Los sonidos del bosque y el ruido de sus propias pisadas eran lo único que acompañaban a Elliot en su camino de regreso a casa. Avanzaba despacio por el peso de la maleta que cargaba consigo, lamentablemente tan llena como cuando salió de la cabaña al amanecer.
-... Hoy también fue un mal día de ventas-
Casi todas las pociones que había preparado venían de regreso con él. Vendió uno o dos frascos de todos los que portaba en la maleta, eso no era una novedad.... Pero sin importar cuantas veces pasara, seguía siendo frustrante.
Todo el pueblo conocía a la gran bruja Bárbara: destacó años atrás por su gran habilidad para magia blanca, encantamientos y elaborar pociones de todo tipo. Fue la alquimista más famosa de toda la región y muchas personas la buscaban para encomendarle trabajos únicos, mismos que realizó siempre sin problemas por su gran talento.
Elliot era su hijo. Desde pequeño fue testigo de los grandes poderes de su madre y la admiró como nadie jamás lo hizo hasta el trágico día de su muerte... Tanto la amó, que su mayor sueño fue ser tan buen brujo como ella lo había sido siempre.
Pero el joven se enfrentó a la desilusión a muy temprana edad. Si bien, su madre había intentado enseñarle sobre alquimia y magia, cesó sus lecciones argumentando que mejor le enseñaría cuando fuera mayor. Pese a lo dulce de sus palabras, la realidad era distinta: Elliot no podía controlar la magia tal como ella lo hacía.
Después de la muerte de su madre, el varón intentó seguir estudiando el arte de la magia por su cuenta pero ningún hechizo tenía los efectos que se suponia que debían tener, sus pociones eran igual de débiles y la magia en general parecía huir de sus manos cada que lo intentaba. Era tan frecuente que las cosas le salieran mal que cuando algún conjuro resultaba como debería, al pobre casi le daba un infarto de la emoción.
-.... Estúpida magia... ¿Qué te costaba llegar hasta mi generación?- era su gruñido cotidiano siempre que volvía a casa.
Como Elliot se quedó por su cuenta siendo pequeño, el pueblo asumió que su inhabilidad mágica podía deberse a su falta de experiencia en sí, o a la falta de un maestro que lo guiara.
"Si su madre le hubiera enseñado más, sería un prodigio en la magia, seguramente"
"Solo le hace falta crecer y tendrá mas potencial"
"Pobrecito, seguro la muerte de Bárbara lo afectó y por eso no puede hacer magia ahora"
Esa clase de comentarios acompañaron al menor durante tres o cuatro años.... Pero conforme crecía y sus habilidades mágicas parecían estancarse más y más, las palabras amables se fueron convirtiendo en burlas y comparaciones cada vez más crueles.
"Tan torpe como siempre... No podría ni sacar un conejo del sombrero"
"¿Seguro que es hijo de Bárbara?"
"Tal vez su madre murió de decepción al tener un hijo tan inútil para la magia"
Elliot ya estaba harto. El único motivo por el que no se rendía era que su madre siempre había insistido en que sería el mejor brujo de todos... Y el quería creer en ella. Aunque ya ni siquiera él creía en sí mismo.
Llegó por fin a la cabaña, metió la llave en la cerradura y empujó la pesada puerta redonda hasta ingresar al interior, solitario como siempre.
La maleta de pociones acabó en el piso y el joven ignoró el hambre que sentía en ese momento para dirigirse directamente al anaquel de libros que tenía en el pequeño cuarto, al lado de su habitación, donde trabajaba en sus pociones.
-No lo entiendo... ¿Qué se supone que hice mal esta vez?- revisó un libro tras otro e intentó recordar si todas las pociones que venían de regreso en la maleta lucían igual que las ilustraciones pintadas en las viejas páginas -.... Tsk, no.... Ni siquiera sabré si funcionan o no porque ya nadie me compra para empezar...-
Se dejó caer en su silla y recostó su cuerpo sobre la mesa... Tal vez su madre si estaría decepcionada si lo viera ahora, ensuciando su nombre y reputación al ser quizás el peor brujo de la historia.
Su vista se nubló por algunas lágrimas que se contuvo de soltar, suspiró para calmarse y se quedó viendo a la nada algunos segundos, perdido en sus pensamientos... Hasta que sus ojos cayeron sobre uno de los libros del estante. Un libro que conocía pero que nunca había abierto porque desconfiaba de su habilidad para realizar ese tipo de magia.
Era un libro sobre evocacion de demonios.
Si la memoria no le fallaba, alguna vez su madre le había dicho que la brujería dejaba de estar permitida en el momento en que se descubría que un brujo o bruja trataba con demonios.... Aunque también había mencionado que el conocimiento que los mismos poseían era infinito y eso en especial a él le resultaba tentador.
-... Tal vez... - una idea cruzó por su mente. Se levantó, tomó el libro entre sus manos y volvió a la mesa para leerlo con calma.
Elliot no tenía nada que perder: si encontraba al demonio adecuado, quizás este podría enseñarlo a usar la magia de una manera tan fenomenal como su madre la utilizaba. Era complicado evocar a uno y si lo descubrían sería peligroso, pero valía la pena el riesgo si al menos podía mejorar lo suficiente para no seguir deshonrando a Bárbara.
-¡Aquí está!- exclamó entusiasmado cuando, luego de leer un buen rato, sus ojos se toparon con lo que necesitaba -Así que Berith... Demonio de la alquimia, gran conocedor de la magia y los encantamientos-
Repasó la información que estaba escrita sobre el demonio: era bastante inteligente y además de su conocimiento en hechicería, era capaz de responder preguntas sobre pasado, presente y futuro. El único problema era el precio a pagar. Según los datos, Berith ayudaría sin dudar a cualquier humano que se lo pidiera durante 20 años pero, en cuanto los mismos pasaran, cobraría sus servicios tomando el alma de la persona. Además de eso, se le reconocía por ser especialmente mentiroso y tramposo.
Elliot reflexionó un momento y volvió hasta los primeros apartados del libro, recordando algo importante que leyó.
-Si logro hacer una alianza de familiar.... Tal vez pueda convencerlo de que lo liberaré si no me cobra sus propios favores....-
Con ese plan en mente, el brujo esperó a que se cumplieran todas las condiciones que especificaba el libro y preparó lo necesario para, varias noches después, por fin trazar el círculo de runas en el suelo de la cabaña.
Había practicado sin descanso las palabras para que todo saliera tal cual estaba previsto, pero aun así las manos le temblaban de los nervios.
-.... Soy el hijo de la gran bruja Bárbara... Esto será fácil. Puedo hacerlo- repitió aquello mientras encendía un par de velas alrededor del círculo -puedo hacerlo...-
Abrió el libro de conjuros a su lado y tomó una bocanada de aire. Era ahora o nunca.
-...Puertas del infierno, dejen que mi mensaje pase a través de ustedes. En nombre de la magia y la hechicería, uso esta noche mis dones para llamar desde los subsuelos al demonio Berith, príncipe de las mentiras, señor de la alquimia. Evoco su presencia ahora mismo- pasó las manos sobre las runas -¡BERITH, ESTOY ESPERÁNDOTE!-
Había cerrado los ojos tras ese último grito, nervioso por lo que pasaría a continuación. Transcurrieron dos segundos, luego cinco... Y después otros diez. Separó los párpados con curiosidad.
Al parecer nada había cambiado.
-Claro... Ya lo sabía...-
Sus ánimos cayeron hasta el suelo de nuevo. Suspiró y se dispuso a levantarse: parecía claro que su magia no era suficiente para evocar un demonio. Apoyó una mano en el piso, dispuesto a fingir que su dignidad no estaba herida cuando, antes de que pudiera reaccionar, las runas comenzaron a emitir un brillo verdoso.
-... No puede ser...- el brillo se iba intensificando mientras Elliot lo miraba, atónito -No puede ser... ¡Esta funcionando!-

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Tu alma es mía
FantasyElliot es un joven brujo que intenta seguir los pasos de su madre y ganarse la vida vendiendo pociones, sin embargo tiene un problema: la magia no se le da muy bien. Frustrado de no mejorar pese a años de práctica, decide evocar a un demonio para...