Capítulo cincuenta y ocho: "Zumos"

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– ¿Dónde has estado toda la tarde? Me prometiste que iríamos a cenar juntos. -Dice Bea mientras pone sus manos en mi pecho- ¿Vas a contarme qué pasa? Tienes cara de haber estado llorando.

– Ha sido un día duro. -Respondo mientras camino hacia la habitación.

– ¿Qué te pasa, estás bien? -Pregunta preocupada y se sienta a mi lado- No me preocupes.

– Es Mia. -Respondo después de un rato en silencio- Se está muriendo y a la vez estoy muriéndome yo por dentro. -Digo llevándome las manos a la cabeza- No me puedo creer que esté pasando de nuevo por esto.

– Pobrecita. -Responde haciendo una mueca con la boca- Bueno no pasa nada.

– ¿Qué? -Pregunto confuso- Bea, claro que pasa. -Respondo borde y ella rueda los ojos- Se está muriendo una de las personas más importantes de mi vida y tú dices que no pasa nada...

– Joder, lo siento... No sé qué decirte. -Encoge los hombros y yo niego con la cabeza.

Esta actitud de Bea ante esta situación me pone de los nervios. Parece mentira que su profesión no ha conseguido que tenga empatía hacia las personas. No me puedo creer que haya ignorado completamente lo que pasa.

– ¿Salimos a cenar? -Pregunta después de un buen rato- Podemos cenar y después retomar lo de ano...

– Bea, quiero estar tranquilo. -Respondo borde.

Rueda los ojos y se tumba a mi lado, obligándome a que la abrace. No me apetece hacer nada con ella, no ahora. Ni hoy precisamente. No conocía esa faceta sin corazón de Beatriz, pensaba que podría comprender y aconsejarme bien, como hizo otras veces. He descubierto que estaba equivocado.

Dos semanas después

Como siempre soy muy precipitado en todo, la he cagado. Mi madre me dijo que no lo hiciera, pero una vez más tenía mucha razón. Hay que hacerle caso a las madres siempre. Dejé a Bea. Me equivoqué. No se tomó a malas nuestra ruptura y a mí me sirvió para darme cuenta de que no estaba yendo por el buen camino.

Todo este tiempo he estado tramitando un cambio de especialidad. Quiero ser oncólogo. He descubierto que es mi vocación después de volverme a enterar de lo de Mia. Hablamos de vez en cuando, muy de vez en cuando. No coge mucho el móvil, se pasa el día durmiendo y conectada a miles de máquinas que reproducen unos sonidos espantosos. Y ahora camino rumbo a su habitación, porque me han concedido el traslado por tener un expediente excelente. He vuelto a Málaga. Por ella. Por estar con el amor de mi vida todo el tiempo que pueda. Ahora sí.

– Buenos días, Jesús. -Dice la enfermera que acaba de salir junto a mí del vestuario- ¿Qué tal te estás adaptando? Te veo bastante seguro.

– Bastante bien, me han acogido muy bien. -Sonrío y ella asiente- Te dejo, tengo cosas que hacer.

Mia no sabe nada. Llevo días trabajando aquí, pero aún no me había atrevido a dar este paso. Estoy deseando verla y darle un abrazo. Por eso pego en la puerta de la habitación y después de escuchar su voz, abro lentamente.

– No. -Dice mirándome fijamente- No. No y no. - Se queja y echa la cabeza hacia atrás- ¿Qué cojones haces aquí?

– Saluda a tu nuevo médico. -Cruzo los brazos y me dirijo hacia ella- ¿No te alegras de verme?

– Jesús por dios... ¿Por qué haces estas cosas? -Se queja y yo suelto una risa- ¿Y Sevilla?

– He pedido el traslado a Málaga y a la especialidad de oncología. -Respondo sentándome en el borde de su cama y alza una ceja- Tal y como escuchas ¿Mola, eh?

– Eres idiota. -Se ríe y yo hago lo mismo- ¿Y Bea?

– Lo dejamos. -Respondo y ella suspira- No te preocupes, no tiene importancia.

Seguimos hablando durante un rato. No me gusta verla aquí tumbada en una cama rodeada de máquinas y goteros. Me encantaría verla en la calle, vestida con sus mejores prendas y tomando una copa de vino conmigo en nuestro restaurante favorito de sushi.

– Cuando salgas de aquí voy a llevarte a un sitio.

– ¿A mí? -Se señala con una sonrisa y asiento- ¿Y eso a qué se debe?

– Para celebrar que estás en perfectas condiciones. Voy a encargarme precisamente de ello ¿Cómo estás hoy? ¿Necesitas algo?

– Estoy bien, de momento. -Dice agarrándome la mano- Y vete ya, te van a llamar la atención.

– Tengo diez minutos por habitación, no importa.

Se humedece los labios y me pide agua, dice que le sabe la boca a metal por la quimioterapia y que le duele un poco la cabeza. Y eso me preocupa, bastante. Ella me preocupa mucho.

– ¿Vas a quedarte mucho tiempo ahí mirándome? -Pregunta con media risa- Vete antes de que te regañen.

– No van a hacerlo. -Me río y me acomodo un poco más a su lado- ¿Haces algo esta noche?

– ¿Lo dices en serio? -Alza una ceja y cruza los brazos- No me dejan ni darme un paseo por el hospital, me paso el día aquí tumbada. Cenaré y me iré a dormir, como todos los días.

– Estoy de guardia. Igual me paso.

– Tengo cartas. -Dice divertida, abriendo el cajón de la mesa y enseñándome la baraja- Aunque tampoco te quiero entretener.

– Tranquila, nos pasamos la noche en la sala durmiendo. Últimamente no pasa nada interesante.

La alarma de mi reloj suena, eso significa que me tengo que marchar. Suspiro y me levanto, no me apetece nada de nada.

– Si vuelves... -Hace que me dé la vuelta y asiento- ¿Me puedes traer un zumo de naranja? -Pregunta con una risa y no puedo evitar reírme- No sé lo diré a nadie.

– Ya veremos.

Salgo de su habitación con una risa. Querida Mia ¿Sólo quieres un zumo o es una excusa para estar de nuevo a mi lado? Aunque creo que es más bien lo primero, ahora se alimenta a base de caldos; hervidos y zumos ultra procesados que acaban en la basura porque los odia. Y si tuviera que traerle zumos todas las noches para poder verla, accedería rotundamente.

Cuéntame al oído | Tercera parte | StoriesftGemeliersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora