Capítulo cincuenta y nueve: "El último beso"

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Mia

Lleva dos noches seguidas viniendo a mi habitación a traerme zumos de diferentes sabores. Los acompaña de post-it de colores y añade frases motivadoras. Las estoy guardando en el cajón, me gustan. Cuando estoy triste las leo, me reconforta.

Es una sensación extraña. Me encanta tenerlo a mi lado, pero él no va con las mismas intenciones que yo. No me he tomado muy bien lo de su novia... Creo que se llamaba Bea. Aunque me alegra que esté tan contento, en serio. Lo veo pasar por la puerta corriendo y se para precisamente para saludarme y preguntarme cómo estoy. Esta situación está acabando conmigo. Vivir con incertidumbre. No sé en qué momento puedo dejar de estar aquí. Hoy han venido mis padres, se han quedado toda la mañana. No han podido quedarse mucho más, aunque han conseguido colarme un par de chocolatinas.

Lo peor que llevo es pasarme el día tumbada, me apetece moverme y darme un paseo. Bajar a la cafetería y comer algo que no sea galletas con leche para desayunar o sopa para almorzar y cenar. A veces me levanto para sentarme en el sillón que hay al lado de la ventana, me gusta mirar a la gente pasar. También cuando llueve, me relaja escuchar el sonido de la lluvia.

– ¿Qué haces ahí? Venga, a la cama. -Dice una de las doctoras que me atiende- Sabes que no puedes levantarte.

– Han sido solo cinco minutos.

– Ni cinco ni uno, venga.

No sé si estoy en un hospital o en la cárcel. Tampoco sé qué es peor de ambas opciones. Un grupo de doctores caminan hacia mi habitación, la doctora que acaba de llamarme la atención se ha quedado cruzada de brazos justo delante de mí. Mirándome fijamente como si hubiera hecho algo malo. Y cuando entran todos me miran de arriba a abajo con cara de pocos amigos.

– ¿Pasa algo? -Pregunto preocupada y apartándome la botella de agua de la boca- Me estáis asustando.

– Las pruebas de ayer no salieron nada bien, Mia. -Dice uno de ellos murándome con compasión- Ahora mismo eres dependiente del tratamiento intravenoso, sin él...

– Moriría. Lo sé. -Le interrumpo- ¿Podéis ir al grano?

– Vamos a extirparte algunos tumores pasado mañana ¿De acuerdo? Así veremos como evolucionas. -Añade otro y yo asiento, ya me espero cualquier cosa.

Estamos un rato más hablando, pero al rato se van. Y no he podido evitar ponerme a llorar en cuanto han cerrado la puerta. Ahora es cuando necesito ver a Jesús y hablar con él, entra hoy para hacer guardia por la noche y me prometió venir.

21:45

Me ha venido bien dormir un poco. También me han dejado la cena, pero creo que se va a quedar en el mismo sitio. No me apetece comer nada ahora mismo. Ni ahora ni en una hora.

He encendido el portátil y me he puesto a ver una película, es la única forma que tengo de entretenerme ahora mismo. Hasta que tres golpes en la puerta me interrumpen.

– Buenas noches ¿Puedo pasar? -Pregunta Jesús abriendo un poco la puerta y yo asiento- ¿Estás haciendo algo importante?

– Ver una película ¿Te quedas? -Propongo y él niega con la cabeza riendo- Bueno.

– Ven.

– ¿Qué? -Pregunto alzando una ceja y él asiente.

– Que vengas. -Dice mientras quita la medicación del porta sueros- Tenemos treinta minutos.

Me lleva hasta el ascensor en silla de ruedas y subimos hasta la última planta. Aunque le insisto que me gustaría caminar, él no me hace nada de caso ¿Qué hacemos en la azotea a estas horas?

– ¿Has cenado? -Pregunta mientras saca un tupper con macarrones- Porque a mí no me ha dado tiempo. He traído dos tenedores.

– Nos van a regañar. -Comento y él vuelve a negar- Oye Jesús, esto no me convence mucho ¿Podemos bajar de nuevo?

– Me dijiste que tenías ganas de salir un rato y te he traído lo más lejos posible. -Frunce el ceño- ¿Pasa algo?

– No... Está todo bien, pero me gustaría bajar.

Suspira y se levanta del banco. Nos quedamos en silencio, pero mirándonos. Ha guardado los macarrones diciendo que se los comería en el próximo descanso que es dentro de un par de horas.

– ¿Te pasa algo? -Pregunta frunciendo el ceño y cruzando los brazos.

Y mientras le cuento todo lo que me han dicho esta tarde, él no deja de asentir y de humedecerse los labios. No ha dicho absolutamente nada. Solo asiente.

– ¿No dices nada? -Pregunto después de haber estado más de diez minutos hablando- Pues creo que es hora de bajar.

– Te quiero. -Susurra después de un buen rato.

Ahora soy yo la que se queda en silencio porque básicamente no sé qué decir. Se humedece los labios y me mira de arriba a abajo. Sus manos se dirigen hacia mi cintura para atraerme hacia él, pero yo evito mirarle a los ojos. Dirige una de sus manos a mi cara y yo suspiro, joder.

– ¿Qué significa esto?

– No lo sé. -Dice con una risa.

– ¿Y Bea? -Pregunto cuando se acerca a mis labios, pero termina apartándose- Lo sabía.

– Lo dejamos. -Confiesa encogiendo los hombros- Eso es lo de menos, en serio.

Y de repente pasan por mi cabeza un montón de cosas, pero ahora solo tengo en mi mente una cosa.

– ¿Estás seguro? -Aunque acaba riéndose ante esta pregunta.

Sus labios rozan los míos, pero no hacen mucho más. Es un beso que dura realmente poco.

– No puedo. -Dice cuando se separa- Lo siento.

– Pero si ya no estás con Bea... -Ruedo los ojos- Joder Jesús.

Doy una patada a la silla de ruedas y camino hacia la puerta para salir de la azotea. Estoy cansada de la indecisión de este hombre.

– No puedo porque no quiero darte un último beso, Mia. -Dice a punto de estallar a llorar- Porque no sabemos ninguno de los dos cuando puedes irte. No quiero decir ni pensar que te besé por última vez, porque no puedo. No puedo.

Cuéntame al oído | Tercera parte | StoriesftGemeliersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora