Three || BillDip

8. Primeros pasos.

     Criar a un pequeño, no era nada fácil. Definitivamente no lo era. Bill podría llegar a compararlo con un infierno por el resto de su vida; sufrir entre las llamas de responsabilidades y las múltiples molestias que causaban ello hasta consumir completamente cada segundo de la vida de un individuo.

Ser un padre era igual a aceptar entregar tu vida por completo al sufrimiento. ¿Qué clase de persona totalmente cuerda aceptaría algo como eso?

Aparentemente muchas personas... incluido el mismísimo Bill no se salvaría de probar aquel infierno.

Cuando los llantos resonaron en la habitación y su cabeza vibró, Bill abrió sus ojos con pesadez y odio reflejado en ellos. Observando la escasa luz que lo envolvía se levantó lentamente de su cama y observó la hora mientras los llantos continuaban.

Eran las siete de la mañana, no había pasado ni una hora desde la última vez que lloraron aquellas molestias y había sido así durante toda la noche. El sueño lo había abandonado por completo desde el momento en el que los pequeños no dejaban de llorar pidiendo por su atención.

Las horas pasaban lentamente frente a sus ojos cuando lloraban, y tan dolorosamente rápido cuando podía encontrar un momento de descanso.

Suspirando con pesadez se levantó y caminó hasta llegar a la habitación de al lado, donde en medio del lugar se encontraba la gran cuna que Pacífica había comprado con su dinero para ellos, y en ella estaban los pequeños cachorros castaños. Mabel lloraba con todas sus fuerzas, moviendo sus pequeñas manos al mismo ritmo de su llanto. Mientras Dipper, solo sollozaba en silencio. Su llanto opacado por la presencia de Bill y reduciéndose a medida que la distancia entre él y ellos se hacía cada vez menos.

Cuando estuvo frente a ellos obtuvo las mismas reacciones que había tenido cada hora que se había acercado a ellos. Mabel lloraba más fuerte y Dipper gimoteaba mientras trataban de escalar la cuna para llegar a los brazos del hombre mayor.

Bill masajeó el puente de su nariz tratando de aliviar el estrés. Ciertamente no había esperado que aquellos pequeños se acostumbraran a dormir en la cuna la primera noche luego de pasar noches cómodas junto a él en su habitación. Sin embargo, esa era la quinta noche que dormían ahí en su propio nido, en su propia habitación. Y en cada una de esas malditas noches, las molestias castañas lloraban a todo lo que podían para ser llevados nuevamente a la habitación de Bill.

Bill como la persona responsable que era cada momento revisaba que estuvieran limpios y llevaba comida para ellos. Comida que era rechazada y esos bebés se aferraban a él con tanta fuerza que no creía que fuera posible que unos pequeños tuvieran.

No se consideraba una persona paciente. Siendo un hombre arrogante, un Alfa temido y obedecido por todos y con el ego subido hasta las nubes, había terminado siendo el esclavo de dos pequeñas basuras sin raza aún definida que llevaban su paciencia más allá de los límites que tenía.

Simplemente, maravilloso. Seguro su hermano podría estar bailando en su desgracia ahora mismo y sus padres desde su tumba. No pensaba darse por vencido, esos pequeños debían acostumbrarse a dormir en aquella cuna, en esa habitación. Sin embargo, el recuperar sus valiosas horas de sueños sonaba mucho más tentador en aquellos momentos.

Negó rápidamente, llegó a escuchar en su cabeza la chillona voz de Pacífica regañarlo por ceder a los caprichos de unos bebés cuando no lo hacía ni con las miles de mujeres que lo buscaban. Tenía que ser fuerte si quería sobrevivir en lo que tardara en regresar Will.

Tomó a los pequeños, quienes sin esperar se aferraron a sus brazos y a su camisa cuando los recargó contra su pecho, y los llevó hacia la cocina para poder darles algo de comer. Al llegar los dejó en sus sillas mientras encendía el televisor, y fue preparar sus biberones mientras mantenía un ojo en ellos, cuidando que no volviera a suceder ningún otro accidente.