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       —Papi no me hagas esto—me ruega por décima vez mientras nos montamos en el coche

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       —Papi no me hagas esto—me ruega por décima vez mientras nos montamos en el coche.
       —Cielo, no voy a verlos en toda la semana, y quieres que vayan al recital, ¿No?—le digo de la manera más dulce—Yo tampoco quiero que interactúes con ellas después de lo que te hicieron, pero es entregarles las entradas para sus representantes, y ya. No las estás invitando a ellas.

  Ella suspira con resignación poniéndose el cinturón.

       —De acuerdo—dice cabizbaja.

Nuestro viaje había acabado era cierto. Y con eso teníamos que regresar a la realidad. Yo al trabajo y ella al colegio, y podía notar lo mucho que no le gustaba ir a clases. Llevaba ya una semana yendo y veía como la pobre llegaba triste y sin ánimos.

  Y ahora que todos regresamos, y todos teníamos que ponernos al día con nuestros trabajos, y todos estamos tan llenos de reuniones que no hay ni un tiempo en el que podamos tomarnos ni un café y así yo poder entregarle a ellos las invitaciones al recital de piano de Mía de este fin de semana.

  Se lo tuve que pedir a ella y evidentemente le cayó como un cubo de agua fría. La entiendo. Le hicieron daño y yo le pido que le dé algo a ellas para darle a sus representantes. Pero es la única opción que tenemos.

  Al llegar al colegio me estaciono en un puesto libre y le doy un abrazo y un montón de besos a mi pequeña.

       —Gracias tesoro, después de clases vamos a comer fuera ¿Te parece?—sus ojos brillan de nuevo y asiente.

   No le voy a hacer pasar un mal trago para que luego la deje en casi así sin más.

  Ella me da un último beso en la mejilla y se baja del coche.

  Ella camina cabizbaja como intimidada y no me gusta verla así. Tiene muy pocos ánimos para asistir al instituto y estoy seguro que todo se debe a las chicas.

       —¡Dios santo!—exclamo al ver a Stelle que me saluda acercándose a mi casillero con un yeso en el brazo

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       —¡Dios santo!—exclamo al ver a Stelle que me saluda acercándose a mi casillero con un yeso en el brazo.
       —Lo sé—dice ella calmada.
       —¿¡Qué te pasó!?—digo aún angustiada.
       —Me caí jugando en la nieve. Estoy bien.
       —¿Esto es estar bien?—le exclamo cerrando mi casillero.
       —Lo sé, pero ya estoy mejorando—dice optimista.

Pequeñas lecciones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora