Capítulo 56 - Es el alma solitaria

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Visitar un cementerio, resulta siempre...

¿Cómo definirlo?

Silencioso, apático, desolado. Incluso en las muchas flores o ramas secas que se extienden por el suelo. En lo alto de cada mausoleo siempre hay estatuas de ángeles uniendo sus manos, rezando y mirando hacia el suelo. La mirada solemne, los labios unidos. Y en cada grieta de su estructura puedes escuchar un susurro de aleluya.

El canto de aquellos que ya no están.

Las telarañas, más que dar una apariencia sombría, resultan velos transparentes cubiertos de pequeñas gotas de rocío. Se diluyen como espuma al caer en el suelo, se impregnan en la tierra hasta desaparecer. Y te das cuenta de que así termina un ciclo.

Así termina la vida.

Es incómodo. Para algunas personas el hecho de visitar cementerios les puede resultar incómodo, para otras, es triste. Un ser querido que antes amó, rio, gritó y lloró ahora yace bajo el suelo. Y la última imagen que pueden recordar es que lucían como si estuvieran durmiendo, en un sueño eterno del cual jamás van a despertar. Y así como las esculturas, se mantienen solemnes. Acurrucadas. Y a los vivos, lo único que les queda es esperar el día en el que se vuelvan a encontrar.

William siempre pensaba eso al ver las tumbas. Especialmente cuando el nombre que aparecía grabado en una de ellas decía "Angie" es decir, visitar un cementerio resulta denso, pero es más cuando sabes que vas a visitar a alguien que amaste con todo tu ser. Le hablas esperando que responda, le cuentas tu día a día, pensando en lo que hubiera podido ser si aquella persona no se hubiera ido tan pronto, después caes en cuenta de que por mucho que lo intentes ya no obtendrás respuesta.

Te arrodillas, lloras, llenas de lágrimas las flores que dejaste. Puedes besar sus pétalos solo para imaginar que son sus mejillas, que aún puedes brindarle aunque sea un último beso de despedida. Y aunque pareciera inútil, resulta reconfortante. Un pedazo de tu alma se alivia, ya sea un momento, pero es un aliento de vida. Como si ese ser querido te diera la fuerza para seguir adelante, aunque cueste, aunque no puedas, aunque te caigas.
Suponer entonces, que la vida sigue y tu deber es sobreponerte.

—¿Hace cuánto no visitas un cementerio? —dijo Lysandro, sacando del trance a William

—Ah, no lo sé... ha pasado mucho

—¿Ni siquiera has ido a ver a Angie?

—Lo haré cuando Gelida también tenga una tumba decente. Angie lo entendería

—¿Sabes William? nunca entendí

—¿El qué?

—¿Por qué le ponías notas a las flores que le dejabas a Angie? ¿No te resulta estúpido? Ella ya no podía leerlas, sea lo que sea que le escribieras... era inútil

William rio.

—No, no lo era. Sabes que las personas cuando visitan a un ser querido, normalmente se quedan de pie frente a la tumba, miran la foto con el ramo de flores en mano y lloran, lloran hasta quedarse sin energía. Las dejan, vuelven a llorar, hablan y después se van

—¿Entonces?

—Dejar notas en las flores era significativo. No quería que representaran tristeza, no quería que siempre al dejarle flores estas se vieran llenas de un sentimiento amargo, o representaran lágrimas. Sino, que fueran más allá de eso. Contando mis días, haciéndole saber mis triunfos, ya sabes, algo más cálido y feliz. No las lee, lo sé, pero en mí quedaba saber que las flores que le di no eran un símbolo de tristeza, sino de hacerle saber que jamás la iba a olvidar

Sonata espectral de un alma solitaria. [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora