipos de historias para todos mis problemas.
– Podrías venirte. -Comenta para captar mi atención y romper el silencio- Estás sola... Aquí al menos podrías estar un poco más animada.
– ¿Quieres que vaya a tu casa?
– ¿Por qué no? -Sonríe y acabo mordiéndome el labio- Supongo que tarde o temprano iba a volver a pasar ¿No crees?
– No sé. -Cruzo los brazos y suspiro- Volver a irme...
– Vente un par de días. -Propone haciendo súplicas con sus manos- Además... Así puedes ver a Carol. -Alza una ceja con picardía- Puedes venir siempre que quieras, lo sabes.
– Me lo pensaré.
– Esperaré tu respuesta entonces. -Me guiña uña ojo y suelto una risa- Tengo que irme ¿Hablamos más tarde?
– Pásatelo bien. -Asiente y me lanza un beso.
– Eso está clarísimo. -Responde con media sonrisa- Te quiero, Mia.
– Y yo a ti, Jesús.
Nuestra conversación acaba aquí, como siempre. Con un te quiero. Y un yo también. Al terminar he vuelto a meterme en las profundidades de mi edredón, a pensar en mil cosas.
Adriana me bloqueó. Daniela no quiere saber nada de mí, ni siquiera en fotos. Paula a veces me la encuentro paseando, pero se hace la tonta y sigue por su camino. Y qué decir de María... aquella que se encontró conmigo hace un par de meses en la playa y me dedicó la sonrisa más falsa del mundo. Cuando se alejaron me di cuenta de que no me perdía nada del otro mundo. Sin embargo, ahora estoy sola. Podría decirse que mis amistades pueden contarse con los dedos de mis manos e incluso me atrevo a decir que me sobrarían unos cuantos. Conocidos muchos... Amigos... poquísimos.
Recaídas en llantos interminables que cesan solamente con un sueño profundo. Por otro lado, me levanto pensando en que mi existencia no tiene sentido ¿Por qué tiene que pasarme todo esto a mí?
Ver las historias de Jesús en Instagram quizás me da envidia, ojalá pudiera tener la valentía de salir de fiesta. De ponerme cualquier cosa e ir a disfrutar de la noche, beberme un par de copas mientras canto y bailo con cualquier persona. Porque aunque no lo parezca soy bastante sociable, extrovertida y divertida. Lo que sí parece es que todo el mundo se ha puesto de acuerdo para desaparecer de mi vida.
Finalmente he conseguido reconstruir todas las piezas de mi puzzle, que se habían derrumbado en milésimas de segundos. He salido de mi zona de confort y he atravesado la puerta de mi casa para coger el coche y bajar a la playa. En cuanto he llegado no he tardado ni un minuto en tumbarme en la arena. Y al sentir el contacto de la arena con mi pelo he cerrado los ojos para dar un largo suspiro.
Quiero estar bien.
Necesito estarlo.Cuando tenía algún problema siempre me escapaba a las rocas de la playa. Me sentaba en la más alta y hundía la cabeza en uno de los huecos para descargar toda la ira que sentía en mi interior. Todo esto a través de mi voz, de los gritos. Sacando el genio que llevo dentro.
Quizás me replantee lo de ir un par de días a casa de Jesús... creo que me vendrá bien estar con gente. Salir un poco y vestirme con algo que no sea una sudadera. Pintarme los labios de rojo y quitarme el moño. Porque lo que ha hecho la depresión es que me descuide, que la ducha sea un castigo y una obligación y no una necesidad. Dejar la tele, el helado de chocolate y las sudaderas anchas combinadas con pantalones de chándal y zapatillas de estar por casa.
Soy maravillosa y me merezco lo mejor. Pienso seguir luchando y conseguir todos los propósitos y metas que tengo en la vida. Porque en una cama no haré nada, solamente llorar y lamentarme de lo mal que me va todo. Seguro que mi entorno también me lo agradece.
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Cuéntame al oído | Tercera parte | StoriesftGemeliers
Fiksi PenggemarPorque todas las promesas aún se tienen que cumplir.