Capítulo quince: "Privilegiado"

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Jesús Oviedo

Estoy observándola mientras duerme, como estos días atrás. La única diferencia es que hoy está desnuda y aparentemente relajada, además de estar abrazada a mí. Nos hemos besado hasta quedarnos dormidos, cosa que no hacíamos desde hace muchísimo tiempo y tengo que admitir que me ha encantado volver a hacerlo. Lo más importante es que me he atrevido no solo a besarla, si no a volver a follar con ella y a disfrutar como antes. A ir más allá de un beso de un segundo, a mucho más que una simple penetración. Ninguna mujer me ha hecho sentir lo que siento con ella, es prácticamente única.

Me disgusta la idea de irme ahora, aunque hace dos días estaba deseando irme para perder de vista a todo el mundo, sinceramente me arrepiento de esas palabras y no lo volvería a decir nunca más. Sobre todo porque deseé no volver a verla más, a irme para no volver. Dejarlo con ella entraba dentro de mis planes, no la veía igual de contenta que siempre. No han sido nuestros mejores meses, creo que ha sido la peor etapa de nuestra relación sin duda. Sin embargo; me voy contento porque sé que voy a ayudar muchísimo allá donde vaya, pero con un pellizco en el pecho de saber que no voy a volver en mucho tiempo.

Antes de que se fuera a dormir nos quedamos mirando hacia el techo con la mirada perdida y la respiración agitada, sin creernos lo que acababa de pasar. Fue demasiado espontáneo y he podido observar las ganas que tenía de compartir un momento como este conmigo. Aún recuerdo sus gemidos en mi oído, cuando me pedís que no parara y que me quedara dentro de ella mucho más. Después nos miramos y se abrazó a mí. Incluso se pasó mi propio brazo por encima de sus hombros para apoyarse en mi pecho.

Dentro de poco sonará el despertador, hoy trabajamos por la mañana y sorprendentemente tengo muchas ganas de ir

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Dentro de poco sonará el despertador, hoy trabajamos por la mañana y sorprendentemente tengo muchas ganas de ir. Supongo que será porque es el último día y me lo pasaré bastante bien. Y efectivamente poco después el despertador suena y de un pequeño brinco Mia se despierta. Suelto una risa y ella vuelve a cerrar los ojos, quiere seguir durmiendo y lo entiendo a la perfección.

– Buenos días. -Digo con una sonrisa y ella bosteza poniéndose la mano en la boca.

– Buenos días. -Responde nerviosa y yo vuelvo a reírme.

No hablamos mucho más en nuestra habitación, por eso voy hacia la cocina y ella al baño. Cada uno por su lado, como cada mañana. Después de lavarnos los dientes nos encontramos en la cocina, ambos tomamos café en la mesa mientras nos miramos fríamente. Es raro este pequeño enfrentamiento que hemos creado. Sabía que no íbamos a hablar, ninguno de los dos nos atrevemos a decir una sola palabra. Quizás por miedo a qué puede decir el otro.

Solo puedo fijarme en la ropa que lleva puesta, una camisa que siempre se pone para dormir, apenas sin cerrar y que deja ver a la perfección todo su pecho, el cual miro sin reparo.

– No dices nada, pero bien que me miras las tetas. -Alza una ceja mientras se bebe el último sorbo de su café- Llevas acechándome con la mirada desde que nos hemos sentado aquí.

– Solo puedo pensar en lo de anoche. -Respondo y ella se ríe.

Me acerco a ella y agarro su cintura, además la obligo a que rodee mi cuello con sus manos. Su mirada, poco convencida, se clava en mis ojos. Tenemos una conexión muy especial, tanto que ambos hemos pensado en besarnos a la vez y soltamos una risa cuando nuestras narices se chocan.

Cuando ponemos rumbo al hospital predomina de nuevo el silencio, pero ambos cantamos las canciones que salen en la radio. Una detrás de otra. Hasta que nos separamos cada uno por nuestro lado, otra vez, para comenzar a trabajar.

– Buenos días, Cristina.

– Estás tan contento que hasta me has dado los buenos días. -Dice Cristina alucinada- Siempre estás súper borde, me has sorprendido. -Comienza a aplaudir y yo suelto una risa.

Ha sido una mañana bastante tranquila, he tenido poco trabajo y he estado charlando bastante con mis compañeros. Hacemos un buen equipo, además hemos quedado para tomar algo después de salir de aquí y despedirnos. La consulta de Mia no está muy lejos de aquí y no dejo de pensar en las ganas que tengo de recorrer los pasillos para hacerle una pequeña visita, solamente para observarla por la ventana y ver lo que hace.

– La próxima vez que me mires por ahí. -Dice mientras señala la ventana que está justo detrás nuestra- Duermes en el sofá. Sabes que odio que lo hagas.

– ¿Por qué? -Pregunto con una risa y a la vez cruzo los brazos.

– Me pone muy nerviosa. -Responde con un suspiro y yo vuelvo a reírme- Jesús...

– A ti te ponen nerviosa muchas cosas. -Susurro cuando me acerco a sus labios- Por ejemplo esto. -Agarro su cintura para sentarla en la mesa- Y te pone nerviosa porque sabes que pueden vernos, pero a mí me la suda.

Y después de recordar ese acontecimiento comienzo a reírme. Esto capta la atención de Valentina, la cual se acerca a mí de manera sensual, moviendo sus caderas de un lado a otro mientras cruza las piernas. Como si estuviera haciendo un pase de modelo, lo que no sabe es que está haciendo el ridículo.

– Vamos a tener que dormir en el mismo sitio. -Dice mientras se apoya en la mesa- ¿Qué bien verdad?

– Que privilegiado me siento. -Digo irónicamente y ella rueda los ojos.

– Vas a estar conmigo todo el día, eso sí que es un privilegio.

Intenta seguir la conversación, pero yo me niego a seguir charlando con ella. No dejo de insistir en que vamos a trabajar y no a nada más, pero lo más seguro es que se lo voy a tener que repetir más de una vez.

– ¿Qué tal con Mia? -Pregunta cruzada de brazos.

– Muy bien. Veo que tienes demasiado interés... -Me levanto y ella asiente- ¿Tienes tan poca vida que tienes que meterte en la mía?

– Tus ojos me dicen que no estás feliz. -Comenta mientras los observa fijamente- Los ojos son el reflejo del alma, Jesús.

– ¿Qué quieres decirme con eso?

Solo se ríe, no me contesta. Ahora mismo me encantaría saber lo que está maquinando en su cabeza y puedo asegurar que no es nada bueno. La puerta de la sala en la que estamos se abre y aparece Mia, andando con muletas y se sienta en la primera silla que ve libre.

– ¿Puedes traerme un café? -Me suplica apoyando su mano sobre mi pierna y yo asiento- No puedo más con mi vida, estoy agotada.

– Te dije que no corrieras de un lado a otro, eres muy cabezona. -Me quejo y ella se burla de mí- Ahora vuelvo.

– ¡Con leche de avena y sin azúcar! -Me grita poniendo sus manos en la boca, en forma de megáfono- ¡Gracias!

Cuéntame al oído | Tercera parte | StoriesftGemeliersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora