Capítulo 41 - La vida en tres notas musicales

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—Eso fue muy cruel —dijo el pequeño. —¿¡Qué has hecho!?

—Eso es lo que te espera a ti cuando mires espectros niño, la agonía es parte de este deleite llamado vida

William apretó los puños. Incluso si quisiera defenderse sabía que contra Lysandro era imposible, ahogó su llanto, las palabras de rabia y ese dolor que lo carcomía por dentro. La frustración volvió a envolverlo, a abrazarlo como una vieja amiga y se depositó lentamente en el bolso de su camisa, junto a su corazón. Aún en su último aliento, aún con la incapacidad de hablar porque le habían quitado la lengua, aún entre sollozos siempre llamó a su hijo. Siempre lo mantuvo en su mente y corazón. Quizá, en el fondo añoraba que los dos se volvieran a encontrar en el otro extremo, pero la rabia y el dolor lo consumieron y terminó por convertirse en un espectro vengativo.

¿No era lamentable que incluso después de la muerte no pudieran estar juntos? Bromeando de pipas y abrazándose como padre e hijo.

William tomó el violín, lo acomodó en su brazo e inspiró profundo. Si lo que iba a hacer tenía el efecto que él creía, sus sospechas serían confirmadas. Aun cuando era evidente, se negaba a creerlo. En un chirrido llamó a Gelida, su espectro apareció lentamente entre la poca neblina que cubría el suelo y parte del río. Entonó "verdad" y prosiguió.

—Había un río, si es verdad... que tu espectro entone si

Gelida parecía confuso, sus memorias eran difusas.

—Todo fue oscuro, te enterraron vivo

La cuerda del "Si" vibró, aunque Gelida luciera perdido, un pedazo de su alma luchaba por hablar.

—Tus huesos se mezclaron con la espuma, tus pies no pudieron patalear

"Si"

—¿Hacía frío?

"Do"

William sintió que el nudo en su garganta era como un alambre de hierro oxidado, las puas se incrustaban lentamente y lo desangraban. Buscaban hacerlo llorar, buscaban desgarrarlo, pero en este punto era inútil. William Wilder ya había muerto, ¿Qué era peor que eso? No en el sentido físico sino emocional, había tocado tan fondo que la tristeza rara vez lo tomaba por sorpresa. La reconocía, la abrazaba y se fundía en ella, más apasionadamente que con cualquier otra mujer en sábanas rojas. En gritos de espasmos o espaldas curveadas. Aquí, entre la desolación y William Wilder, era ella quien tenía el control, quien lo hacía arrodillarse y le acariciaba la línea de su espalda, la curva de su cuello y sus frágiles pómulos.

—¿Terminó rápido?

Las cuerdas vibraron con torpeza, las cejas de Gelida se contrajeron y sus labios titubearon. Se tomó la cabeza, asustado.

"...Do"

William detuvo la sonata, era la respuesta que debía escuchar. No quería, pero debía tenerla en cuenta. Sus ojos que antes parecían enrojecerse por lágrimas ahora se veían frívolos e inyectados en sangre. De nuevo lejano, de nuevo adormecido. Inspiró profundo, volteó hacia donde los espectros estaban y colocó sin piedad el violín en su hombro.

—¡Te diré en dos palabras quién soy, qué hago y cómo vivo! 

"Furia" resonó con más fuerza, causando estragos entre los presentes. Los dedos de William se tiñeron de blanco, de no teñirse no tendría sentido aquella sonata. El antónimo de amor no es odio, es miedo, ¿Y a qué conlleva el miedo? La furia.

Hoy las cuerdas no quieren sonreír, hoy nadie pretende saltar en chapoteos, hoy las orillas del mar blanco se tiñen doradas y gritan con furia. La tristeza fue una excusa, no intentarlo fue sinónimo de derrota. En este duelo la lengua era representada por cuerdas desatadas, arcos en lo alto que murmuraban guerra, ojos profundos que carecían de tacto.

Sonata espectral de un alma solitaria. [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora