Capítulo sesenta y cuatro: "Uniforme y continuo"

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Las flores frescas llegan cada día a la entrada de la UCI desde hace un par de días. Sigo postrado en el sillón que hay justo delante, observando fijamente si hay algún cambio o movimiento ahí dentro, pero nada. Una vez más está ahí, tumbada en una cama y rodeada de miles de máquinas que emiten muchísimos ruidos. Y es que esos ruidos son los que me mantienen alerta. Sus constantes vitales son lo que más me preocupa ahora mismo.

Salgo de trabajar y vengo corriendo a esta planta a sentarme en esta silla. Duermo un poco en la sala de descanso y luego vuelvo. Como cuando puedo y voy al baño cuando lo necesito. Vivo prácticamente en el hospital otra vez.

Y mi esperanza cada vez es mejor. Estaba muy positivo, pero ha cambiado todo desde el otro día. La madre de Mia me ha traído una pulsera de color verde esta mañana. El verde es el color de la esperanza. La ató con un nudo muy fuerte y me dijo que no la perdiera, nunca. Y quizás es lo único que me mantiene despierto, sus palabras y su ánimo a pesar de todo.

– Te he traído un café. -Dice Virginia sentándose a mi lado- ¿Cómo estás hoy? Te noto cansado.

– Estoy roto. -Respondo mirando fijamente a la nada- No me quedan fuerzas, Virginia. No puedo más, estoy pasándolo muy mal.

Pensaba que no, pero he acabado llorando y ella se ha lanzado a los brazos para abrazarme. Porque sinceramente necesitaba un abrazo a de esos interminables. Intenta que hablemos sobre otra cosa, pero no lo consigue.

– ¿Te apetece ir a la cafetería? Yo me quedo aquí si quieres. -Propone acariciándome el brazo- Así te relajarás, hazme caso.

No me apetece en absoluto ir a comer o a beber ahora, no puedo. Aunque diez minutos después aparece con dos bocadillos y un par de refrescos. Y a lo mejor esto es lo que me ha alegrado la tarde un poco. Ella es la única que ha sabido escucharme y comprenderme desde el principio. Aunque tengo que reconocer que echo mucho de menos a mis compañeros de trabajo de Sevilla. Eran mucho más que compañeros, conseguimos crear una bonita amistad que lleva años durando. Aún recuerdo aquella cena en mi casa, con ellos y sus parejas. Fue una noche completamente desastrosa que creo que nunca olvidaré.

– Me encantaría poder seguir charlando contigo, pero tengo que irme ya. -Acaricia mi espalda y yo asiento- Cuéntame lo que sea ¿Vale?

Virginia es a la persona que más admiro ahora mismo. Me ha ayudado sin conocerme de nada y se ha convertido en alguien fundamental en mi día a día. Cuando se va vuelve ese vacío, esa soledad... ¿Qué hago yo ahora? Y de nuevo acabo levantándome y para ir a verla a través del cristal. Solo deseo que esto sea una pesadilla de la que pueda despertarme pronto. Ojalá no hubiera pasado nada de esto. Me da miedo no volver a verla despierta. Lo siguiente es volver a sentarme en la silla y cerrar los ojos, no puedo más con mi cuerpo. Solo serán cinco minutos, lo prometo.

Aunque cuando me quiero dar cuenta han sido más de cinco minutos y yo diría que un par de horas...
Miro la hora en el móvil y suspiro, mierda. También me levanto para poder estirar la espalda, juro que es la silla más incómoda del mundo. O al menos eso me lo parece a mí. Camino hacia la máquina de café porque creo que es lo único que necesito ahora: un buen café. O quizás dos.

– Llevas varias noches aquí ¿No crees que deberías irte a tu casa? -Comentan a mis espaldas y yo me giro bruscamente.

– Dani...

El café cae al suelo y sinceramente no me importa que me haya manchado los zapatos. Me lanzo a sus brazos, porque lo que más necesitaba era un abrazo de una de las personas que más quiero en este mundo. El que ha estado ahí siempre, en todos los momentos buenos y malos. Es mi hermano. Y siempre lo será. Pase lo que pase entre nosotros.

– ¿Está bien? -Pregunta mientras me limpia la camiseta con un poco de agua y papel, aunque le insisto que no va a quitarse la mancha.

– No. -Respondo en un hilo de voz y él suspira.

– Necesitas dormir. -Frunce el ceño y yo niego con la cabeza- Vete a casa, me quedaré toda la noche aquí y te conta...

– No pienso irme de aquí. Si le pasara algo no me lo perdonaría jamás. -Le interrumpo y él asiente- No estoy tan cansado, te lo prometo ¿Y Carol?

– Se ha quedado con Gala en la casa de los padres de Mia. -Dice con media risa- Tranquilo.

Hemos pasado la madrugada hablando y jugando a las cartas mientras bebíamos café y comíamos sándwiches mixtos de la cafetería. Sin duda he conseguido evadirme un poco de todo el estrés que tenía acumulado y le voy a estar muy agradecido por todo esto.

– La última vez que la vi estaba contenta. -Dice con media sonrisa mirando al frente- Me dijo que estaba bien, pero que le dolía la cabeza. Vino a casa y jugó con Gala un montón de horas. Después se fue. -Suspira y agacha la cabeza- Prometimos venir a verla, pero no lo cumplimos. Siempre lo aplazábamos y sinceramente ahora me arrepiento, porque no sé si vamos a poder verla sonreír de nuevo.

Acaba de nuevo llorando en mis brazos, porque esta situación es así. Nos consolamos el uno al otro de forma continua entre abrazos y miles de besos de abuela. Hasta que un sonido llama mi atención y hace que me levante. Porque ese pitido que proviene de la habitación en la que está Mia no me gusta nada. Y por eso corro hacia la puerta, pero no puedo abrirla.

– ¿Qué pasa? -Pregunta Dani preocupado y acercándose a mí.

– Está en parada. -Respondo pulsando todos los botones posibles- ¡Mierda!

Y mientras maldigo que me hayan quitado todas las llaves posibles para no poder abrir la puerta, mi hermano busca a alguien para que venga lo antes posible. De repente la vista se me nubla en cuanto veo que aparece un carro de reanimación y se mete en la habitación de Mia. Y lo último que recuerdo es un sonido uniforme y continuo. Lo único que deseo es que ya no sea demasiado tarde.

Cuéntame al oído | Tercera parte | StoriesftGemeliersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora