Capítulo 19 - ¿Me extrañaste?

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De vuelta a la actualidad, William y Darien yacían descansando tranquilamente en las habitaciones del hogar de Gelida. Ambas estaban la una frente a la otra y cualquier ruido podría ser perceptible gracias a la madera crujiente del suelo.

La habitación en donde descansaba William era pequeña, pero bastante acogedora, era obvia su intención de mantener lo más lejos posible a Darien. Por mucho que él había insistido en quedarse con él, William lo negó. Sin embargo, conforme la noche transcurría escuchó cómo unos cuantos golpes se manifestaban desde el exterior de su ventana. En un principio se mantuvo reacio a levantarse y prestarle atención, pero fue en vano en cuanto los golpes se volvieron más frecuentes. De algún modo encontró la fuerza de voluntad para levantarse de la cama y mirar con ojos somnolientos el exterior.

—Será el jodido viento... —masculló de malas. —y las ramas secas, ¿por qué no me sorprende?

Sin embargo, sus pupilas se dilataron en cuanto miró correctamente a la figura lejos del hogar. Algo distorsionada y esbelta, tragó saliva en seco, pero el aire se le fue de golpe en cuanto un espectro colgó boca abajo. Poseía ojos saltones y el pico extremadamente largo, apenas miró los ojos de William soltó un llanto de terrible magnitud que quebrantó el cristal de la ventana. Cada uno de los pedazos salió volando, de no ser porque William retrocedió, aquellos fragmentos habrían cortado su rostro.

William extendió su mano hasta el mueble en donde había colocado el violín, pero a pesar de ello la criatura convertida en búho se las ingenió para tomarlo de los pies y arrastrarlo hacia afuera. Vidrios largos se incrustaron en sus piernas y brazos, ocasionando que desangrara. Cómo pudo, William se las ingenió para sujetar el arco con fuerza, lo deslizó sobre las cuerdas pero seguía siendo inútil ya que los otros dos espectros susurrantes llegaron a su par y comenzaron a picotearlo.

Gritaban, lloraban y gemían, eran tan estruendosos que William no podía concentrar su sentido auditivo en las notas de la sonata. El más grande de ellos lo arrastraba sin piedad de un lado a otro, chocaba contra los árboles pero William se rehusaba a soltar el violín.
Fue gravemente herido cuando el espectro mayor de ellos giró sus alas y soltó un aire torrencial, los vidrios se deslizaron por su piel como cuchillos afilados. Uno de los pequeños fragmentos logró desprenderle la uña del dedo más grande del pie. William ahogó el grito al morder su labio inferior con fuerza.
Se mantenía lo suficientemente fuerte para tragarse las lágrimas y esforzarse para quitárselos de encima. Agitarse podría empeorar las cosas, alguno de esos vidrios podría llegar a estancarse en su pecho o cuello, por lo que en un movimiento rápido puso dos de sus dedos sobre sus labios y soltó un silbido, llamando a los dos espectros que hasta ahora le servían bien.

Gelida y Kokia. A lo lejos observó la tierra volverse un camino de cúmulos, como si inmensas raíces de árboles abrieran su paso hasta donde él se encontraba, las grietas se formaban de una en una y de ellas emergieron ambos espectros, pero solo sirvieron para quitarle de encima a William dos de los espectros susurrantes. El tercero de ellos, el que lo sostenía con fuerza hundió más sus garras en los tobillos de William y extendió las alas de par en par, listo para dar un impulso en lo profundo del bosque.

—¡Suéltame! ¡Suéltame maldito arpía! ¿¡A dónde me llevas!? ¡Responde!

Pero no había respuesta, solo llantos de lamento que hacían estremecer los árboles. Incluso las hojas verdes se volvían marchitas y de un tono sepia. William forcejeó con él, se movió de un lado a otro, ahora importándole poco lo de los vidrios, pero seguía siendo en vano. Después de todo, incluso si quisiera calmar a un ser tan desamparado como ese búho, ya le pertenecía a alguien más. Y ese alguien más debía ser más fuerte que William como para dominar a tres de esas horribles bestias. William estaba a punto de tomar uno de los cristales rotos incrustados en sus piernas y cortarse los tobillos con tal de escapar. Podría sonar absurdo o sin escrúpulos, pero era la única manera de mantenerse con vida. Sin embargo, antes de que él pudiera hacer algo, esa ave dio un último impulso hacia los cielos y dejó caer a cierta distancia a William.

Él cayó de espaldas, escuchó cómo su espalda quebró duro contra las piedras de la montaña, los vidrios se enterraron en sus costados, perdió el aire por tan solo unos minutos y escuchó el tintineo dulce de la sustancia escarlata rodeando su cuerpo, pero volvió en sí en cuanto esa figura espectral descendió con fuerza sobre él.

Intentó de manera desesperada moverse para evitar que aquel espectro susurrante no atravesara su corazón con sus largas uñas filosas. Para su sorpresa, en cuanto descendió apropiadamente sobre el pecho de William, él ya no se pudo mover. El silencio era opresivo, y el aire estaba cargado de una tensión palpable, podía sentirlo sobre su pecho, una presión helada que lo hacía jadear de angustia. Los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos, mezclados con el susurro siniestro del espectro. Ante el miedo, la angustia que lo envolvía como un sudario y la presencia que cernía el espectro sobre él causándole estragos, sabía perfectamente que él ya estaba más que muerto. Si un espectro susurrante te tenía entre sus garras, debías dar por hecho tu trágico destino.

"William"

Sus pupilas se dilataron en cuanto vio cómo aquel espectro tornaba su apariencia a la de un hombre. Alto, esbelto y de tez sumamente pálida como la nieve, ese hombre poseía rasgos profundos, cejas negras y algo pobladas, tenía una apariencia formidable y galante. Aires de una gran presencia inmortal, a simple vista uno podría confundirlo con un erudito de otro mundo, pues sus ojos se mantenían agudos como los de un fénix inclinados hacia arriba. Lo más llamativo de este hombre eran sus ojos, pues uno de ellos irradiaba un color plateado brillante como la misma luna, el otro prefería mantenerse a la intrigas, pues estaba oculto tras el flequillo oscuro. Su cabellera extravagante era monocromática. Incluso sus prendas mantenían un contraste único al ser oscuras. Su mano izquierda era cubierta por un guante negro y el otro por uno blanco. Emergió una sombrilla entre sus dedos y colocó el ápice sobre el pecho de William.

El cual, una vez se encontró con los ojos como espejos de aquel hombre, sintió la saliva amarga bajo su lengua. Y un dolor extremadamente profundo en el pecho por memorias del pasado.

Aquel hombre esbozó una sonrisa coqueta, bastante pícara. A pesar de resaltar su atractivo, William sabía muy bien qué había tras ella. Avaricia, soberbia y un alto grado de malicia con diversión. Sino es que también lujuria.

—¿Me extrañaste? —dijo burlón. —¿O solo yo te esperaba?

William frunció el entrecejo y entre palabras malformadas logró pronunciar su nombre.

—Lysandro...

Sonata espectral de un alma solitaria. [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora