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Me resultó imposible abrir los ojos, una fuerza interior no me dejaba abrirlos, me estaba comenzando a asustar ¿me estaré muriendo? Mi cuerpo temblando me decía que sí, no podía moverme de aquella cama gigante, tenía escalofríos y una fuerte presión en el pecho ¿anoche bebí algo que no debía? ¿Por fin llegó mi momento?

Mi móvil comenzó a sonar y yo luché con las sábanas para poder engancharlo, no sabía que me pasaba pero necesitaba ayuda, noté cómo la baba se me empezaba a caer y ahí me di cuenta de que era más grave de lo que yo creía, el teléfono dejó de sonar y yo me maldecí por no haberlo conseguido agarrar a tiempo.

Después de muchos intentos lamentables conseguí llegar al teléfono y pude pedir ayuda, los minutos se me hicieron eternos hasta que escuché como abrían la puerta del loft y me sentí segura durante un segundo de aquella mañana.

Me era imposible moverme pero pude reconocer al conserje preocupado mientras metían una camilla en mi habitación para llevarme al hospital, apenas podía responder las dudas de los auxiliares, el viaje fue tan incomodo como raro, me montaron en la camilla, me bajaron por ese horrible ascensor, mi mayor preocupación era que se me seguía cayendo la baba, nunca me había puesto a mirar tan detalladamente el techo de aquel ascensor, si este era mi fin, hubiese cambiado anoche muchas cosas.

-¿Se ha drogado?- murmuró un auxiliar.

-Claro que se ha drogado, se le nota en la cara- susurraba el otro auxiliar.

El ascensor se abrió y ahí supe lo que me estaba pasando, las drogas me habían dejado así, si pudiese hablar diría muchas cosas pero sólo podía mirar hacia el techo, noté el aire de la calle, miraba el cielo, no serían ni las diez de la mañana y yo ya había jodido el día por la puta cocaina.

Los rumores corrieron como la pólvora, cuarenta y cinco minutos después ya había una foto mía subiendo a la ambulancia en camilla.

Agradecí que en el hospital estuviesen tan ocupados como para no mirar las revistas de corazón, lo último que quería era que me fotografiasen en mi peor momento.

Me sentía más relajada, me costaba hablar pero podía hacerlo, el doctor entró por aquella puerta y yo me volví a quedar muda, él comenzó a inspeccionarme muy detalladamente mientras yo me quedaba quieta como una piedra.

-¿Cuántas drogas te has metido esta semana?- miró el informe.

-No, lo sé- tartamudeé.

-Has tomado suficientes como para matarte, te hemos hecho una analítica y has sobrepasado el límite.

-¿Qué quiere decir?- soné preocupada.

-Deja las pastillas y volverás a estar bien, tu cuerpo te está avisando- me advirtió.

-Maldita droga- resoplé.

-Sí, maldita droga, pero no la consumas más, no queremos más paparazzis en la puerta del hospital- bromeó.

-No me jodas- le miré.

-Siento decírtelo pero sí, que sepas que eres más guapa al natural- guiñó un ojo.

Yo opté por quedarme callada, no podía hacer nada más que quedarme ahí esperando a que sucediera algo.

-Por cierto, tus padres están de camino y tu novia está fuera, esperando para entrar.

No me jodas.

-Puedes decirle a Diana que no puedo recibir a nadie, dile que estoy inconsciente o invéntate algo, por favor- le supliqué.

-¿Diana? Juraría que no se llamaba así- me miró extrañado.

-Maldición- resoplé mientras me echaba las manos a la cabeza.

-No creo que tu novia se vaya a ir así porque sí, por cierto no te asustes pero hay estudiantes en prácticas y si se enteran de que estás aquí querrán seducirte, ten cuidado, me voy a seguir con mi trabajo, cualquier cosa avisa- señaló el botón rojo y se fue.

No me gustaban los hospitales y mucho menos saber que habían paparazzis fuera esperando una declaración, tendría que tirar toda la mierda que me he estado metiendo esta semana.

La puerta se volvió a abrir, mi cara de sorpresa debió ser increíble al ver a Barbara en mi habitación del hospital, parecía preocupada, demasiado diría yo, sin duda no me la merecía.

Se acercó y me agarró la mano, temblaba, temblaba más que yo.

-¿Qué haces aquí? No tenías que preocuparte.

-¿Que qué hago aquí? Eres una imbécil- me soltó la mano.

-¿Cómo sabes que estaba aquí?- resoplé.

-Me han llamado por teléfono para preguntarme si yo estaba contigo.

-¿Por qué a ti?

-Hay videos de la cena de mi cumpleaños en Instagram y se piensan que hemos pasado la noche juntas, ya sabes.

Hubo un silencio.

-Sí, pero no hace falta que estés aquí, es tu cumpleaños ¿no tienes que estar con el rubito de anoche?

-¿Puedes dejar de ser una imbécil y decirme qué te pasa?- respondió alterada.

-No tengo nada, sólo un desmayo como el del otro día- mentí.

-No te lo crees ni tú- se cruzó de brazos.

-Nena, confía en mi, yo nunca te mentiría- intenté agarrar su mano pero no se dejó.

-No me lo pones muy fácil- se alejó de la camilla.

-Ahora háblame del rubito de anoche.

La puerta se abrió de golpe interrumpiéndonos y no sabía si alegrarme o molestarme conmigo misma por ver a mis padres preocupados entrando en aquella habitación de hospital.

-Cariño ¿qué te ha pasado?- me abrazó fuertemente mamá.

-Nada grave, me mareé, perdí el conocimiento y aquí estoy- intenté mantener la calma.

No sabía cuánto tiempo duraría esta mentira pero tenía que alargarla lo máximo posible.

Mis padres se quedaron mirando a Barbara, era la primera vez que veían a una súper modelo y la admiración era notable.

-Mamá, papá, esta es mi compañera de famous in love, Barbara Palvin.

Barbara sonrió amablemente y les dio la mano a cada uno.

-Tú eres la de la promoción en París ¿no?- preguntó mi madre.

Barbara asentía sin entender mucho del tema.

-Dejad a Barbara en paz, por favor- supliqué.

Barbara dio por finalizada la visita y decidió despedirse, sabiendo que teníamos una conversación pendiente aún.

Maldito rubito y malditas drogas.

•Barbara Palvin y tú• Famous in love•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora