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  Cuando veo que la que creo se llama Mía, se aleja y se va en los brazos del que acaba de llamar su papi, tomo valor para preguntarles a las otras dos chicas que se quedaron conmigo, que clase de relación tenían ellos dos

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  Cuando veo que la que creo se llama Mía, se aleja y se va en los brazos del que acaba de llamar su papi, tomo valor para preguntarles a las otras dos chicas que se quedaron conmigo, que clase de relación tenían ellos dos.

       —¿Puedo preguntar otra cosa?—digo tímida.
       —No tienes que anunciar cada cosa que preguntas—dice la chica de ojos verdes en un tono dulce.
       —Acaba de llamar a ese hombre ¿Papi? ¿Ella no es secuestrada como nosotras?—digo confundida. Tal vez ella si sea hija biológica. Y bueno, mala suerte que le tocó estar aquí en este mundo desde el nacimiento.

  Ambas se miran antes de que la otra chica tomara la iniciativa de responder.

       —Yo también llamo a mi representante papi—comenta ella a lo que yo abro mis ojos como platos—. Pero no es nada malo, prometido—salta ella al ver mi reacción—. Yo le llamo así, porque llevo con él bastante tiempo, y debo decir que me encariñé con él lo suficiente como para llamarle así. Mía tendrá sus razones, aunque dudo que sean distintas a estas.

  La de ojos claros asiente. Y creo que me voy a desmayar. ¿Encariñarse con su secuestrador? ¿Es enserio?

       —Pero no es algo obligado, tenemos una amiga que lleva el doble de años aquí que Jane—señala a la de ojos claros e intento guardar su nombre en mi cabeza—, y jamás le llamaría por ese nombre.

  Yo asiento intentando procesar todo lo que me dicen.

  Observo por el espejo retrovisor a Mía que observa cansada por la ventana

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  Observo por el espejo retrovisor a Mía que observa cansada por la ventana.

       —Cielo—le llamo a lo que ella voltea a mirarme también por el retrovisor—. Te contraté una nueva entrenadora de natación.

  Veo como sus ojos brillan ante la noticia, lo que me llena el corazón de amor.

       —¿Enserio?—dice esperanzada a lo que yo asiento y escucho unas risitas al fondo del coche.
       —Si mi vida, sé cuánto adoras nadar y no iba a dejar que una profesora que no te tuviera la tolerancia necesaria te alejara de eso que te hace tan feliz.

Pequeñas lecciones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora