Capítulo 29 - Kokia

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Las memorias se estaban tornando azules en el interior y William podía ver con claridad la raíz de las mismas, debía escarbar un poco más y pronto encontraría el motivo del sufrimiento de Kaede. Aunque por lo poco que había visto le sorprendía que aún hubiera una pena más fuerte que el dolor físico recibido por años. Las memorias volvieron a abrirse y esta vez Kaede yacía en una cama suave leyendo un libro, su decisión estaba hecha, tendría al niño y lo cuidaría lejos junto a Belton. Estaban haciendo los preparativos para que una vez que dicho naciera pudieran marcharse lejos, probablemente en Stratford Upon Avon. Si los negocios iban tan bien como ahora entonces se irían al centro de Oxford y se prepararían para los gastos del pequeño en su educación. Aparentemente, Kaede no había pisado su hogar desde la última memoria y siempre sufría ataques de nervios al pensar que ese monstruo la asechaba tras la ventana, pero Belton se había asegurado de protegerla lo mejor posible. Sabía lo incómodo que podría resultarle a Kaede estar oculta varias semanas en su hogar tras la panadería, pero la mudanza se planeó desde el instante en el que ella se quedó, por lo que el aislamiento no perduraría demasiado. Y ella estaba de acuerdo, cuando llegó estaba por cumplir los tres meses de embarazo y gracias a su apariencia delgada era muy poco notable su estado.

El día tan esperado llegó, las últimas cosas a llevar eran unas cuantas cajas llenas de ropa y el tren que tomarían saldría por la noche ya que de esa manera habría menos riesgo de ser descubiertos. Belton era consciente de que no podía hacer saber su mudanza, la escudaba con una mejor propuesta de trabajo en otro lugar, así que las personas no podían hacer más que entristecer pero desearle suerte en su nuevo camino. Actuaron según lo planeado y pronto se encontraban viajando a Stratford, Kaede tenía un millón de sensaciones dentro de sí, los nervios y la emoción por comenzar de nuevo y esta vez de la manera correcta, aunque también se sentía culpable por no haber hablado con su ex pareja sobre el bebé o sobre las decisiones que había tomado. Tenía un conflicto interno en si debía regresar o no, después de todo los malos hábitos del perdón tras el golpe seguían ahí y sanar de todo ese daño emocional y físico no se desvanecía tras conocer a una nueva persona. Belton tenía muy en cuenta eso, no la ayudaba porque creyera que salir de una relación para entrar a otra fuera lo correcto, era como salir de una trinchera y meterse en otra más profunda por el hecho de no saber estar solo. Más bien, lo primero que se propuso fue enseñarle a tomar decisiones, no solo por ella sino por la criatura que venía consigo, tenía que aprender a amarse a sí misma y lo lograría si se mantenía alejada de la persona que más daño le había causado.

Belton siempre pensaba que un acto de amor propio muy grande era alejarse de aquellas personas que por mucho que quisiéramos nos resultaran dañinas. Nos perjudicaran emocional y físicamente. Quizá esta había sido una decisión precipitada, pero Belton no se confiaba después de ver muchas veces las marcas de cuerdas en su pies y muñecas, si eso le hizo sin saber nada ¿cómo habría de actuar enterándose que estaba embarazada? Podría ser tan hijo de puta como para no reconocer siquiera al bebé. Sabía que a Kaede le costaría mucho trabajo confiar y quererse a sí misma y ahí estaba él, no quería que lo viera como una pareja sino como un amigo, uno en el que pudiera sostenerse cuando estaba a punto de caer y que desarrollara sus propios sentimientos con el tiempo, pero solo cuando ella se sintiera preparada para abrir su corazón de nuevo, de manera real y sincera. Al llegar la mayor parte de las cosas estaban en su lugar y como regalo del padre de Belton les obsequió muebles para el pequeño, así como productos y ropa.

Los recuerdos pasaron rápido, aquellas memorias resultaron más extraordinarias de lo que Kaede pudiera imaginarse, era por primera vez libre. Sin marcas, sin constantes abusos, sin una persona que le hiciera sentir como si fuese un error el haber nacido y por supuesto que hubo decadencias, continuas veces se preguntaba si merecía esa sensación de plenitud, si debía volver o no. A veces lloraba en las noches y se decía en voz baja si lo que hacía estaba bien o no, así que Belton solo podía sentarse a la orilla de la cama junto a ella y frotarle la espalda, de nuevo diciendo que todo estaría bien. Los meses transcurrieron, la estación cambió de Otoño a Invierno y aquella pareja lucía cada vez más unida. El padre de Belton fue sin duda un padre por excelencia para Kaede, esa voz de la razón que intentaba ayudarla día a día mientras Belton no estaba por cuestiones de trabajo. La apoyaba con los quehaceres, hablaban hasta el anochecer sobre las vivencias de ambos y caminaban por el mercado mientras saludaban a los vecinos. Llegó el día en el que por fin la pequeña criatura nació. Los dolores del parto fueron insoportables, el sudor resbalaba por su frente y los gritos desgarradores retumbaban las cuatro paredes, Kaede enterraba sus uñas bajo la sábana e imploraba por ver ya a su pequeño. A comparación de los dolores provocados por su pareja estos no eran nada, así que podía soportarlos con valentía.

Sonata espectral de un alma solitaria. [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora