El infierno jamás fue como los libros hacían creer: no estaba en llamas ni hacia un calor atroz todo el tiempo. Esas eran exageraciones que se inventaban los mortales solo para hacer parecer el lugar más aterrador.
En realidad, el inframundo no era más que un paisaje desolado, con reinos oscuros donde la unica pizca de elegancia y lujo pertenecía a los demonios.
Había interminables extensiones de llanos, el cielo estaba siempre color gris opaco (como si estuviera a punto de caer una tormenta) y parecía haber en general un aire de pobreza y desesperanza: las almas humanas que llegaban al infierno sólo tenían por destino ser comidas por los demonios o ser castigadas severamente de acuerdo al pecado que más cometieran.
En el primer caso, el alma no sería consciente jamás, ni renacería en el mundo humano. En el segundo caso... Las almas sufrirían por la eternidad los castigos de cada círculo o, en su defecto, serían sirvientes de clase baja para los demonios dominantes.
Con todo ese caos descrito, no era de sorprenderse que en Lagneia el desorden se fuera haciendo más y más notorio: el príncipe llevaba más de una semana desaparecido.
Pesé a que una parte del ejército secreto real ya se encontraba buscándolo, era complicado rastrear a demonios en el mundo humano cuando no se hacían portales directos. Todo lo que los subornidados de Bitru sabían era que fue evocado repentinamente y aún no había vuelto.
De todos los que lo buscaban, quien más preocupado estaba era el Vizconde de Lagneia, Dominik. Pesé a ser relativamente más joven que muchos de los demonios al servicio de su Alteza, había ganado posición rápidamente como la mano derecha del mismo para la toma de decisiones en el territorio y se había convertido en el ayudante directo del príncipe, su más fiel secretario.
Dominik había pasado días y noches en el palacio esperando a que el mayor volviera, seguramente presumiendo de algún altar o fiesta que le hubieran dedicado en el mundo humano. Pero su jefe no volvía. Empezó a desesperarse cuando, luego del séptimo día, seguía sin haber rastro alguno de Bitru.
-No puedo seguir con esto... Incluso para alguien como el Señor esto ya es demasiado ¿Estará bien? ¿Qué pasa si se enfrentó a algún ángel?- daba vueltas por la oficina mientras especulaba -¿Y si ya lo tienen preso? Oh, no ¡JEFEEEEE!-
La preocupación del castaño iba en aumento. Tenía demasiado aprecio por su superior como para estar tranquilo mientras él no volviera.
Sabía que sería cuestión de tiempo para que los otros príncipes del infierno se dieran cuenta de su ausencia. Domi había intentado por todos los medios mantener las cosas funcionando como siempre con tal de que el resto de reinos no se enteraran. Si cualquiera llegaba a saber del incubo desaparecido, no tardarían en comenzar a reclamar su puesto como parte de la familia real o quizá empezarían a robar las legiones militares.
Las ocupaciones del príncipe de la lujiria eran algo grandes para ocuparse él mismo de todo y pese a que Dominik se esforzó más de una semana por mantener las cosas como si nada, fue cuestión de tiempo para que el trabajo lo sobrepasará y los otros demonios empezaran a sospechar de porqué las cosas no funcionaban como deberían.
El incubo se dió cuenta de que estaba en aprietos al décimo día de la desaparición de su jefe. Esa tarde había supervisado los establos de cerdos, cuidando que cada animal recibiera azotes debidamente.
Estaba agotado y harto de escuchar los gritos de las almas humanas, así que como de costumbre, se dirigió a la gran oficina que compartía con Bitru para intentar descansar un poco de sus responsabilidades; dio dos pasos dentro de la elegante habitación pero se detuvo en seco apenas sintió una presencia adicional: Alguien poderoso estaba sentado en la silla del príncipe.
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Tu alma es mía
FantasyElliot es un joven brujo que intenta seguir los pasos de su madre y ganarse la vida vendiendo pociones, sin embargo tiene un problema: la magia no se le da muy bien. Frustrado de no mejorar pese a años de práctica, decide evocar a un demonio para...