Epílogo

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Se escucha el repicar de cascabeles.
Y se escucha también, la entonada oxidada de una clave de Sol. La tecla rota de un piano, la cuerda floja de un violín.
O quizá esté confundiéndolo, y se trate solo de un amargo llanto de Cello.

He hablado a la luna de mis penas, pensando que ésta no me oye, pero su respuesta en los amaneceres es una lluvia en los prados. No llora frente a mí porque quiere consolarme, pero la lluvia que empapa mis mejillas me hace entender que, ella llora conmigo. Y que sin importar cuántas veces parezca que vamos a despedirnos, ella siempre me esperará por las noches, cuando el sol se oculte.

Porque el amor, como los actos lujuriosos saben mejor en la noche. Cuando nadie ve, cuando solo una vela nos acompaña en la habitación. Y cuando un champán nos embriaga hasta caer dormidos.
Aunque también, la noche traicionera hace de nuestras penas algo más turbio que nos envuelve en insomnio y melancolía.

Se escucha un cascabel.
No sé si es una risa.
No sé si es un llanto.
Pero me llama.
No sé qué intenta decirme, suena como...
Te amo.
Te extraño.
No te vayas.
Cuan sufrible es ese pequeño cascabel.

De pronto se escucha la lluvia.
De pronto alguien me cubre con su paraguas.
Y hace frío, pero no me engulle.

—William —susurra una voz

El joven pelinegro abre sutilmente los ojos, todo su alrededor es completamente blanco. La luz le ciega por unos minutos, pero se ve obligado a mirar a quien tiene por delante, inclinado hacia él con su sombrilla oscura. Escudriña sus prendas elegantes, negras como el carbón y detiene sus ojos zafiros en los plateados de su acompañante. Esta vez, el hombre frente a él no oculta su rostro con su flequillo, más bien lo encara sin vacilación.

—Lysandro

Él ríe. William se sienta a duras penas y tardan un rato antes de seguir con la conversación.

—¿Y bien? ¿Fue tan doloroso como la última vez?

—No recuerdo, ¿qué pasó ahora?

—Los espectros perforaron tus órganos y rompieron tus huesos... nadie sobreviviría a ello

—Pero mi sonata...

—Sí William, lograste terminarla y de nuevo salvaste a todos... ahora, ¿Qué esperas? —le tendió la mano. —el otro lado te espera

William miró su palma, no recordaba lo último que había sucedido. Lo pensó un par de veces pero optó por levantarse por sí mismo.

—Es curioso... —dijo Lysandro

—¿El qué?

—La primera vez que moriste ni siquiera me diste el tiempo para hablar, te levantaste y pasaste a mi lado, golpeaste mi hombro con el tuyo y seguiste tu camino, ni siquiera escuchaste las palabras de los que dejaste... parecía que... en verdad deseabas morir, pero ahora... ¿Por qué en tus ojos veo vacilación?

William no respondió. Seguía consternado, todo había sucedido tan rápido.

—¿Sabes William? alguna vez leí un libro que hablaba sobre espejos... un espejo de vampiro y otro del narcisista. A pesar de ser contrarios se complementan... el vampiro no puede proyectar su imagen así que se conforma con saber que tiene esencia, mientras que el narciso admira lo tangible, la belleza de sí mismo. En ese escrito comprendí la frustración del deseo por parte del vampiro y también... la seducción de lo real por parte del narciso

—¿Por qué... me dices todo esto?

—Te marcharás, tengo muchas cosas que decir desde la última vez que moriste pero por tu insolencia no me permitiste hablar. Creo que tienes ambos espejos en ti... y por eso me atraes tanto. Vacío y lleno por dentro, sabes que eres especial y quieres que el resto lo vea... pero no sabes proyectarlo así que te conformas con lo que el resto piense de ti. William... —dijo al acercarse, lo tomó de su mentón y sonrió con malicia. —eres un ser hermoso... pero a la vez repulsivo

Sonata espectral de un alma solitaria. [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora