Capítulo treinta y siete: "Saco de boxeo"

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Narrador omnisciente

Efectivamente quedó en una anécdota, pero nadie más quiso volver a sacar el tema. Se tomó las pastillas y puso fin a su inesperado embarazo. Desde ese entonces no han vuelto a hablar.

La depresión es una enfermedad que va por rachas. Es un tira y afloja del que tarde o temprano acabarás necesitando ayuda. Soledad, ira, impotencia y ansiedad son algunas de las características más comunes.

De ahí que lleve días sin ir a trabajar, porque aquella psicóloga con grandes ilusiones se ha visto atrapada en aquella enfermedad que lleva acompañándola desde los dieciséis años. Y es que ya no tiene ni fuerzas para levantarse de la cama, ni siquiera para ir al baño. Vuelve a estar sola. A tener esa sensación de vacío que parecía que había desaparecido, porque uno de los pilares fundamentales de su vida se ha ido: Carol, su mejor amiga desde tiempos inmemorables, con la cual ha compartido todos los momentos importantes de su vida. Porque no vale una simple disculpa ante esta metedura de pata, porque ese daño no se cura con palabras.

¿Y qué pasa con él?

Insistente y a la vez paciente porque no tiene más remedio, la última vez que habló con ella fue hace varios días para preguntar cómo se encontraba después del cóctel de hormonas que ingirió, el mismo que le provocó el sangrado más grande de su vida durante más de tres días.

Ni un mensaje. Ni una llamada. Por eso se ha pedido el fin de semana libre, para ir a visitarla y ver cómo se encuentra después de todo este arrebato. Quizás solamente necesite un abrazo reconfortante. También puede ser que necesite gritarle a una persona directamente a la cara, pagarlo con quien sea aunque no se lo merezca, pero si es por el hecho de que ella esté bien aseguro lo que sea a que Jesús se presta voluntario a ser el saco de boxeo de la persona que más quiere en este mundo.

Jesús Oviedo

La madre de Mia me ha prestado unas llaves de su casa y ahora mismo me encuentro en su ascensor. Siento como si me temblara todo el cuero ahora mismo. De hecho, si tuviera que compararme con algo lo haría con un flan. O una gelatina.

Lo que ha sucedido en los últimos días ha sido algo bastante inesperado, jamás pensé que iba a vivir una situación tan tensa. Me preocupé por su bien, por lo que ella quería. Y así sucedió, ya no queda nada.

Lleva días sin comer, por eso he ido expresamente al supermercado a comprar lo único que puede apetecerle: helado de chocolate. Abro despacio la puerta y entro de manera muy sigilosa. Camino por la casa en busca de su presencia, pero sé dónde está y por eso me dirijo directamente a su habitación.

Tiene el cuerpo totalmente tapado con un edredón y tiene la cabeza hundida en la almohada. Está tumbada en mitad de la cama, con una postura un poco incómoda para mi gusto. Se queja cuando enciendo la luz, como si fuera fotosensible ¿Cuántos días debe llevar aquí encerrada?

– Mia. -Susurro sentándome a su lado- Mia. -Repito apartándole el edredón.

– ¿Qué haces aquí? -Dice mientras asoma un ojo por una raja realmente pequeña- No me jodas.

– No me jodas tú. Levántate,

– ¿Cuánto tiempo llevas sin ir a trabajar?

– No voy a volver. -Dice en un hilo de voz- No puedo ayudar a la gente si no puedo ayudarme a mí misma.

– No seas tonta. -Abro la ventana de su habitación para que ventile- Eres la mejor psicóloga que conozco, de verdad.

– Sería antes, ahora no.

Se menosprecia porque la situación que está viviendo ahora mismo puede con ella. Ha terminado llorando y me pide que me vaya, que no quiere ver ni estar con nadie. Pero no pienso irme.

– ¿Estás así por Carol? -Termino preguntando y ella asiente- Lo sabía.

Vuelve a comenzar a llorar y la abrazo por encima del edredón, aunque se destapa poco a poco para agarrar mi espalda mejor.

– Me siento más sola que nunca. -Dice entre lágrimas, sin fuerzas- No puedo seguir así... -Dice con tartamudez y le acerco un pañuelo de papel- ¿Por qué has venido?

– Para demostrarte que no estás sola. -Acaricio su cara y ella asiente- Eres muy fuerte, recuérdalo siempre.

Supongo que un aborto no es fácil, no lo ha sido para mí y para ella por lo que puedo ver tampoco. Algún día.

– Te he traído una cosa. -Digo con una risa, alargándole la bolsa que he traído- Y hasta que no te lo comas entero no pienso separarme de tu lado.

– No pienso comer nada. -Se queja mientras saca el interior de la bolsa y frunce el ceño cuando lo saca- ¿Por qué?

– El helado de chocolate siempre ha sido tu antidepresivo favorito. -Me río y ella asiente- ¿Te traigo una cuchara?

– Tengo una en el cajón. -Dice mientras se estira para cogerla- Es una cuchara de emergencias.

Y aunque al principio se haya resignado a comer, ha acabado haciendo al igual que yo. Porque aunque sea uno de los planes más básicos de la historia, a mí me parece el mejor plan del mundo entero. Comiendo por comer solo por el hecho de ver a la persona que más quiero feliz, porque de esta forma me aseguro que está un poco más contenta que hace un par de horas.

– ¿Te encuentras bien? -Pregunto mientras deslizo el peine por su pelo y ella asiente- ¿Quieres algo más?

– Quédate conmigo toda la noche, por favor. -Suplica apretándome la mano y yo asiento con media sonrisa- Gracias.

Y cuando ambos nos miramos a través del espejo, veo que por su boca se asoma una sonrisa inocente que me ha encantado ver. No he podido evitar abrazarla al instante, aunque se queja porque le he tirado del pelo sin querer al hacer caer el peine al suelo.

– Cuéntame las cosas, por favor. -Susurro al sentarla encima de mí y ella asiente- Hablando se solucionan las cosas.

– ¿Piensas que he hecho lo correcto?

– ¿Es lo que tú querías, no? -Asiente y yo encojo los hombros- Pues ya está.

– ¿Y tú qué opinas?

– Has hecho lo que creías conveniente y me alegro. -Sonrío y ella se muerde el labio- Pero me habría hecho ilusión, solo un poco. -Me río y ella rueda los ojos- Me alegro de que tú estés bien, eso es lo que realmente me importa.

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Cuéntame al oído | Tercera parte | StoriesftGemeliersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora