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Mía.

Una vez en las rodillas de mi papi, este levanta mi falda y baja mi ropa interior. Y así me preparo para sentir el primer impacto que no tarda en llegar.

Yo gimo y me sobresalto.

—Te debería dar una nalgada, por cada dólar que debes, pero como soy tan bueno solo te daré  30.

Yo me empiezo a retorcer entre sus piernas al oír eso, pero me tiene sujeta con el otro brazo.

—Veo que hemos perdido nuestros modales a la hora de ser castigada—me da otra nalgada a lo que yo me sobresalto de nuevo—¿Agrego 10 más?

Mis lágrimas comienzan a caer y él al no ver respuesta por mi parte me da otra a lo que yo grito de dolor.

Gilbert siempre ha tenido las manos muy pesadas y la forma en la que encurva la mano para darme las nalgadas es simplemente doloroso.

Me da otra nalgada lo que me trae a la realidad.

—Seguimos sin responder ¿Huh?—me da otra nalgada.

A lo que yo por instinto respondo de un solo golpe un: No por favor.

—No por favor ¿Qué?
—No papi.
—Así me gusta, esto me recuerda a cuando te tenía que sacar las palabras con nalgadas, esta no será la ocasión, ¿Cierto?—se detiene y siento su mirada en mi nuca.
—No papi.
—Bien.

Y con eso empieza a darme el castigo. Cada una era más dolorosa que la anterior. Yo ya estaba hecha una sopa, mis piernas eran gelatina y ni hablar de mi culo. Me lo imaginaba realmente rojo e imaginaba que no podría sentarme en él al menos 2 semanas. Mi mente estaba en otra parte. ¿Por qué nadie me creía?

Cuando se acaba el castigo siento mi culo latir y como él me pone de nuevo las bragas. Yo gimo al sentir la tela rozar con mi culo rojo. Olvidaba lo doloroso que era esto.

Esperaba recibir un abrazo o algo al finalizar el castigo, pero no. Él me pone de pie y con las mismas con las que entró, salió.

Yo me quedo hecha polvo, pero no me siento. Más bien, no me atrevo a sentarme.

A los pocos segundos vuelve y yo le miro a la cara. Hasta que miro lo que tiene en la mano. Unas esposas de metal.

Mi instinto inicial es alejarme, pero ya estaba tan agotada que simplemente me senté en el suelo en posición fetal a llorar.

Siento como se agacha y toma mis muñecas y me pone las esposas en ambas muñecas. Hecho esto me carga en brazos y me acurruca en su pecho intentando calmarme.

Yo por otro lado no paro de llorar. Y estoy muy cansada como para preguntar porqué las esposas, ya me da igual.

—Las esposas en tus muñecas van a ser un claro recordatorio de lo que hiciste. Que con estas manos tan lindas, no se debe de robar.

Yo ya paso de contestarle de lo cansada que estoy, pero sé que la cosa no ha acabado allí. Me recuesta en la cama boca abajo y sale de la habitación. Tarda unos segundos pero al volver trae aquella crema infernal de aloe vera. Calma mucho el dolor pero durante el proceso duele.

Él aplica la crema con sumo cuidado y con eso, tras darme un beso en la cabeza sale de mi habitación.

Al intentar moverme las esposas me inmovilizan, no del todo, pero es estresante intentar moverte y no poder hacerlo con libertad.

Pero el motivo de mis lágrimas era otro. La frialdad de Gilbert duele más que mi culo.

×××

Olivia.

Una semana. Una semana ha pasado desde que no sé nada de Mía. Por lo que al salir de la escuela le ruego a mis papis que por favor me lleven a verla.

Tras insistir mucho (que es lo que mejor se me da) aceptan y me advierten que no saben cómo Gilbert reaccionará a mi inesperada visita.

Al llegar me bajo yo sola de la silleta y voy a la puerta. Olvidaba lo bien que está el clima.

Después de tocarla tardan un par de minutos en abrirla. Es Gilbert. A lo que él me saluda amablemente, y yo con mi papi ya detrás, le hago mi petición.

—Lo siento, Olivia, no creo que sea posible. Sería un mal castigo si dejo que la veas.
—Se lo pido por favor, nadie sabe nada de ella desde hace una semana. Es mi mejor amiga.
—Yo...—dice él pensando.
—Venga Oli—mi papi pone sus manos en mis hombros e intenta moverme.
—Por favor—le insisto yo.

Él solo me observa hasta que un ruido le hace voltear. Es Mía.

—Ya estoy lista, me las puedes poner de nuevo, no me robe más champú del que use—dice ella con la toalla en el hombro, tiene cara entre cansada y triste.
—Ya hablamos de esto—le dice en un tono cansado como si ya se lo hubieran repetido mil veces—. Ya vengo. Saluda a tu amiga.

Gilbert  sale de la puerta y yo me tiro encima de ella dándole un abrazo al que ella corresponde muy desanimada.

—¡Mía!—digo yo de la emoción—¿Qué pasó? ¿Por qué no vas a clase?
—Les daré un poco de privacidad—dice mi papi alejándose hacia el coche.
—Por que para los ojos de todos soy una ladrona.

Me separo rápidamente de ella asustada y sorprendida por lo que dice.

—¿Robar?—digo yo estupefacta y ella asiente —¿Tu? ¿Robar?—me río un poco, aunque intento aguantarme.

Ella no se ríe. Por lo que pienso que es en serio.

—Tu no robaste nada. Me hubiera dado cuenta, tengo como un radar o un sexto sentido, como lo quieras llamar, y tú no haz robado ni un silbato de 80¢.
—La directora y Gilbert lo creen. Así que estaré suspendida durante un mes.
—¿¡Un mes!?—digo yo alarmada—¿Y desde cuándo llamas a tu papi, Gilbert?
—Hasta que me crea. Estamos muy enfadados uno con el otro, él porque cree que le estoy mintiendo y yo porque él no me cree y además me tiene esposada todo el rato como un supuesto recordatorio de lo que supuestamente hice. Y además, no he podido sentarme en algo sin cojín desde el viernes que Gilbert me castigó.
—¿Qué?—digo yo confundida.
—Como lo oyes.
—Al menos irás a la excursión de fin de curso,¿no? es a final de junio, ya sabes.
—Se acabó el tiempo—dice Gilbert apareciendo de la nada con las esposas de metal tomando las muñecas de Mia—. Y no. No irá, gracias por la visita Olivia—y sin más cierra la puerta.
—¡No sea iluso! Estoy segura que no robó nada—grito aunque lo más probable es que me esté ignorando.

Me dio mucha pena ver a Mía. Tenía una cara de tristeza total. Jamás la había visto así.

××××××

¿Qué les parece lo que está yendo de la historia?

¿Les gusta? ¿Mía realmente está contando la verdad?  ¿Mía realmente robó?

Pequeñas lecciones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora