Capítulo 40

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Me quedé quieta al subir el último escalón. Tal vez, subir las escaleras era lo más difícil que había hecho en esos días. No, ver mi cuerpo en un espejo fue lo peor. Era difícil enfrentar la realidad, ver tu cuerpo desinflamarse en un par de días cuando tu mente estaba preparada para todo lo contrario. 

-¿Estás bien? -preguntó Charlie en un murmuro.

Asentí cabizbaja y seguí caminando hasta llegar al departamento. Detrás de nosotros iba Bill y Chris, que no se habían despegado de nosotros en los días que estuvimos en San Mungo. Charlie sacó la llave que estaba debajo del tapete y abrió la puerta. Para mi sorpresa, estaba Molly, Arthur y tía Mary.

Tía Mary se paró del sillón apenas me vio y caminó rápidamente a abrazarme. No hizo tanta fuerza ya que tenía un cabestrillo en el brazo para no moverlo. Me lo había fracturado con la caída, pero gracias a la magia, solo debía usar eso hasta que me dejara de doler. Y por supuesto, no mover la mano con movimientos bruscos. Era la derecha, mi mano hábil, y podía tener problemas para lanzar hechizos en un futuro. 

-¿Cómo estás, Am...? -preguntó mientras me abrazaba -¿Hay algo que pueda hacer por ti?

Me separé de ella y negué con la cabeza. No tenía ganas de conversar, y el hecho de que hubieran tantas personas ahí me abrumaba. 

Miré a Molly y a Arthur, me dedicaban una mirada triste. Arthur intentaba disimularla un poco más que su esposa, pero de todas maneras se les notaba a ambos. Los entendía, estaban ilusionados, era su primer nieto y de su hijo menos esperado. 

Pero no tenía espacio para la tristeza de alguien más. Tenía suficiente con la mía.

Fue un momento incómodo, ninguno sabía qué decirme. Es que tampoco había algo que decir. Molly fue la primera que interrumpió.

-Estoy preparando la cena.

Ya me había dado cuenta. El departamento era pequeño y el olor a comida era evidente. Tía Mary pasó su mano por mi cabello y me dio una sonrisa desganada.

-Ve a descansar -me aconsejó -te avisaremos cuando esté listo. Y si tú prefieres te llevaré la comida a tu habitación.

Asentí. Puse mi mirada en el suelo y empecé a caminar hacia la habitación. Cerré la puerta de inmediato y me quedé apoyada en ella. Las ganas de llorar las contuve por unos segundos, pero al abrir los ojos y ver la cuna no pude evitarlo.

Me llevé la mano a la boca para no soltar un grito angustiante. Era insoportable el dolor del vacío.

Caminé hasta la cuna y toqué los bordes de la madera delicadamente. Se supone que en unos meses él estaría durmiendo ahí. Porque sí. Dragoncito era un niño. El Sanador que me atendió me lo confirmó.

Mi niño... solo con imaginarme como sería su rostro me destrozaba. Como se vería acostado en su cuna, cuál sería el sonido de su llanto, cual sería el color de sus ojos, cual sería el color de su cabello... Mi imaginación me jugaba sucio, me lo estaba imaginando como si alguna vez lo pudiera sostener en brazos. 

La puerta se abrió cautelosamente, dejando ver a Charlie. Su semblante había permanecido triste todos esos días, pero no lo había visto llorar, sin contar esa vez que pensó que yo estaba inconsciente. Caminó lentamente hacia mí, poniéndose detrás. Sus manos en mi espalda, me dejó un pequeño beso en el hombro.

-Vamos a estar bien, Am... -murmuró.

Tal vez él, porque yo no.

Solté un jadeo que vino acompañado con mis ojos llenos de lágrimas. Charlie me giró lentamente y me hizo caminar a la cama. Me senté en ella y cerré los ojos mientras lloraba. Charlie se agachó y me sacó el cabestrillo cautelosamente, dejándolo en la mesita de noche. Sus manos se dirigieron a mis pies para sacarme los zapatos.

Dragones en las estrellas [Charlie Weasley] TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora