Una piedra salió volando por los cielos después de haber sido pateada, cayó entre la maleza de los arbustos y tras él se escuchó el sonido de un suspiro melancólico.
—Ojalá hubiera ocurrido de nuevo —masculló Darien para sí mismo, moviendo los pies de enfrente hacia atrás. Permanecía sentado en el tronco cortado de un árbol, frente a él había un prado gigantesco de pasto verdoso. No podría notar su belleza de no ser por la luz de la luna que en mucho tiempo por fin le resultaba acogedora, pero triste. Hacía frío, aunque no podía esperar menos después de salir casi disparado de la habitación
En noches así lo único que podía pensar era en lo mucho que anhelaba que la sonata desolación retumbara en sus oídos, de esa manera las tristes memorias habrían de desvanecerse como el incienso en un entorno abierto. Estaba dispuesto a abrir las ventanas de su corazón y despejar aquel melancólico olor de un amor no correspondido. Quizá, de esa manera habría de detener sus lágrimas, quizá de esa manera ya no dolería tanto como lo hacía ahora, ¿a quién quería engañar? William jamás podría ver en él los auténticos sentimientos que resguardaba. Y si no lo hacía, era mejor olvidarlos, hacer como si no existieran y seguir su día a día. Miró hacia el cielo y por primera vez desde el regreso de William contempló a la luna con la mirada de un cachorro perdido, ojos húmedos y el corazón achicado. Diez años, diez años mirando a la luna con rabia por no haberlo podido proteger cuando debió, no interferir porque ese era su papel... el de un alumno fiel sin importar las consecuencias. Mirando cómo día a día ese hombre se perdía en la penumbra de su propia melancolía y ni sus propias sonatas podían salvarlo. Ahora, en el presente lo tenía ahí, junto a él. Lo que toda persona anhela cuando un ser querido muere es volverlo a ver y abrazarlo sin parar, decirle muchas cosas que ya no fueron posibles. Disculparse quizá por problemas triviales o quizá disculparse porque había cuentas que saldar, pronunciar un último te amo, pronunciar con todas las fuerzas del mundo lo cuán significativo era ese ser especial para ti. Y saber que algún día habrían de volver a encontrarse, en esta vida o en la que sigue. O quizá orar porque hubiera un camino misericordioso que los hiciera coincidir.
Esa bendición había sido otorgada a Darien, era tan gratificante que no podía evitar llorar al mirar el cielo. Gracias, gracias una y otra vez por darme una segunda oportunidad de tenerlo frente a mí, pero ¿por qué si está aquí duele tanto? Probablemente porque a pesar de ello no lograba alcanzarlo. Por mucho que se esforzara la persona frente a él jamás habría de reconocerlo como alguien, aunque no fuera especial pero sí leal.
El destino suele jugar muy cruelmente, las palabras se atascan en la punta de la lengua y mueren antes de salir de la boca. Malentendidos que yacieron en la vida pasada y perduran en el presente y quizá, malentendidos que continuarían durante otras vidas.
Darien suspiró con pesadez y se puso de pie, recogió una última piedra y la arrojó por los cielos. Ya estaba decidido, lo que no fue en el pasado no sería en el presente, insistir solo haría que las cosas terminaran igual y suficiente tenía con poder estar junto a ese mentor. Dio la vuelta, con la frente en alto para llamar a esa persona como en el pasado, "Maestro Wilder" solo eso. Sin embargo, un ruido entre la maleza lo detuvo antes de siquiera dar un paso, miró por encima de su hombro pensando que se trataba de un roedor. Hizo caso omiso pero el ruido se intensificó, de nuevo miró hacia atrás, extrañado.
—Eh..., ¿hola?
Nadie respondió.
—Mmm... ¿hay... alguien ahí?
Surgieron dos pequeñas luces entre los pastizales, Darien alzó las cejas. Antes de preguntar, las luces se deslizaron por los suelos y finalmente un espectro se alzó con velocidad sobre él. El cuerpo entero del castaño se petrificó, su rostro se volvió pálido y por inercia retrocedió. Aquel espectro tenía la apariencia de un hombre alto y robusto, cubierto por prendas de un soldado del antiguo imperio chino, Darien dio la vuelta solo para encontrarse con otro espectro de misma apariencia, ambos sosteniendo una espada más grande que ellos y sumamente filosa.
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Sonata espectral de un alma solitaria. [EDITANDO]
Novela JuvenilEn el pasado, William Wilder era el violinista más temido de toda Inglaterra. Amado y odiado por su don tan sublime sobre las cuerdas de su oscuro violín, pues no solo causaba contusión entre los vivos, sino también entre los muertos. Tras su fallec...