Capítulo 8 - Maestro Wilder

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¡Por algo no podía gritar! ¡No tenía cuerdas vocales para hacerlo! El borde de los ojos de William se humedeció, ardía y quemaba por dentro.

¿¡Qué demonios le había ocurrido al maestro Gelida!?

Por distraído, había dejado de tocar, así que ese espectro volvió a enfurecer. William sabía que nada podría calmarlo por completo... si estaba loco, por algo muy bueno debía ser. Tocó entonces las notas sol- la- do. Y aunque era menos seguro que la sonata "calma", nada perdía con intentar. Aquel espectro dio pasos lentos hacia William, pies deslizándose uno tras otro, arrastrando hojas secas bajo sus pies, algo chueco en su postura.

William soltó las cuerdas de sus dientes y en un hilo de voz, comenzó a hablarle.

—Te diré, en dos palabras quién soy, qué hago y cómo vivo...

El maestro Gelida soltó ruidos malformados desde su garganta. Movía la cabeza, sus manos temblaban.

—¿Quién soy? Soy un poeta...

Más pasos, más miedo.

—¿Qué hago? Escribo...

El ruido de las hojas bajo sus pies, le enchinaba el cuerpo entero a William, a este paso, sería hombre muerto.

—¿Cómo vivo?

—i... o...

—Vivo...

—il...m...

—Sol-la-do, la vida en tres notas... —decía en voz baja. —Sole mio giornio (Sol de mis días)

—L...

—La vita é questa. Niente é facile e nulla é impossibile... (La vida es tal cual, nada es fácil, y nada es imposible.)

—...l...o... d...

—Dolce vita, oh dolce vita... (Dulce vida, oh dulce vida...)

—il... g...

En las cuencas vacías del maestro Gelida se formaron espesas lágrimas negras que de inmediato cayeron por todo su rostro. Estiró sus manos y llegó hasta William, aunque él temblaba no podía negar la conmoción absoluta que tenía al ver... a ese hombre que fue un padre para él. En esas condiciones, en lo que se había convertido. Un nudo terrible se formó en su garganta, ¿quién pudo haberle hecho algo así? ¿cómo fue eso posible?

—l...il...am...

—Sí... sí maestro Gelida... soy yo, soy William

—am...

Gelida no podía parar de llorar, tocó sus mejillas y deslizó sus manos por sus pómulos. Por su parte, William tenía el corazón achicado envuelto en papel maltrecho. De repente, las lágrimas salieron. No podía hacerse a la idea de que él también había sufrido un infortunio. Su mentor, su padre.

Quien quiera que lo haya asesinado, fue un monstruo. Debió torturarlo hasta el último momento, pues incluso las muñecas de éste tenían quemaduras de cigarro. La desgracia para William, es que no sabría exactamente cómo había sido asesinado el maestro Gelida, pues como bien había dicho... las almas descansaban en paz sin recordar sus últimos momentos de agonía.

Si el maestro Gelida fue torturado, eventualmente olvidaría todo el dolor de aquel momento. Desde el inicio hasta el final.

—Mentor... le prometo, le juro que encontraré al culpable

—a...m...

Decía Gelida al negar, ¿podría ser posible... que recordara algo antes de morir? Pero no podía decirlo, sus cuerdas estaban destrozadas, sus ojos habían sido arrancados sin sutileza. Eso enfureció a William, la peor de las desgracias para un maestro de ópera como Gelida era el hecho de quitarle algo tan preciado como la voz.

Sonata espectral de un alma solitaria. [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora