Pequeñas lecciones.

25

  Observo a Mía que está parada frente a su caballete. Qué de reojo me mira sentado frente a el.

  Después del almuerzo me dijo que quería pintar, y que yo tendría que ser su modelo, y aquí estamos. Se supone que debía atender unas llamadas, pero es mi niña y debo compartir tiempo con ella.

  Con uno de nuestros vinilos favoritos sonando de fondo, Mía me pinta en el lienzo. Adoro verla hacer algo que la apasiona. Por eso cuando Hugo me dijo aquello de la entrenadora, no pude evitar enfadarme. Sé cuánto le gusta, y lo mucho que se distrae nadando y no quería que perdiese esa pasión.

       —Estamos invitados a la fiesta de presentación de la niña de Hugo el sábado—le digo en un tono bajo para no perturbarle en su concentración.
       —Ajá...—dice de manera distraída sin mirarme.
       —¿Tienes que ponerte?—le pregunto moviendo mi mano.
       —Papi, ¿Qué te dije de moverte?—me dice enfadada y yo río, se ve adorable cuando me riñe—. Y si. Puedo ponerme el mismo vestido que usé para la presentación de Sadie, fue hace poco—adoro cuando se pone tan seria. A veces puede ser tan infantil, y a veces tan seria que me sorprende.
       —Como sabía que la respuesta no me iba a gustar, el jueves va a venir el sastre a medirte otro vestido.

  Ella gruñe.

       —No necesito tantos vestidos, papi—me informa.

  Yo río y ella suelta el pincel.

       —Lo sé, pero me gusta comsentir a mi princesa. ¿Entiendes?—ella sale de detrás del caballete y tras tomar el cuadro, se acerca a mi con él.
       —Lo entiendo papi—dice con una sonrisa—. ¿Listo para verte?—dice cambiando de tema.

  Yo asiento sonriente y ella voltea el cuadro.

  —¿Te gusta?—me dice feliz.

       Yo observo como fue capaz de captar a la perfección las medidas, colores y sombras en mi rostro.

       —Está perfecto mi cielo—ella sonríe ampliamente.

×××××××