No se necesitaba ser un genio para entender que un anillo normalmente no te "mordía", o lo que fuera que hizo esa cosa. Sin embargo, estaban en el infierno. Un lugar donde la magia, los hechizos y las maldiciones eran cosa de todos los días. Dominik creyó que, con algo de suerte, el tema del anillo quedaría sin mucha relevancia.
Siguió limpiando y acomodando libros hasta que el anaquel completo estuvo impecable. No debería, dadas las circunstancias de sirviente en que se encontraba, pero estaba bastante satisfecho su trabajo; la diferencia entre ese primer librero y los otros 30 que faltaban era aplastante.
Salió tarareando una pequeña melodía, feliz de su logro sin ningún incidente a excepción de lo ocurrido con el anillo. En cualquier caso, era insignificante y seguramente Berith no se enteraría de ello. Pero, hablando del diablo...
-¿A dónde vas?- la voz suave del pelirrojo interrumpió los pasos del menor.
-Regresaré a Lagneia, terminé el primer librero como usted dijo-
Berith bajó de lo alto de las escaleras hasta situarse cerca del incubo, intentando adivinar si verdaderamente terminó todo o no.
-Iremos a revisar si está tal cual te lo pedí- sonrió.
Esa sonrisa le causaba malestar a Domi, era claro que significaba todo menos cosas buenas. No dijo nada y lo siguió de regreso hasta la biblioteca, donde el mayor pudo apreciar que, de hecho, el trabajo de limpieza era excelente.
-Bueno... Supongo que para algo sí que eres útil... Aunque como no me quieres dar información de tu adorado jefe, tendrás que seguir viniendo hasta que quede todo limpio- afirmó, con voz amable pero como una orden clara -De todos modos, ya tienes el uniforme- se burló.
Dominik estaba ligeramente sorprendido de la actitud tan despreocupada que Berith tenía hacía él, o hacia todo en general. No cualquier demonio descubría que uno de los reinos del infierno estaba sin gobernante y se quedaba callado a cambio de un simple sirviente.
Mucho menos Berith, un demonio inteligente, calculador, ambicioso y, sobre todo, mentiroso.
Los humanos tenían un dicho: mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca. Era una frase muy inteligente para una raza tan idiota como era la humana: el menor estaba seguro de que si quería que las cosas resultarán bien para Bitru y para él, tendría que ingeniárselas para saber los planes de Berith.
Su estrategia sería fingir ser un subordinado común y obtener toda la información que pudiera en el proceso. Tendría que hacerse cercano al pelirrojo, cosa difícil pese a que el mayor era cortés con todo el mundo, pues era sabido que su amabilidad era una clara máscara de hipocresía.
Una idea fugaz cruzó por su mente: Mientras Berith revisaba el orden en el que había acomodado los libros, Dominik se acercó hasta él por la espalda. Su cola se enredó en una de las piernas contrarias y sus manos sujetaron al mayor por la cadera.
-¿Sabe una cosa, señor? Todo este trabajo me dejó realmente hambriento.... Y ya que usted es tan amable, me encantaría que fuera mi anfitrión en la cena de hoy- insinuó con voz melosa mientras su cola rozaba mínimamente la entrepierna del Duque.
Berith se quedó un momento en silencio, procesando las burdas acciones del menor. No era tonto, sabía que el incubo no se insinuaría así como así de no querer algo y no pensaba darle la entrada que buscaba.
-Vaya que es una pena- se disolvió en humo negro, escapándose del agarre ajeno y volviendo a materializarse a un costado del menor -Y yo que pensaba que eso de que los incubos siempre están pensando en coger, era un estereotipo...- su mano dejó ver pequeños rayos eléctricos que dirigió de inmediato al Vizconde, dándole una descarga instantánea -Lamentablemente creo que el que pone las reglas aquí soy yo-
ESTÁS LEYENDO
Tu alma es mía
FantasyElliot es un joven brujo que intenta seguir los pasos de su madre y ganarse la vida vendiendo pociones, sin embargo tiene un problema: la magia no se le da muy bien. Frustrado de no mejorar pese a años de práctica, decide evocar a un demonio para...